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Je suis Valbuena

La marcha atrás de Francia en el veto a Benzema por su chantaje sexual a un compañero es por razones comerciales

Mathieu Valbuena, ex internacional con Francia y jugador del Olympiakos
Mathieu Valbuena, ex internacional con Francia y jugador del OlympiakosMiguel RiopaAP

Más que deslumbrar, Francia ha acojonado al orbe balompédico en su debut eurocopero, saldado con una victoria frente a Alemania en su guarida de Múnich. El resultado no tendrá demasiada consecuencia contable en el torneo, pues se supone que Hungría actuará como bálsamo resucitador para que los tres grandes transiten del «grupo de la muerte» a los octavos, pero el mensaje de los campeones del mundo ha sido cristalino: «Hola, hemos ganado en el campo de los alemanes casi sin despeinarnos, sin siquiera jugar bien, y no hemos goleado porque Del Cerro Grande deambuló toda la noche del caserismo a la germanofilia. ¿Alguien se anima a eliminarnos?»

Sin embargo, algunos observadores desapasionados –pese a la ascendencia gala que constata nuestro apellido: perdón, papá– tenemos un motivo sólido para desear toda suerte de derrotas al equipo de Didier Deschamps, luminoso entrenador cuya claudicación ética ha constituido la gran decepción del torneo. La convocatoria de Karim Benzema, debido a la presión de los lobbies económicos que controlan el fútbol francés, y el fútbol en general, ha puesto fin a la maravillosa epopeya ética de los «bleus», subcampeones de Europa y campeones del mundo desde que el técnico vasco decidió que los presuntos chantajistas sexuales no tenían sitio en su vestuario por muy precisos que fuesen sus pases.

La historia es conocida: unos amigos de Benzema se hicieron con un vídeo cochino de su compañero Mathieu Valbuena, le pidieron dinero a cambio de su destrucción y el delantero del Real Madrid intermedió para que los delincuentes obtuviesen su botín. La culpabilidad penal del ariete la determinarán los tribunales; su catadura moral quedó indefectiblemente descrita y, en consecuencia, la Federación Francesa –el presidente Le Graët y el propio Deschamps– lo apartasen del equipo nacional. Tampoco se perdía tanto: Francia fue, con Benzema de referente, un equipo del montón (fuera en la fase de grupos de la Euro y del Mundial 2010) y, peor, un plantel conflictivo que avergonzó al país en Sudáfrica.

No fue sencillo el veto a Benzema en vísperas de la Eurocopa que Francia jugó en casa, pero constituyó un brillante homenaje de Didier Deschamps a Albert Camus, futbolista antes que escritor y muñidor de la idea del deporte como escuela moral. El profesionalismo pervierte esa función, desde luego, pero la exclusión del madridista y la final alcanzada por el equipo que prescindió de su inmenso talento reforzaron la tesis de que el atleta, al menos cuando representa a su nación, debe ser ejemplar. Hasta pintadas amenazantes en su casa hubo de soportar un técnico a quien llegaron por ello a acusar de racismo. A él, capitán de la selección «black-blanc-beur» (traducción: negro-blanco-moro) campeona mundial en 1998 y que alinea a una media de seis jugadores de origen africano por partido. El gitano Gignac, criado en una caravana y casi autor del gol del triunfo en la final contra Portugal, suplió entonces a Benzema. Un racista Deschamps, claro que sí.

El triunfo en el Mundial de Rusia, de nuevo con un plantel multiétnico, coronaba la aventura con el más importante de los títulos y abría un futuro esplendoroso. ¿Qué ha pasado, entonces? ¿Por qué esta lamentable marcha atrás? Pues ocurre que la marca que viste a la selección francesa pretendía –y ha conseguido– incrementar drásticamente sus ventas con el regreso de Benzema a la selección para conformar un trío de tremendo poder, futbolístico, pero también publicitario, con Mbappé y Griezmann. Y sucede, además, que, dentro de diecisiete meses, el emirato de Qatar acoge el campeonato en el que Francia defenderá su título de 2018 y no le sobrará a los «bleus» el empujón propagandístico de tener a un devoto musulmán entre sus figuras –el fabuloso Ngolo Kanté es un fiel observante del Islam, pero vende menos camisetas–. Es lo que tienen las teocracias, que son más sensibles con los credos que con los derechos humanos.

Valbuena tiene 36 años y apura su carrera en el Olympiakos. Cómo se sienta con la beatificación universal de su (presunto) chantajista importa poco. Concretamente, un carajo. Ojalá tenga esta Francia barcos sin honra.