Opinión
Reyes y Jalidov, elogio y refutación del deportista nacionalizado
En el cuadro individual femenino de tenis de mesa de Tokio 2020, trece chinas han jugado para distintos países
Si la Ministra de Igualdad fuese «freakolympic», habría vibrado ayer con la eliminación de los dos boxeadores españoles en los cuartos de final. Enmanuel Reyes Pla, de origen cubano y exiliado por hambre, perdió contra un cubano fiel al castrismo, régimen comunista y criminal (valga la redundancia) tan caro a Irene Montero. Gazimalomed Jalidov, ruso del Daguestán que vino huyendo de una guerra en la que fue asesinado su padre, perdió contra un ruso integrado en la «democracia» iliberal y dopada de Putin, cuyos bots (y servicios secretos) sostienen a todas las causas que seducen a su marido, Pablo Iglesias. En ambos combates, la madre patria femenina –la matria, según el neologismo propuesto– venció al masculino país padrastro.
La presencia en el equipo nacional de españoles nacidos allende los Pirineos se percibe ya como un signo de normalidad, excepto cuando el muy sensible hincha futbolero se duele por casos como el de Aymeric Laporte. En estos mismos Juegos, sin ánimo de ser exhaustivos, las mejores opciones del atletismo español reposan sobre un señor de La Habana y otro de Larache, desgajadas tiempo ha del Imperio Hispánico, y nos hemos ilusionado con la participación de un judoca georgiano y una gimnasta rumana porque lucían chándal rojigualda. Los equipos, tan orgullosos como estamos de ellos, se nutren del producto nacional esta vez, pero recientemente celebramos sin complejo las medallas que contribuyeron a sumar Iván Pérez en waterpolo, Mirotic, Sancho Lyttle e Ibaka en baloncesto (Brabender, Luyk, Sibilio, De la Cruz en la memoria…), Sterbik, Dujshebaev sénior y Xepkin en balonmano, sin ir más lejos.
Johann Mühlegg y Nina Zhivanevskaya pusieron a España en el mapa de deportes que no habíamos catado, que es lo que Jalidov y Reyes Pla trataban de hacer ayer con un boxeo ayuno de galardones en lo que va de siglo, en una práctica que las federaciones internacionales, lejos de combatir, fomentan. En Cuba y Rusia, con un representante por peso y país, jamás habrían sido olímpicos, así que su talento es aprovechado para abrir un nuevo mercado para el boxeo. En la semifinal de piragüismo K1, navegaron cinco franceses de una flota de veinte: además del participante galo, Suiza, Marruecos, Portugal y Australia clasificaron a un palista nacido en el país vecino y formado en su feraz escuela de las aguas bravas.
En baloncesto, la nacionalización masiva de estadounidenses alcanzó tal calibre de desvergüenza, que la FIBA tuvo que limitar a un naturalizado por selección e incluso así permanece inexplicada la vía por la que Eslovenia ha convocado a Mike Tobey o Francia femenina a Gaby Williams. El zorro de Pepe Sáez quiso reclutar nada menos que a Doncic.
Hay disciplinas, sin embargo, en los que la cuestión se ha disparatado. Más de cincuenta corredores nacidos en el África subtropical compiten en Tokio bajo pabellón de conveniencia, de Canadá a Finlandia y desde Bahréin a Australia. En el cuadro individual femenino de tenis de mesa, han participado la luxemburguesa Xia Lian, las portuguesas Fu Yu y Shao Jieni, las estadounidenses Li Zhang y Ju Liu, la austriaca Liu Jia, la francesa Jia Nan Yuan, la española Xiao Yao, la polaca Li Qian, la australiana Lay Hong, la monegasca Xiao Xinjang, la fiyiana Sin Yee y la canadiense Zhang Mo.
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