Tenis
Sara Sorribes y Carla Suárez: historia de dos mujeres felices
La valenciana elimina a la número uno y la canaria logra su primer triunfo individual tras superar un cáncer
«Me encanta. Es que siento mucho los colores, como suele decirse», afirma Sara Sorribes con la cara colorada del esfuerzo y del calor, que lo hace, y mucho, sumado a la humedad, en Tokio. Tanto, que hasta se han replanteado dar una vuelta a los horarios, algo que tiene difícil solución, ante la queja de tenistas como Novak Djokovic. Los jugadores y las jugadoras se refugian en la sombrilla y recurren a las toallas con hielo para combatir las temperaturas. Pero qué más le da a Sara Sorribes el calor ni nada. Enfundada en una camiseta tan roja como su cara, acaba de poner patas arriba el cuadro femenino de los Juegos Olímpicos. «Me encanta estar aquí, jugar en equipo... Todo», insiste la valenciana en los micrófonos de Eurosport. Y en ese ambiente, en ese sueño que está viviendo pese a la falta de público, ha ido un poco más allá convirtiéndose en la tenista del día: ha eliminado a Ashleigh Barty, que llegaba en forma después de conquistar Wimbledon. O eso creía. Sorribes la desarmó de principio a fin con sus cambios de alturas, que si ahora una bola alta y ahora pego más fuerte, con su lucha para llegar a todas las bolas y con su revés cortado. Sufrió de su medicina Barty, que es una de las tenistas más completas del circuito, lejos del estereotipo de pegadora que abunda más. Cedió por 6-4 y 6-3. El número uno podrá seguir quejándose de tener que seguir jugando en esas condiciones. La número uno ya no.
«Probablemente soy la mujer más feliz del mundo. Sigo teniendo la piel de gallina», reconoce tras su hazaña la española de 24 años, que también con la camiseta de España, que parece que le da superpoderes, en la Copa Federación, superó en 2020 a Naomi Osaka, y que en 2021 ha conquistado su primer título individual, el Abierto de Tenis de Zapopan, en Guadalajara, México.
Sonríe Sorribes y lo hace también Carla Suárez, como siempre, en realidad. Ni el cáncer, un linfoma de Hodgkin, que le detectaron en agosto del año pasado se la borró de la cara. Asegura que lloró quince minutos y ya, para después ponerse manos a la obra para superarlo y una vez logrado, se preparó para volver a las pistas. Quería retirarse en 2020, pero entre la pandemia y la enfermedad, fue todo tan raro que el final no podía ser así. Ahora está disfrutando cada momento. De la mano de Lourdes Domínguez se puso en forma y quería participar en los torneos más emblemáticos para acabar su carrera como Dios manda. Pero no se trataba de ir. Se trataba de ir y competir. En Roland Garros llevó al límite a Stephens, pero perdió al final en el tercero. En Wimbledon, con público, le quitó un set a Barty, quien después sería campeona. Y en los Juegos Olímpicos ha vuelto a saber lo que es ganar un partido. Y su rival era muy peligrosa, la tunecina Ons Jabeur, recientemente cuartofinalista en la hierba de Londres con su tenis de seda y sus dejadas. La canaria también puede presumir de su revés a una mano y de abrir unos ángulos imposibles: venció por 6-4 y 6-1 y pese a que hacía 18 meses que no sentía algo así en individuales (en dobles también venció en su estreno en los Juegos Olímpicos junto con Garbiñe Muguruza), apenas lo celebró sacando el puño. Pero su cara lo decía todo.
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