Fútbol
Del gozo al llanto
Agua, como si fuese una profecía, el clásico de los clásicos, bautizado. Lo único que hizo el diluvio fue demorar el comienzo. Creo que Dios quiso regular los biorritmos, que los corazones recuperaran su pulso normal. Veinticuatro horas no bastan. Imposible. El tiempo se detuvo. Vamos Boca, Vamos Boca, como en el 62, cuando Antonio Roma y su mano prodigiosa me hicieron derramar mis primeras lágrimas por la pasión xeneize. Mis doce años son el recuerdo de mi primer Boca-River con los auriazules campeones. Con aquel manotazo de Roma en el minuto 92 para detener el penalti de Delem. ¡Que arranque ya! Estoy en taquicardia. Un frío me recorre el cuerpo. Gustavo, mueve las fichas.
Dos propuestas muy diferentes. Boca al ataque con más corazón, a pecho descubierto. Buscando la intensidad y, como diría un clásico, a pelotazo limpio. River, mucho más ortodoxo, dispuesto a controlar el ritmo y manejar el ancho del campo para descomponer a los xeneizes. Llegan los primeros sustos. Pity Martínez y Palacios, dueños y señores del juego. El portero de Boca, Rossi, se convierte en héroe para sostener a un equipo agonizante. En el sillón me corre un frío muy intenso, pero sigo creyendo en el coraje de los míos. El tanque Wanchope, de la nada, de macho puro, a lo guapo, abre la lata. Un espejismo. Diagonal de Pratto y una bofetada de realidad. Cuando pensaba que el empate era lo mejor, el iluminado Benedetto pone el 2-1 para soñar.
Mi Boca no sabe especular. Ataca aunque falte el oxígeno. El empuje lo da la grada, pero pronto llegó un mazazo que fue irreparable. Queríamos ganar como sea: pelotazos e incluso el recurso de Tévez en busca de la heroica. Demasiado corazón y pocas ideas. Enfrente, los de Gallardo se conforman, firman las tablas, piensan en la vuelta. Morimos matando. Benedetto me ahogó el grito.
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