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Conciertazo antes del deporte
Nadal orgulloso abanderado de España, un delegación muy celebrada
A falta de pan, Río comercializa Brasil en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos. Tiene mucho que vender, tantos encantos, y tantas decepciones. Todo ello ajeno a los deportistas, el centro de esta creación que aparecen en un segundo plano, como teloneros del conciertazo.
A las ocho de la tarde, hora local, comenzó la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Río. En el palco, Thomas Bach, presidente del COI, flanqueado por el presidente en funciones de la República Brasileña, Michel Temer, que no fue nombrado en el protocolo para evitarle el mal trago de una silbatina garantizada; el secretario general de la Onu, Ban Ki-Moon. También asistieron Françoise Hollande, Matteo Renzi y John Kerry. Unas butacas más allá, el sucesor de Samaranch, Jacques Rogge, el máximo “culpable” de que estos JJ OO se celebren en Brasil. Pero seguro que los 70.000 aficionados que se citaron en Maracaná, y algunos millones más que lo vieron por televisión, se lo agradecerán. Por ahora.
Repetir una inauguración de Juegos como la de Pekín se antojó en 2008 imposible; Londres, con Danny Boyle de director de ceremonias, a base de millones e imaginación, se acercó bastante a Zang Yimou. El cineasta Fernando Meirelles se enfrentada una empresa entre delicada e imposible. Contaba con la tercera parte del presupuesto que su colega británico y se adaptó. Cómo, entusiasmando al público local y captando la atención del extranjero con canciones universales como “Nada más” o “La chica de Ipanema”. Si te gusta la música, te habrá gustado el conciertazo que fue antesala del comienzo de los Juegos.
Ahora la originalidad pasa por armar una pantalla gigante, parecida a la silueta de una ballena en este caso, que cubre lo que sería el rectángulo de juego de Maracaná, y jugar con la luz y los ordenadores. A ese espectáculo de luz, color, visualidad y tecnología informática punta se le añaden decibelios, una coreografía bien pensada, una historia bien tramada y una música reconocible y pegadiza y el éxito está garantizado.
Dijo Mirelles en las vísperas de la inauguración que montaría una fiesta como Brasil no había visto jamás. Dio en el clavo. Fantásticos profesionales a su servicio, coreógrafos, horas y horas de ensayos, bailarines y golpes de efecto para mantener permanentemente la atención del público. Reclamos como una excelsa batucada y el símbolo de la paz que se eleva sobre el ballet plateado. Luego el himno interpretado por Paulinho da Viola, ostentación de la bandera brasileña, la emoción a flor de piel en el graderío y al piano, Daniel Jobim interpretando “La chica de Ipanema” mientras Giselle Bundchen cruza de extremo a extremo dejando a su paso una estela de curvas... Como las suyas. El público canta también, y quién no, y de inmediato cambio de sintonía, de la balada al funk, al pop brasileiro, a una visión particular del inicio de la vida, los movimientos migratorios, la llegada de portugueses y europeos, de los africanos, de árabes y orientales y sin pausa la aparición de la metrópolis, un mundo nuevo en el Nuevo Mundo. Luego, el avión que se eleva al son de las notas del músico Chico Buarque.
Río juega el partido en casa y lo sabe. Y lo explota. Toca la fibra de los suyos con un desfile de ídolos de la música local: Ludmila, Dompasinho, Lelezinha... Pop, funk... Elza Soares, Marcelo D2, Zeca Pagodinho, Karol Conka y MC Sofia, una rapera de 12 años, hasta cerrar con Jorge Ben Jor y la garra de Regina Casé. Para que todo no fuera Brasil, un guiño al planeta y el riesgo de desaparición en que se encuentra a causa de la contaminación el CO2 y todas las desgracias medioambientales imaginables. Pero en Río se detiene la catástrofe, de una planta surge de nuevo la vida y las voces de Fernanda Montenegro y la actriz británica Judy Dench interpretan un poema de Carlos Drummond de Andrade, un anuncio de esperanza. Han transcurrido 50 minutos y comienza el desfile de las delegaciones, lo único invariable de todas las ceremonias.
El tiempo pasa volando, la gente se divierte en el estadio y a falta de pan, que las miserias rozan la superficie, Río comercializa Brasil. Tiene mucho que vender, tantos encantos, y tantas decepciones. Todo ello ajeno a los deportistas, el centro de esta creación que aparecen en un segundo plano, como teloneros del conciertazo. Siempre es igual. Pero ellos interpretan su papel llenos de gozo, de alegría por el momento de vivir unos Juegos Olímpicos, y de esperanza porque a algunos de ellos, no a todos, el éxito los aguarda sin vacilación ni pausa.
El deporte se abre paso entre la música y la realidad acucia. En dos semanas hay que conseguir récords, obtener medallas, enjugar las lágrimas, aprender de los errores y buscar nuevos horizontes. Después de más de dos horas de ceremonia se mantenía en secreto el nombre del elegido para encender el pebetero, después de que Pelé excusara su presencia por problemas de salud. Entre tanto, el desfile interminable y la primera ovación cerrada, cuando apareció España con Rafa Nadal, su abanderado elegante y sonriente a la cabeza. Por cierto, la delegación española fue una de las más celebradas, después de la brasileña, naturalmente. Y la más protestada, acaso la único silbada, la Argentina. No es el deporte lo que une a estos dos países, y menos el fútbol, lo que en realidad los distancia.
No obstante, y como no podía ser de otra manera, Carlos Nuzman, presidente del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016, y Thomas Bach hablaron de unidad, no de divisiones. Nuzman se sintió orgulloso de sus compatriotas y Bach, como él, tuvo palabras de agradecimiento para los voluntarios, esa parte tan importante del olimpismo, y pidió a los “diez mil mejores deportistas del mundo” que se respeten, que reflexionen juntos, que el dopaje es una lacra y que será perseguido, y que el legado de estos Juegos prevalecerá en el futuro de esta “Ciudad Maravillosa”.
Luego entró en el estadio el campeón olímpico y leyenda de Kenia, Kip Keino, que pidió alimentos, abrigo y educación para los menos favorecidos. Entonces habló Michel Temer para declarar abiertos los Juegos Olímpicos de Río y recibió un abucheo unánime y superior al que sufrieron los argentinos. Varias leyendas del deporte brasileño portaron la bandera de los aros olímpicos entre el alborozo del público, recuperado del susto que les dio Temer cuando habló. Ahí fue Oscar Schmid quien cosechó la ovación más grande. Y por fin, tras los fastos y el juramento olímpico de deportistas, árbitros y técnicos, y más música brasileña, la apoteosis con la escuelas de samba, Cayetano Veloso, Gilberto Gil y Anita para volver a enganchar al público, el encendido del pebetero, honor que correspondió al maratoniano Vanderley Cordeiro de Lima, el secreto mejor guardado de toda la ceremonia. Cuatro horas de ceremonia, cuatro horas y alguna más con los deportistas allí abajo, de pie. Dicen que sarna con gusto no pica, pero estas ceremonias siguen siendo matadoras para los auténticos protagonistas.
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