Giro de Italia
Mikel Landa: El arquitecto frustrado
Mikel Landa / Ciclista
No era malo en los estudios a pesar de que, aunque a él le cueste confesarlo, a más de una compañera le suplicara algún que otro chivatazo en el colegio Mendebaldea del barrio vitoriano de Lakua. Mikel Landa (13-12-1989) estudió allí porque era el instituto que más cerca quedaba de la salida de Vitoria hacia su pueblo, hacia Murgia, a 30 kilómetros de la capital vasca. Cuando acabó el bachillerato y pasada la selectividad, Mikel se decidió por la arquitectura. Se matriculó en Burgos y se mudó. Pero pronto se dio cuenta de que el ciclismo estaba tomando su vida. Ese invierno Miguel Madariaga decidió darle el pase del Orbea Continental al Euskaltel-Euskadi y Mikel tuvo que elegir entre los estudios y el ciclismo. Dejó la arquitectura para diseñar su carrera encima de la bicicleta.
Siempre habría tiempo para volver, pero tenía que vivir su sueño, el que empezó cuando con 13 años se apuntó al Club Ciclista Zuyano del pueblo dejando de lado el fútbol y la pelota. Sus destellos de calidad pronto lo llevaron al Naturgas y al Orbea. En 2011, la Selección lo llevó al Mundial sub’23 de Geelong, en Australia. Al acabar, 18º, se fue en busca de su ídolo, Fabian Cancellara. Le suplicó que le firmara un autógrafo, pero el suizo se negó.
¿Será Cancellara quien le pida ahora un autógrafo al alavés? El camino hasta el segundo puesto que ocupa en la general de la «corsa» rosa y sus dos triunfos de etapa ha sido largo, duro y tedioso. Mikel siempre ha sido la promesa. El futuro. La esperanza que no llegaba. Cuando dio el salto al Euskaltel se le presentó como el próximo escalador de referencia. Pero los años pasaron y Landa no cuajaba. Dos victorias adornaron su palmarés en sus cinco primeros años como profesional: la de las Lagunas de Neila en la Vuelta a Burgos de 2011 y la de Monte Bondone en el Giro del Trentino del año pasado. Nada más. Y aún peor.
El pasado noviembre, Landa contrajo un citomegalovirus, la enfermedad del beso. Sin recuperarse del todo salía a entrenarse para ver cómo su cuerpo al día siguiente desfallecía. Así se pasó hasta el mes de febrero. Ni siquiera acudió a las concentraciones de su equipo, el Astana, con el que termina contrato este año. Temió por su futuro y por su destino. Quizá por eso despertó. En abril, se hacía con el triunfo en la etapa de Aia de la Vuelta al País Vasco y dos semanas después le discutía el Giro del Trentino a Richie Porte. Este Giro ha descubierto su mejor versión.
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