Opinión

El brillo de Lola Flores y El Cordobés

A la hora del cafelito en los sesenta, en los bares de España se discutía sobre tenis

La infanta Elena junto a Manolo Santana, director del Open de Tenis de Madrid
La infanta Elena junto a Manolo Santana, director del Open de Tenis de Madridlarazon

La descomunal razzia de Rafa Nadal y de sus colegas del Big Three amenaza con empequeñecer los cuatro títulos del Grand Slam que sumó Manolo Santana, el doble que el español que lo sigue en conquistas mayores, Sergi Bruguera, y el cuádruplo de los solitarios triunfos de Andrés Gimeno, Manuel Orantes, Carlos Moyá, Albert Costa y Juan Carlos Ferrero. Andy Murray y Stan Wawrinka son dos estrellas con sus tres victorias en Grandes. Cuatro títulos del Grand Slam acumularon también números uno del mundo como Guillermo Vilas y Jim Courier, aunque la magnitud de Santana se mide en un aspecto todavía más importante que el palmarés: fue la primera gran estrella –fútbol aparte– del deporte español.

La España de los sesenta, la década en la que Manolo Santana acumuló todos sus triunfos importantes, se abría a un mundo que empezaba a ser global y el tenista madrileño se incorporó al «star system» internacional. Los diabólicos efectos que imprimía a la bola lo hicieron rivalizar con las figuras de su época, fundamentalmente la armada australiana (Rod Laver, Ken Rosewall, Roy Emerson, Neale Fraser, Tony Roche, John Newcombe…), siendo de los pocos tenistas capaces de discutir la supremacía de los oceánicos. Él y el italiano Nicola Pietrangeli, su gran amigo del circuito, sostuvieron el prestigio europeo en las pistas de los cinco continentes. Como también ocurrió años después con Severiano Ballesteros, Santana era querido en su país… e idolatrado en el extranjero. Fue el gran embajador de la industria turística, que empezaba a izarse como la gran dinamizadora de la economía española.

Uno de los grandes logros de Manolo Santana fue que sus triunfos provocaron que el tenis se sacudiese la caspa elitista para permear entre las clases populares. A la hora del cafelito, se hablaba de las dejadas y los globos liftados con la naturalidad con la que se comentaba la peripecia triunfante de España en la Eurocopa del 64, el éxito de Massiel en Eurovisión, el arte huracanado de Lola Flores, ¡no se la pierdan!, o las gestas taurinas de un chaval de Palma del Río apodado El Cordobés. Tanto interés despertaban sus gestas deportivas como sus amoríos, como corresponde a los personajes verdaderamente trascendentes.

Triunfante en todos los «majors» excepto en Melbourne, la isla-continente fue el escenario de su peor frustración: la Copa Davis. En aquella época, se disputaba por el sistema «challenger», es decir, el campeón defendía su título en casa frente al superviviente de las rondas previas. Australia ganó quince veces en dieciocho años y dos de estos triunfos fueron contra la España de Santana, que en 1965 y 67 perdió en Sídney y Brisbane, respectivamente, por sendos 4-1 sólo maquillados por sus victorias el domingo sobre Newcombe y Emerson, cuando la Ensaladera ya tenía dueño tras derrotas españolas en los tres primeros puntos. Los aficionados de la época recuerdan con nostalgia aquellos madrugones para seguir en directo la segunda de aquellas finales, con la que Televisión Española inauguró sus retransmisiones vía satélite. Cuando Juan José Castillo, al micrófono, dijo aquello de «entró, entró».