Eurocopa 2016
Lágrimas de dolor, lágrimas de felicidad
En el minuto 24, Cristiano tuvo que ser sustituido por un esguince de grado uno del ligamento lateral interno de su rodilla izquierda; en el 120 lloró como campeón
Doce años llevaba Cristiano Ronaldo esperando lo de ayer. Ocho minutos jugó. Payet le hizo una entrada dura, que el árbitro no señaló falta y desde entonces, CR7 ya no pudo continuar. Lo intentó, se puso un vendaje, hizo un par de carreras, pero en el minuto 24 de la primera parte, con toda la vida aún por disputarse, se dio cuenta que era más un estorbo que un futbolista. No podía. Por primera vez, su cuerpo, herido, le decía que tenía que parar.
Fue cuando se quitó con rabia el brazalete de capitán y lo tiró al suelo, para después sentarse él, con los ojos ya a punto de echar las lágrimas y reconociéndose a sí mismo que a veces no es posible. Payet le había dejado k.o. y Portugal perdía a su mejor delantero. Fernando Santos, el entrenador luso, dio paso a Quaresma y su selección jugó gran parte del encuentro sin un delantero centro y, por tanto estuvo gran parte del choque sin rematar a puerta.
Ronaldo había aparecido en los momentos fundamentales de la Eurocopa: en el partido que les dio el pase a los octavos de final y en el gol que abrió el marcador en la semifinal contra Gales. Pero sobre todo ha sido el líder espiritual del vestuario, convencido como siempre de que este equipo podía llegar a la final, pese a un comienzo lleno de dudas y pese a que, hasta la semifinal, no fue capaz de ganar un encuentro en los noventa minutos. Cristiano Ronaldo siempre ha tirado del resto del equipo, aunque no todos sus partidos han sido los mejores.
Ayer, sin embargo, se le esperaba. Estaba en juego la Eurocopa, el primer título, el que se escapó en 2004. Ronaldo era consciente de la importancia del choque y de que todo Portugal confiaba en él para que, con un remate, acabase con Francia, en su país: que se convirtiese en un héroe por los siglos de los siglos.
Por eso las caras de tristeza de los aficionados portugueses cuando vieron que su futbolista se tiraba al suelo definitivamente. Así estuvo, sentado en el campo, atendido por los masajistas: uno de ellos le fue a abrazar y Ronaldo se entregó a las lágrimas, vencido como nunca lo había estado.
Se acercaron compañeros, para preguntarle, quizá más para consolarle, aunque bien sabían que CR7 era absolutamente inconsolable. No había para él pena más grande en el mundo. Los portugueses se echaban las manos en la cabeza y también los madridistas. Porque si Ronaldo no podía seguir es que le pasaba algo grave. Todo el mundo estuvo pendiente de él durante esos largos minutos en los que al estrella se retiraba tumbada en la camilla sin mirar a nadie. Hasta Deschamps, el entrenador rival, se acercó para tocarle, para hacerle llegar su pena. Los jugadores del Madrid, mientras, escribían tuits lamentándolo y animándole.
Durante el resto de los noventa minutos, Ronaldo estuvo dentro del vestuario, probablemente viendo el partido por la televisión, dando vueltas a su suerte, en ese momento de soledad. Cuando acabó la segunda parte y no cambió nada, con sus compañeros tirados en el césped, intentando descansar un poco para la prórroga que esperaba, salió para darles ánimos y vivió esos minutos en el banquillo, volcado en sus compañeros y al final celebrando como un loco el tanto de Eder, el que le daba el campeonato. Lloró entonces, otra vez, con la pierna vendada y feliz, de encontrar este título que buscó con tanto ahínco, durante doce años y ocho minutos.
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