Adiós a un

Alejandro Valverde ya puede comer helados

El final de un corredor especial. El último ciclista de la generación de oro se retira y los que mejor le conocen analizan su trayectoria para LA RAZÓN

Alejandro Valverde
Alejandro Valverdelarazon

Un simple helado marca la frontera entre ser uno de los mejores ciclistas del mundo o un jubilado. «Me voy a tomar un helado con mi familia», dijo Alejandro Valverde nada más acabar en Lombardía su última carrera como profesional. Acababa de bajarse de la bicicleta y ya era hora de permitirse esos pequeños caprichos que se ha negado durante los últimos años.

«Recuerdo algún campeonato de España que la noche anterior estábamos comiendo un helado. Eso en el Alejandro de ahora es impensable», asegura Óscar Pereiro, amigo y compañero de Alejandro en el Caisse d’Epargne, el antecedente del actual Movistar, durante varios años.

De niño, cuando le llamaban el «Imbatido» era gordito, tenía un cuerpo imposible para un ciclista, pero lo fue perfilando con el paso de los años. «Un tío como él que no era el corredor que pesa 60 kilos como ahora, lo hace con fuerza de voluntad, aprendiendo a comer y cerrando los dientes», asegura Óscar Pereiro. Ni siquiera después de ganar el Mundial se permitió una alegría. «Come menos que una perdiz. El Mundial no lo celebró, solo comía arroz. Daba asco», comenta divertido Javier Mínguez, el seleccionador con el que ganó aquel Mundial de Innsbruck en 2018. Su gran triunfo en una carrera llena de éxitos.

En Alejandro se han juntado la ilusión por ser ciclista, el talento y la fuerza de voluntad. «Valverde tiene mucha calidad, tiene cabeza de ciclista y tiene la virtud de que disfruta entrenando y compitiendo. Pero es anárquico», asegura Mínguez.

Y contra esa anarquía tuvo que luchar. A Mínguez le costó que le hiciera caso antes de aquella cita que el veterano director tenía marcada desde que vio el circuito. «Tiene cabeza de ciclista, pero es como un niño pequeño, que te está haciendo putadas, que se está descojonando, pero por eso es feliz encima de la bicicleta. Ojalá sea tan feliz cuando se baje de la bici», explica el veterano director.

Aquel verano de 2018 le dijo que aflojara en la Vuelta, que no disputara la general. Pero no sabe hacer eso. «En su cabeza no entra otra cosa que no sea ganar», dice Pereiro. Llegó la Vuelta y se puso líder en la etapa de Salamanca. «Regala el maillot, que vas a explotar», le dijo Mínguez. «Y explotó en Andorra», recuerda el exseleccionador. «Si le dejas, va a su bola porque es competitivo, pero hay que aplaudirle esa competitividad. Hasta que explota un día no se da cuenta de que está corriendo», añade.

Ese desgaste de la Vuelta podía haber puesto en peligro el Mundial, pero hubo amenazas mucho peores antes. En la salida del Tour de 2017 se rompió la rótula, una lesión que podía haber acabado con la carrera de cualquier otro ciclista de 37 años. Y así lo creía él también. «Me escribió y me dijo “Samu, se acabó mi carrera deportiva. Esto se acabó”. Y mira, volvió y tacatá», recuerda Samuel Sánchez. Esa lesión podía acabar con la carrera de cualquier ciclista, pero no con la de Alejandro.

«Ahora puedo decir que ha sido uno de los retos más importantes de mi vida profesional», explica el doctor Francisco Esparza, el traumatólogo que dirigió la rehabilitación después de que le operaran en Dusseldorf. «Creo que si hubiéramos sido conscientes todos, si nos hubiéramos plantado delante de un libro y nos hubiéramos puesto a hablar todo el equipo de las posibilidades que había, nos hubiera entrado el pánico y habríamos salido todos corriendo. Pero no lo pensamos», añade.

El doctor Esparza se quita méritos. «Aquí la herramienta más importante ha sido Alejandro. En el equipo nunca nos planteamos que él no volviera a competir. Nunca, nunca. Y él no nos apremió preguntando cuándo podía competir, no nos transmitía nunca ese agobio» dice. El doctor Esparza se emociona recordando la victoria de Valverde en el Mundial. «Se me ponen los pelos de punta», dice.

Javier Mínguez lo expresa de otra manera, pero se muestra orgulloso de lo que consiguieron. «Él es un chico que escucha y hace caso, el problema es que detrás siempre estaba la táctica de Eusebio [Unzué, el mánager de Movistar]. Y en el último Mundial estaba solo, no había ningún Movistar, no había comunicación, la táctica era la táctica», recuerda.

Y con esa táctica consiguió su gran triunfo. «El Mundial de todos», dice Óscar Pereiro. «Dime un corredor con el que todo el mundo se alegre de una victoria suya como nos alegramos todos cuando gana Alejandro, cuando ganó el Mundial en Innsbruck», afirma. «Es de esos tíos que dejan huella y que te alegras de que le vayan bien las cosas en la vida. Un tío currante, enamorado de la bicicleta, enamorado del sufrimiento. Creo que es la mezcla perfecta de talento, de ilusión, para poder triunfar. Pero yo me quedo con la humanidad que tiene», asegura el ganador del Tour de 2006.

A Pereiro lo ficharon ese año para ayudar a Valverde en la montaña para ganar la carrera francesa. Pero Valverde se rompió la clavícula y el maillot amarillo fue para Óscar. La única carrera de tres semanas que ganó es la Vuelta de 2009, en una competición muy cerrada con Samuel Sánchez.

«Yo fui de menos a más, no logré subir a posiciones de podio hasta la última semana. Pero hay una imagen, que no he podido conseguir después de la crono de Toledo, que yo hago segundo detrás de Millar por muy poco, en la que se ve cómo nos abrazamos los dos. Yo me alegré como si hubiera sido yo el que ganaba esa Vuelta a España y él se abrazaba alegrándose de que fuera yo el segundo clasificado y no Evans o cualquier otro», cuenta.

Samu tiene dos años más que Valverde, pero ya retirado descubrió el secreto de su eterna juventud. «Pude entender mejor por qué sigue dando pedales cuando bajé a la comunión de su hijo y salí a entrenar con la grupeta. Se toman su tostada, hacen su esprint, su carrera. Y se divierten. Lo viví en primera persona y el cachondeo que tenían. Eso sí, llegué “doblao”. Y el hermano, que iba con una bicicleta eléctrica y nos llevaba por el llano que parecía el final de la Vuelta. Y luego esprint en Murcia a ver quién ganaba. Un ‘’show’'», recuerda el oro olímpico en los Juegos de Pekín 2008 .

Ahora esa exigencia se acaba. «Va a poder disfrutar de no tener que estar fino, comerse un helado cuando le apetezca», dice Samu.

Un superdotado genéticamente

Detrás de la carrera de Alejandro Valverde hay mucho trabajo, mucho sufrimiento y unas cualidades genéticas que van más allá de su talento para montar en bici. «Después de la fractura de clavícula que tuvo en la Vuelta el año pasado, primer día, primer triunfo en Italia. Ese día se cayó, se dio un golpe y se hizo una herida en el codo. Me mandó la foto y le dije que se lo curaran porque era una herida profunda y podía provocar una infección gorda. Me mandó una secuencia de cuatro días seguidos. Yo enseño las fotos de cómo recupera y no hay ningún sanitario que no se quede con la boca abierta. Recupera en cuatro días una herida que para cualquier persona hubiera sido 20 o 30 días haciéndose curas diarias. Eso demuestra que tiene una genética especial», dice el doctor Esparza.