Fútbol
Solsticio de verano
El fútbol antiestético de Irán –¿quién paga por ver eso?–; el mal trago que pasó España, salvada por «la rodilla», sensaciones y notas en el almanaque. «No habrá sino recuerdos. /Oh tardes merecidas por la pena» (La Despedida, Borges)
El fútbol antiestético de Irán –¿quién paga por ver eso?–; el mal trago que pasó España, salvada por «la rodilla», sensaciones y notas en el almanaque. «No habrá sino recuerdos. /Oh tardes merecidas por la pena» (La Despedida, Borges).
Mariano Rajoy ha bajado el cierre. En horas 24 le desalojaron de Moncloa, un poco más tarde abandonó motu proprio la presidencia del PP y días después ha regresado a su origen, registrador de la propiedad en Santa Pola. Una jornada laboral decente, paseos por la playa... Ni una palabra de más, ni su estela ni sus conocimientos para influir en el partido: no piensa hacerlo, dice. Punto y final. Más o menos como Indurain cuando se bajó de la bicicleta. Lo dio todo y descansó. Dejó de asombrar al mundo en llanos, repechos y puertos inhumanos y optó por las partidas de caza con la cuadrilla; pero sin pegar un tiro; sólo para asar las chuletas. El gran Miguel, el inigualable, el único, el líder envidiado e incontestable, el emperador, de un día para otro se convirtió en gregario cinegético; de arder en las cuestas del Tourmalet, a prender la chasca, mantener las brasas y la carne en su punto. Y todo esto, a cuento de qué. ¿De la Selección, que las pasó canutas contra Irán? Pavor producía lo que sucedía en el campo y temor por lo que podría ocurrir más adelante si Busquets, Iniesta, Silva o Carvajal no adquieren el punto de forma necesario para superar las sucesivas etapas del Mundial hasta el partido del 15 de julio, que es el objetivo. Pero no, tampoco se trata de eso, ni del antifútbol reglamentario de los iraníes en el primer tiempo ni de la estampida de esos cobardones transformados en titanes por obra y gracia de la rodilla de Diego Costa en la segunda mitad. Poco a poco entro en harina para salir de LA RAZÓN. Hace veinte años, ¿verdad, Serrat? En un caluroso día de agosto me comprometí con un proyecto extraordinario que para sorpresa de maledicentes y envidiosos en noviembre cumplirá la veintena. Ha superado la mayoría de edad y ahí estamos. Hemos recorrido juntos una vereda tortuosa, con tantos obstáculos como puede soportar un periódico durante una travesía que con la maldita crisis sobre los hombros ha dejado tiritando a demasiados medios de comunicación. ¡Y los que han desaparecido! Más de 30.000 puestos de trabajo aniquilados, más de 30.000 periodistas que ya no están para contarlo... Y yo me voy, precisamente en el solsticio de verano. 21 de junio, el día más largo y luminoso del año, escribo mi última columna en LA RAZÓN. La releeré el 22, en el papel, en mi periódico, y cuando lo cierre sentiré nostalgia. Son veinte años desde que me llamó Julián García Candau y Joaquín Vila, el director, me firmó el contrato. Casi la mitad de ese tiempo de pasión me he sometido a diario a la dictadura de la columna, que dice Raúl del Pozo, como mi admirado Alfonso Ussía. Inmenso placer, aunque suene «masoca», como el de compartir sección con Quique Gozalo, Mariano Ruiz Díez, Domingo García, Francisco Martínez, José Manuel Martín, José Aguado, Blanca Benavent, Lucas Haurie... ¡Cuidado que hemos superado peripecias juntos! Seguro que alguna más nos reserva el destino, aunque nos separemos ahora. Cambio de trinchera; David Aganzo me ha convencido para irme con él y con su ambicioso proyecto a la AFE. Fantástico. Hasta pronto. Con permiso.
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