Natación

La otra familia de la campeona

Vergnoux fue el entrenador que la transformó; Mónica Solana, las manos que la cuidan, y Richie, su entrenador mental

La nadadora española Mireia Belmonte y su entrenador Fred Vergnoux.
La nadadora española Mireia Belmonte y su entrenador Fred Vergnoux.larazon

«Mireia cree en algo. No me atrevería a decir que en Dios, pero cree en algo», dice Mónica Solana. Ella es la fisioterapeuta de Mireia Belmonte y no cree en Dios, pero, de alguna manera, rezó pensando en si iban a ser capaces de ganar la medalla de oro. Lo fueron y Mónica, inseparable desde hace tiempo de la nadadora, apenas podía articular palabra en los intestinos del Estadio Acuático de Río. Le temblaba la voz, le temblaba todo el cuerpo. «Es que ha sido tanto sufrimiento, tantos días en los que parece que no, otros en los que sí, tantos sacrificios familiares», continuó relatando. «Fred siempre habla de que esto es como un iceberg, que sólo se ve la punta, el resultado, ganar o no, pero todo lo que hay detrás es inmenso», continuó la mujer cuyas manos tuvieron que tratar los doloridos hombros de Mireia. La metáfora del iceberg sirve tanto para definir el trabajo de la nadadora como el de el grupo que tiene detrás. De ellos se acordó la campeona. Están, por supuesto, sus padres, que le han dado los genes y la capacidad de trabajo, aunque ellos, Paqui y José, aseguran que apenas se meten en su vida porque es muy disciplinada desde siempre.

Su entrenador, Fred Vergnoux, es mucho más que eso. «Me ha sabido motivar... Y aguantar», asegura Mireia de la persona que la terminó de convencer de que podía ser campeona. Luego ha sido ella la que se ha ido marcando retos hasta lograr el más grande. Unos han tirado de otros. Fred es conocido por sus métodos duros, aunque él siempre difiere. Asegura que hace lo mismo que muchos entrenadores en el mundo, que en España lo que hay es vaguería y que su chica es el ejemplo, a la inversa. «Yo siempre he dicho que hay gente que tiene más talento que Mireia, pero ella lo ha hecho con trabajo, ganas y pasión», desvela el entrenador, que pone un ejemplo: «De la final, Mireia era la más pequeña». No hay dato que se le escape a este francés que es una eminencia en el mundo de la natación. No hay más que verle pasear por la piscina de entrenamiento o por la de competición en Río. Se para cada poco para saludar a alguien. Ha aprendido a abrir un poco la mano en algunas cosas, pero siempre quiere tenerlo todo bajo control. Le deja escaparse a algún acto de patrocinio, aunque no le haga gracia, por ejemplo, que vaya con tacones. Considera que con poco se puede perder mucho y que si entrenando ocho horas eres subcampeón, hay que entrenar diez.

Dice que él prepara «atletas, no nadadores» y ha incluido numerosos deportes en el entrenamiento, aunque muchos le traten de loco. El esquí, por ejemplo, una disciplina peligrosa para las rodillas. Pero también el boxeo, la bicicleta o subir al pico del Veleta corriendo en las concentraciones en Sierra Nevada. Él pone un reto y Mireia lo cumple. Tan fácil como difícil. Lloró mucho al verla proclamarse campeona y se abrazó a Mónica Solana, la fisioterapeuta que ayudó a superar uno de los momentos más inquietantes de la nadadora: la lesión en los hombros del año pasado. Estuvo forzando, compitiendo con más dolor del habitual, pero no había manera de que el mal desapareciera. Mónica llevaba apartada del mundillo deportivo un tiempo por un problema personal, pero Fred la llamó y entre todos consiguieron salir adelante, por dolorosa que fuera la renuncia al Mundial de Kazán. El objetivo era Río. «Ella ya estaba medio recuperada de los hombros antes del Mundial, pero faltaba hacer todo el trabajo de fuerza y demás», relata Mónica. La competidora nata que es Mireia decidió hacer caso a la lógica y no acudió. «Fue la decisión buena porque ganó en descanso, en trabajo con el fisio y en estar fresca física y mentalmente», opina Fred. «Acertamos», dice la doble medallista en Río. La lesión le ha enseñado a escuchar a su cuerpo. Su mente la trabaja con un «coach», uno de los secretos mejor guardados. «Con Richie, su preparador mental, hablamos de que ésta era la última pieza del cubo de Rubik», desveló Vergnoux. Todos los colores están en su sitio, el cubo está completado.