Adiós al «Sabio de Hortaleza»

Luis, goles y éxitos en rojiblanco

El día que se levantó entrenador y llamó de usted a sus compañeros

Luis Aragonés controla un balón con su peculiar estilo cuando era jugador del Atlético. Detrás, Jayo
Luis Aragonés controla un balón con su peculiar estilo cuando era jugador del Atlético. Detrás, Jayolarazon

En veinticuatro horas pasó de las musas al teatro. Una noche se acostó como jugador del Atlético y al día siguiente se levantó como entrenador. Vicente Calderón fulminó a Juan Carlos Lorenzo y Luis Aragonés, 37 años, se hizo cargo del equipo. Comenzó a tratar de usted a sus compañeros y amigos del vestuario, y empezó así una carrera como técnico que culminó en Turquía en 2008 en el Fenerbahce. Varios clubes en su vida (Betis, Barcelona, Espanyol, Sevilla, Valencia, Oviedo y Mallorca pero uno por encima de todos: el Atlético de Madrid, a donde había llegado en 1964 procedente del Betis, junto a Colo y el malogrado Martínez.

El Luis futbolista –«lento como yo», decía ayer un emocionado Del Bosque– comenzó a pelarse con el balón en su barrio de Hortaleza (el sabio era su hermano, reconocía él) para dar el salto al Getafe, por entonces un modesto equipo de Madrid. Hasta allí fueron los ojeadores del Real Madrid para ficharlo y en 1958, cuando España aún supuraba por las heridas de la Guerra Civil, se incorporó a la «casa blanca». No tiene hueco entre los Di Stefáno, Rial y Gento y pese a que Don Santiago Bernabéu, que le ve jugar en los partidillos de los jueves, alaba sus condiciones (el guru del madridismo siempre confesó que se arrepintió de su marcha), Luis es cedido al Recreativo –en Huelva conoció a su mujer –, al Hércules y al Plus Ultra (actual Real Madrid). El Real Oviedo, con el que debuta en Primera en 1960, es su cuarto y último equipo al que va a préstamo. Porque en el Madrid están empeñados en fichar a Isidro, padre de Quique Sánchez Flores, y en la operación con el Betis entra él. Tres años de verdiblanco sirven para enamorarse de Sevilla, para bailar sevillanas con un estilo particular y para marcar 33 goles en 82 partidos de Liga. Con su estilo peculiar, con sus pies planos (zapatones es su nombre) se convierte en un jugador deseado, desvinculado del Real Madrid. Y es el Atlético el que le da la oportunidad. Jones, Adelardo, Mendoza, Collar, Griffa, Rivilla, San Román, Calleja y su entrañable Ufarte, al que llevaría a la Selección como segundo.

Son jugadores de postín con los que el Atlético comienza a ganar títulos. Las peleas con el Madrid, como recuerda Florentino Pérez, eran encarnizadas, pero dentro de una sana rivalidad. Luis adoraba y era amigo de Di Stéfano, y mantenía excelentes relaciones con el plantel madridista. El primer título fue una Copa (con Otto Bumbel en el banquillo) y al año siguiente llegó la primera Liga. El catalán Balmanya era el técnico y Luis le convence de que pueden ser campeones tras una derrota. Sarriá corona a los rojiblancos. Luis es fundamental en el equipo. Sus goles, sus faltas lanzadas magistralmente y su personalidad contribu y en a engrandecer el historial del Atlético. Con Marcel Domingo (1970) llega la segunda Liga. Luis ya es un referente en el equipo. Manda casi tanto como el técnico y sus compañeros le respetan. Su carácter de puertas para afuera sigue siendo hosco, distante, pero su juego le ha convertido en internacional (13 veces vistió «La Roja») y en el maximo goleador del campeonato (16 goles, los mismos que su compañero Gárate y Amancio). Con Merkel, un técnico austro-alemán como Hitlet, tiene sus más y sus menos, pero llega la tercera Liga al derrotar al Deportivo en el Calderón. Luis es un referente del equipo y los atléticos de más edad recordarán los tres goles que le hizo al Cagliari (3-0) en el Manzanares en partido de la Copa de Europa. También había marcado el tanto en la isla italiana. De su mano y con una excelente plantilla al Atlético se le respeta en Europa. Es uno de los grandes, un equipo que juega sin complejos y que se codea con el Real Madrid y el Barcelona sin problemas. Así llega a la final de la máxima competición europea. 15 de mayo de 1974. Escenario, Heysel (Bruselas) y rival, el Bayern de Múnich. Juan Carlos Lorenzo en el banquillo y Luis, en el césped. No hay goles. hay prórroga y una falta en la frontal, escorada a la izquierda, lanzada magistralmente por Luis supone el 1-0. Es el gol más importente de la historia rojiblanca porque quedan dos minutos y el partido parece que está ganado. Hasta que Schwazenberg lanza un zapatazo desde su campo que Reina (padre) no acierta a detener. Ilusiones rotas, triunfo alemán (4-0) en el desempate y la leyenda de «el pupas» en el futuro. Luis Aragonés siempre lamentó la derrota, la mala suerte y el convencimiento de que algo falló.

El Luis jugador se está apagando y llega el Luis entrenador. El Atlético. El del «culo pelao», el de la motivación extra, el que se gana a los vestuarios por su forma directa, y a veces vehemente, de decir las cosas. Y se bautiza muy pronto. Una Copa Intercontinental ante el Independiente, una Copa frente al Zaragoza y una Liga, ganada en el último partido en el Bernabéu. Es su única Liga en su palmarés porque luego conquista tres copas más. Dos con el Atlético y una con el Barcelona. La última como rojiblanco es ante el Real Madrid en el Bernabéu (goles de Paulo Futre y Bernd Schuster).

Gil es el presidente y el dueño del Atlético. El mismo que le pone en la calle cuando accede al poder (1987) y con el que mantiene una relación convulsa, con muchos altibajos, a lo largo de los años. Dos personalidades de carácter fuerte que chocan, que se dicen las cosas a la cara y que conviven por el bien de la entidad. Tanto que su hijo Miguel Ángel recurre a él para sacar del infierno al Atlético, cosa que Aragonés consigue. En el fondo, es un sentimental, tímido, al que no le gusta estar en los focos y que prefiere las loas para sus jugadores.

Una dilatada carrera con el Atlético como epicentro donde logró sus mayores éxitos. Por eso se le quiere y se le venera en el Calderón, su casa.