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Chris Froome, la leyenda que sube bidones a sus compañeros

Dos años después de su grave caída en el Dauphine, el keniano regresa al Tour, carrera que ha ganado cuatro veces, con un papel de gregario que ejecuta con orgullo

Chris Froome, durante la contrarreloj del Tour, la quinta etapa
Chris Froome, durante la contrarreloj del Tour, la quinta etapaChristophe EnaAP

“Yo tenía una granja en África…”, empieza recitando Isak Dinesen en su dulce novela, después convertida en clásico inolvidable del cine. Una frase que habla de nostalgia, de tiempos mejores ya pasados, de un reinado que no volverá. Y algo de eso tiene Chris Froome, que de esa tierra roja y lejana viene, como lejano es su imperio que ya parece de otra vida, de otro mundo, de otro tiempo. El keniano blanco que cautivó al mundo del ciclismo con sus historias de niño salvaje criado en Kenia, entre hipopótamos que le perseguían y cazando serpientes y que de repente se convierte en el absoluto dominador de las grandes vueltas, destrona a Contador y su hegemonía y se hace con la jefatura de un Sky, el ahora Ineos, que siempre apostó más por sus colonos, los británicos de verdad, Wiggins y Geraint Thomas.

Al Sky no le quedó otra que confiar en Froome y él cumplió. Ganó cuatro Tours, dos Vueltas a España y un Giro de Italia tremendo y espectacular con un ataque que quedará ya para la historia en el Colle della Finestre. Un año después, todo terminó. En el Dauphine del 2019, el test previo al Tour de Francia, cuando estaba inspeccionando la etapa contra el reloj junto a su compañero Wout Poels, se estampó contra un muro y se rompió entero. El fémur, la cadera, el codo y las costillas. Tuvo que aprender incluso a andar. «Eso fue lo más duro», recuerda ahora. «Después de varias semanas en cama y otras más en silla de ruedas, el solo hecho de caminar ya resultaba extraño». Pedalear, dice, fue lo más fácil de todo. Ser ciclista de nuevo, también. Pero no volver a ser el mismo de antes.

En ese camino «que a nivel mental fue muy exigente», cuenta, en el que «la piscina, el poder nadar fue mi gran alivio» y cuando «volver a la competición quedaba tan lejos» se cruzó la jugosa oferta del Israel StartUp Nation, el equipo insignia de un país que había dado el pistoletazo de salida en Jerusalén a aquel Giro de Italia que él acabó dando un vuelco espectacular a la general. Froome les enamoró y lo quisieron en sus filas para poner al equipo en la primera fila del ciclismo mundial y ascender al World Tour. Costase lo que costase.

Cinco millones de euros por temporada. Ese ha sido el precio que ha pagado la escuadra israelí para que Froome haya vuelto a ser ciclista. Aunque muy lejos de su mejor versión. «A mí lo que me motivaba era volver a verme en las carreras, nunca dudé de que volvería a ser ciclista», decía. Dos años después de aquello ha regresado al Tour, la carrera que era de su propiedad como la granja de Karen en África. Tiempos pasados. Ahora marcha el 153º en la general, de los 165 participantes aún en pie en este salvaje y durísima edición. A casi dos horas de Tadej Pogacar, el intratable amarillo de este Tour, tan patrón como él lo fue en su época. Tiempos pasados. «Yo tenía una granja en África». Una era que se ha terminado.

Sentado en una silla de ruedas

«El proceso evoluciona más lento de lo que cualquiera pensábamos», afirma sin filtros Sylvan Adams, copropietario del equipo que le desembolsa su exquisito sueldo. «Quizá le veamos coger la responsabilidad en la Vuelta y queremos que en 2022 regrese a su máximo al Tour. Tengo mucha fe en él. Quiero que vista de nuevo el amarillo en París». Para eso lo han fichado y el keniano blanco es consciente y está «extremadamente motivado para volver a mi anterior nivel. Venir a este equipo me ha estimulado, igual que regresar al Tour. El primer año de mi ausencia lo vi sentado en una silla de ruedas pero lo disfruté. No tuve sensación de envidia, me sentí un aficionado al ciclismo más siguiendo la carrera y una vez supe que mi recuperación iba a ser total el incidente, se convirtió en mi gran motivación volver a esta carrera».

Ahora, de momento, su rol es el de gregario y no se le caen los anillos por subir bidones a sus compañeros. «Durante años he venido a esta carrera con toda la presión del mundo sobre mis espaldas por tener que ganarlo y ahora no. Vengo a ayudar a mis compañeros». Dentro y fuera de carrera. «Poner toda mi sabiduría a su servicio. Es una buena experiencia para mí, hacer el trabajo que por mi han hecho durante años», asegura. Y quizá, sueña, poder ganar una etapa. «Hace tres años cuando luchaba por el amarillo no hubiera significado nada porque no me cambiaba ganar una etapa más o menos, pero ahora el escenario es diferente y una etapa sería el máximo para mí», para volver a reencontrarse con su versión dominadora, ésa que habla de tiempos pasados y mejores. Esa que narra las historias de cuando Froome tenía una granja en África.