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Nadadora, refugiada, olímpica y héroe: salvó a 18 inmigrantes de naufragar

Yusra Mardini es una de las grandes protagonistas de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 por su azarosa, pero heroica vida

Yusra Mardini, del equipo olímpico de refugiados
Yusra Mardini, del equipo olímpico de refugiadosMARKO DJURICAREUTERS

El padre de Yusra Mardini la lanzaba a ella y a su hermana a la piscina, ante la mirada asustada de su madre. Las lanzaba porque, como muchos padres, quería que ellas cumplieran su sueño: ser nadador profesional. Se lo impidió su entrada en el ejército sirio y no iba a permitir que nada se lo impidiera a sus hijas. Las tiraba a la piscina de pequeñas, pero cuando crecieron las hacía nadar, estuviese fría o caliente el agua, les doliesen los hombros o los brazos o una infección de oído les hiciese la vida imposible. Nada, no había excusas. «Papá quiere que seamos las mejores nadadoras. Las mejores del planeta», reconocía Yusra.

Pero su padre debía saberlo: uno hace planes y luego llega la vida y no sirven para nada. Estalló la primavera árabe y sucedió cómo apuntó Kafka en sus diarios el 2 de agosto de 1914: «Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, clase de natación». El mundo asistía a una revolución o eso parecía y Yusra se fue a nadar.

Pero la esperanza era mentira. Un día ve los tanques que apuntan al coche de su familia, otro su padre es detenido, colgado boca abajo y golpeado. Por error. Después su casa y su piscina son destruidas.

Se puede huir o se puede huir.

Su primer intentó de cruzar el Mediterráneo es detenido por la guardia turca; el segundo es frente a un mar bravo e inclemente, un mar donde no hay a lo que agarrarse. Y menos cuando a los quince minutos el motor se rompe y hay que empezar a tirar cosas al agua porque el bote pesa mucho y se hunde. Un hombre se lanza para sujetarlo. Yusra y su hermana, nadadoras por la pesada insistencia de su padre, también. Se ha escrito que tiran de él hacia la costa, pero lo que hacen es mantenerlo, vigilar las corrientes y sonreír: hay un niño de seis años en el bote. Hay que hacerle creer que lo que sucede no es malo, que no pasa nada: que es normal atravesar el Mediterráneo en una barca sin condiciones, que se pare el motor, que se palpe el miedo a la nada. Es normal porque pasa mucho; otra cosa es que sea tolerable.

Gracias a ella, las 18 personas alcanzan a salvo a la costa. Sólo es el principio. Luego llegan fronteras, el temor a la policía, engaños, traficantes, países que no conocen y un destino para el que valen los entrenamientos.

Y paran en Alemania.

Allí había olvidado la piscina hasta que la pusieron en contacto con un club de natación. Cuando hizo la prueba, fue tan impresionante que volvió a nadar con ellos y cuando el COI, para los Juegos de Río, montó un equipo de refugiados con el fin de que el mundo no olvidara que hay millones de personas que han huido de su patria, la eligieron. En Tokio, Yusra ha sido la abanderada de ese equipo. Ya ha competido en los 100 mariposa: «Por supuesto que echo de menos mi patria», cuenta cuando le preguntan por su vida y su nostalgia: «Quizá construya mi vida en Alemania, y cuando sea una anciana volveré a Siria y enseñaré a la gente mi experiencia», ha asegurado. Para ella, participar en los Juegos es algo más que un sueño de su padre. Es una llamada: «Quiero que todos los refugiados estén orgullosos de mí. Aunque hayamos tenido un viaje duro, podemos conseguir algo».