Europa League
Sevilla-Juventus: once cebras en una ciudad "engorilada"
El equipo de Mendilibar deberá hacer bueno el empate de Turín para disputar su séptima final europea
La palabra «engorilada», como participio femenino del verbo pronominal «engorilarse», está recogida en el DRAE como un modismo coloquial de Chile que significa «emborracharse hasta perder el sentido». En el habla de la Baja Andalucía, sin embargo, el adjetivo define justo el estado de ánimo, casi un trance, que experimentan las personas o colectivos en las vísperas de una importante ocasión. Verbigracia, los políticos en campaña electoral; los rocieros que esta semana preparan la romería para ir a ver a la Blanca Paloma –la genuina de Almonte, no esa calamidad que participó con descriptible éxito en Eurovisión– o, por encima de todas las cosas, el sevillista cuando su equipo disputa las rondas decisivas de la Europa League.
En ese manicomio que será el Sánchez-Pizjuán, delante de casi cincuenta mil primates capaces de partirse el esternón a puñetazos –así se manifiesta el «engorilamiento» en su fase de paroxismo agudo–, se deberán desenvolver once futbolistas ataviados a rayas blanquinegras, cuya elegante indumentaria no debe llamar a engaño: representan a la Juventus, campeona de todo lo posible, y representan por tanto un peligro letal para los gorilas hostiles. Igualito que las cebras de la sabana, que no son los bonitos cuadrúpedos que han dibujado los cuentos de Disney, sino unos équidos agresivos capaces de reventarle la frondosa cabeza a coces al mismísimo león.
Sucede, además, que el Sevilla ya no fundamenta sus esperanzas de clasificación para su séptima final de la Europa League –es su séptimo intento, nunca ha perdido una semifinal– sólo en cuestiones tan poco tangibles como su pedigrí en el torneo o sucesos sobrenaturales como la defección del Manchester United en la ida de los cuartos. Ahora, desde el bendito momento en el que Mendilibar suplió al infausto Sampaoli, hay también un equipo con sus argumentos futbolísticos, menores que los de la Juventus si se quiere, pero en absoluto desdeñables.
Tiene el Sevilla en Bono a un portero que para, cuando antes era una especie de centrocampista con guantes que tocaba el balón sesenta veces por partido; tiene a un delantero en vena, En-Nesyri, mil veces preterido por el entrenador anterior para sacar a un falso nueve que resultaba completamente falso y para nada nueve; tiene a centrales jugando de centrales y a centrocampistas de oficio, no a laterales reconvertidos a palos. Y tiene, sobre todo, a dieciocho tíos que: 1) son capaces de aguantar en pie noventa minutos porque ENTRENAN cada día; y 2) se creen el mensaje de un entrenador que transmite sus consignas con un folio garabateado en pleno partido. Parecen cosas sencillas, sí, pero durante tres cuartas partes de la temporada parecieron quiméricas en el Pizjuán.
La Juventus, con su inmenso «savoir faire» y la inyección de ánimo que le da el empate de la ida, logrado en el minuto 96 tras haber sido superado claramente por su rival, se erige sin embargo como un enemigo de cuidado. Es esta Europa League el único título que podrán pescar esta temporada negra en la que apenas han contado con Pogba –se volvió a lesionar el domingo pasado– y en la que Vlahovic, su delantero de coste astronómico, apenas si ha brillado. Soplan en Turín aires de fin de época, aunque los «engorilados» deberían conocer cuán peligrosa es una bestia herida.
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