Entrevista
Guillermo Sáez: «Desde la operación Puerto me cuesta ver ciclismo»
El periodista ha escrito «Los hermanos Dulce», una novela que sobre el ciclismo y el oscuro mundo del dopaje
Para Guillermo Sáez (Logroño, 1984) el juicio de la operación Puerto fue una experiencia profesional que lo dejó marcado. Una inmersión en el oscuro mundo del dopaje que inspira «Los hermanos Dulce», su segunda novela.
¿La idea del libro surge directamente del juicio?
Nos tiramos tres meses metidos en aquel juzgado y esa experiencia me marcó mucho. Y se me quedó la idea de «yo algún día tengo que escribir algo sobre esto». Se quedó larvada durante años y cuando llegó la pandemia con el confinamiento, que de repente teníamos mucho tiempo, dije «es el momento ideal para sacarla» y me puse a escribir el libro. Y fue basándome un poco en el juicio y otro poco en lo que yo me iba inventando.
¿Tenía alguna relación con el ciclismo o has montado en bici?
No especialmente. Mi relación con la bici es a nivel usuario. Pero el ciclismo sí que me ha parecido siempre el deporte más duro de todos, por lo menos de los que yo he seguido de cerca y eso le convierte en el más interesante para construir una historia.
El nombre de «Los hermanos Dulce» ¿tiene algo que ver con aquel defensa del Logroñés que se llamaba Dulce?
Pues lo ha pillado. Yo quería poner un apellido que tuviera algo que ver con Logroño y que a la vez tuviera algo que ver con la historia. Y lo de Dulce me gustaba porque el ciclismo parece que es una cosa dulce, el deporte, el éxito, pero que a la vez tiene un reverso muy amargo. Me hacía gracia ese juego y, efectivamente, este fue un capitán del Logroñés cuando yo era pequeño e iba al campo en la época del «Tato» Abadía. Era el típico defensa muy aguerrido, muy luchador, y me hizo gracia, como que encajaba muy bien todo.
Por el libro aparecen personajes reales de fondo. ¿Le sirven para situar la historia en un tiempo muy concreto?
Sí. Era mi idea, para que la historia quede un poco fijada en el tiempo y para que se sepa de qué época estamos hablando, de una época un poco salvaje en el tema del dopaje.
No se puede evitar leer al doctor Marrero y pensar en Eufemiano Fuentes.
Reconozco que esa disociación es muy difícil de hacer porque Eufemiano fue el eje de aquel juicio y era un poco el que estaba relacionado con todos los personajes de la historia como catalizador. No es el único médico que dopaba e imagino que ahora seguirá habiendo médicos que tonteen con esas cosas, pero ese personaje, el doctor Marrero es un poco la representación de esos médicos que se pasan al lado oscuro, que se pasan el juramento hipocrático por el forro y a cambio de pasta recurren a prácticas muy peligrosas para la salud de los deportistas que son personas. A veces se nos olvida que son de carne y hueso y, como son deportistas, pueden con todo. Y no tienen por qué.
«A veces creemos que pueden con todo y se nos olvida que los deportistas son personas»
En algún pasaje del libro sí se ve cómo alguno de los personajes reclama que se tenga en cuenta esa condición de ser humano...
Son ídolos que vemos por la tele, celebramos sus éxitos o nos da mucha rabia cuando tienen fracasos, pero son seres humanos. Cuando estuvimos en ese juicio conseguí reducir mucho esa distancia que separa al ídolo del ser humano. Parece que son robots que triunfan, se van a su casa y se meten en un congelador. Pues no, son seres humanos que se van a su casa y arrastran todos esos problemas del día a día igual que todos nosotros.
¿Situar el comienzo del libro en la infancia de los protagonistas le sirve para reforzar esa condición humana de los ídolos?
Esa es la idea también, no contar solamente la historia de esplendor deportivo o de caída, sino intentar echar la vista atrás y saber que esos futuros ídolos han tenido infancia y han tenido los mismos aprendizajes que hemos tenido todos. Quería hacer dos hermanos que fueran bastante diferentes y que al final, como pasa en muchas familias, aunque son educados de la misma manera son personas bastante diferentes. Es una cosa bastante curiosa y que demuestra que tenemos nuestra personalidad cada uno y que por mucho que nos intenten moldear seguramente acaba saliendo a flote. Y hay una conflictividad que se traduce en que cuando son profesionales y comparten equipo tengan esa relación de amor-odio, que el mayor pastorea al pequeño, que el pequeño no se deja pastorear y acaban saliendo las mismas conductas que tenían cuando eran chavales. Hay jerarquías que son para toda la vida y aunque el pequeño sea el bueno de los dos, cuando se miran cara a cara y se quitan el maillot de ciclista el hermano mayor sigue siendo el hermano mayor.
Hay imágenes que reviven todo lo que se escuchó en el juicio de una manera tétrica. Los arcones con las bolsas de sangre, el sótano donde se sacan la sangre...
Son ídolos y luego ves que la trastienda tiene unos cutreríos de cuidado. Esos arcones congeladores donde se guarda sangre sin ninguna condición sanitaria, con un apodo, que es imposible saber quién es, a saber luego lo que te reinfunde el médico... Son unos procedimientos muy cochambrosos en la trastienda de grandes espectáculos.
«Hamilton contó que orinaba una especie de plastilina negra y que pensaba que se iba a morir»
Impresiona leer que uno de los ciclistas orina un líquido negro. ¿También sale del juicio de la operación Puerto?
Eso lo contó Tyler Hamilton, que fue de los pocos que cantó de verdad y que fue a ese juicio con ánimo de redimirse, de limpiar su conciencia y de ayudar. Él contó que orinaba una especie de plastilina negra y que pensaba que se iba a morir. Fue muy fuerte.
¿Necesitaba escribir la novela para poder seguir creyendo en el deporte?
A mí, personalmente me dejó muy tocado aquello y me cuesta creer, especialmente en el ciclismo porque fue el deporte que allí se juzgó. No pongo en duda que lo que hacen los ciclistas, estén dopados o no, es excepcional, son unas atrocidades que ningún ser humano normal podemos ni soñar, es increíble. Pero esa pequeña ganancia que te da, ese cinco por ciento al que tengo que recurrir para ganar a otros igual de buenos que yo es trampa. Lo cuenta muy bien David Millar en su autobiografía, son todos superatletas y es la diferencia entre quedar el 15 o el primero. A mí me dejó muy tocado y desde entonces me cuesta ver el ciclismo. Y me da rabia, porque lo que hacen es la bomba y es un deporte muy divertido. Pero no dejo de quitarme de encima ese pequeño nubarrón de a saber qué lleva este, a saber qué lleva el otro, que a lo mejor estoy prejuzgando y no llevan nada, pero reconozco que me cuesta. Me cuesta creer cuando ves todas estas cosas. No sé la solución que tiene el ciclismo u otros deportes. No es fácil.
¿La tentación de la trampa siempre existe?
Yo quería transmitir que no es sólo que el ciclista sea un tío ambicioso sino que tiene unas presiones, tiene un trabajo, tiene un contrato que se le acaba al final de temporada, que si no demuestra rendimiento no le van a renovar y no sé si yo no haría lo mismo si estuviera en la misma posición. Es que hay que estar ahí para vivirlo, para sentirlo, es que me juego mi futuro, mi curro y encima estoy apostando mi salud por ello. Ni mucho menos quiero demonizarlo, es muy duro el proceso al que tienen que enfrentarse para salir adelante.
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