Rojo
Nadal: la perfección existe
Nadal lo volvió a hacer en Roland Garros. Levantó la décima Copa de los Mosqueteros doce años después de ganar la primera. Su lección en la final a Wawrinka estuvo a la altura de su leyenda.
Nadal lo volvió a hacer en Roland Garros. Levantó la décima Copa de los Mosqueteros doce años después de ganar la primera. Su lección en la final a Wawrinka estuvo a la altura de su leyenda.
El décimo Roland Garros es la culminación de una leyenda que está más viva que nunca. Es el retorno del mejor jugador de la historia sobre tierra batida. Rafa Nadal volvió a levantar la Copa de los Mosqueteros y lo hizo con una superioridad que no tiene parangón, ni siquiera en sus mejores días. Ante Wawrinka se repitió la historia de los seis partidos anteriores. No cedió un set tampoco en la final, sólo ha encajado 35 juegos, nadie le ha hecho más de cuatro en un set... los números reflejan exactamente lo mismo que se vio en la pista las últimas dos semanas: nadie en arcilla es superior a Rafa, nadie es capaz de mirarle a los ojos. Antes, ahora y ¿en un futuro? El décimo título en Montecarlo, el décimo de Barcelona, el quinto en Madrid y el décimo en París apuntan que el dominio de Nadal, si las lesiones no lo impiden, puede prolongarse. «Lo de Nadal es enorme, está en un momento de forma espectacular», aseguró Wawrinka después de sufrir su primera derrota en una final de «Grand Slam». La reflexión del suizo coincide con la del entorno más cercano de Rafa. «Ha llegado en perfectas condiciones a París. Sabíamos que iba a llegar bien y ya lo vimos desde el primer día», declaró Moyá. «Ha sido más fácil de lo esperado, aunque yo confiaba en la victoria de Rafael», decía Toni. Había tal sensación de seguridad en el rendimiento de Nadal que la emoción entre sus más cercanos resultaba incluso hasta contenida.
Inalcanzable Rafa
Sólo hubo final hasta el cuarto juego, justo hasta el momento en que Wawrinka salvó cuatro bolas de «break» con su segundo servicio. Cuando el suizo parecía dispuesto para la pelea y Rafa todavía no había cogido ritmo de partido, el rumbo cambió drásticamente. Nadal había acumulado, mediado el primer set, 10 errores no forzados. En todo el resto del partido sólo sumo dos más. Eso significó cuatro juegos seguidos para apuntarse el primer set. Aceleró hasta un 3-0 en el segundo cuando se cumplía la hora de partido y a Wawrinka la vida se le puso demasiado cuesta arriba. Al suizo no le quedó más remedio que tirar de todos los recursos que llevaba en la mochila. No le bastaron y lo pagó su raqueta. Rafa fue un frontón. Clavó el tenis que mostró ante Thiem 48 horas antes. Hizo daño con todo, hasta colocando las botellas en los descansos amedrentó al suizo. Derechas –un «drive» paralelo en carrera ha sido uno de los golpes del torneo–, reveses cruzados destructores, cada subida a la red era un punto –no falló ninguna hasta bien avanzado el tercer set– y en los pocos momentos críticos con su saque apareció un segundo servicio que se ha convertido en el enésimo recurso. «Esto es algo irreal», confesaba Moyá abrumado por la exhibición en la final de su íntimo amigo. Con 31 años Rafa es mejor jugador de lo que era cuando sumó 81 victorias seguidas en arcilla. Ejecuta con más frialdad a los rivales, tiene un abanico más amplio de recursos y su lectura de los partidos es tan buena como ha sido toda la vida. El cóctel es explosivo, insoportable para los contrarios.
Homenaje colectivo
Esta edición del torneo ha sido especial por muchas cosas. Una de ellas es el histórico reconocimiento a Nadal por parte de los organizadores. Habrá una estatua de Rafa en Roland Garros y la celebración del título fue un homenaje al español y su entorno. En las pantallas de la central aparecieron los diez puntos de partido con los que Nadal ha levantado las diez Copas de los Mosqueteros, se desplegaron pancartas en las gradas y en el podio, con él de protagonista indiscutible, se veía un 10 majestuoso. También apareció su tío en la pista, lo nunca visto. No lo hizo porque sí, sino para entregarle el trofeo a su sobrino y recibir una réplica. «No me lo esperaba, me lo han dicho al final del partido», confesaba Toni a Eurosport. El abrazo entre Rafa y él fue conmovedor y las palabras de Nadal, más: «Gracias por estar conmigo desde los tres años. Sin ti no es que no hubiera podido ganar diez veces aquí, es que creo que no habría ganado ni una». Sin Toni, Rafa quiere más.
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