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"Valverde es como un niño que se va de colonias"
«Pero comed arroz», decía Alejandro Valverde en la cena después de ganar el Mundial en Innsbruck. «Nos reímos todos, pero esa anécdota dice mucho de cómo se cuida incluso el día en que es el máximo responsable de la felicidad que hay a su alrededor», explica Ainara Hernando, la autora de «Cuando fuimos los mejores» (Cultura Ciclista, 320 páginas), el libro que revive el oro del murciano en el campeonato del mundo del año pasado.
Pero la medalla no es sólo de Alejandro. Por el libro, y por el Mundial, desfilan personajes secundarios que acaban convirtiéndose en principales. Especialmente el seleccionador, Javier Mínguez, y Juan Carlos Escámez, el masajista y muchas cosas más de Valverde. «Mínguez sabe que es un portento físicamente y en la preparación no se va a meter. No hace falta. Pero sí hace una labor de mentalización unos meses antes en mayo, cuando lo va a ver a Granada y le dice que no puede correr como está corriendo, que le ha visto en las Ardenas a lo loco, saliendo a todos los ataques, disparando en todas las batallas y que se tiene que mentalizar de que el Mundial es una carrera de casi 300 kilómetros, de que son muchas horas encima de la bici, de que es un circuito muy duro y que tiene un disparo y lo tiene que guardar hasta el momento idóneo», explica la autora. De ahí nace la frase que resume las enseñanzas de Mínguez: «un tiro, un muerto».
«Escámez no sólo es su masajista, es esa persona que escucha, que le recoge en su casa cuando está con un poco de gripe y hace esa labor psicológica de decirle “recuerda quién eres, has ganado todo, esto está muy al alcance de tu mano, éste es el año en que le puedes conseguir, tienes mejores piernas que en todo el año” y le convence de que lo puede conseguir». «Escámez es la persona que conoce su cuerpo casi mejor que él mismo, porque es el que se lo descarga casi a diario. Le dice que tiene piernas para ser campeón del mundo y Valverde se va a la cama a mil, con una motivación increíble», añade Hernando.
Es un libro de emociones, las mismas que transmitía Valverde después de ganar. «Él relativiza mucho tanto las victorias como las derrotas, no se deja llevar mucho por las emociones. En cambio ese día sí. Ahí estaban contenidos todos esos años, Florencia, Ponferrada, el primer Mundial que corre en 2003 y que hace medalla, los años que tiene que trabajar para Freire y ya había polémica. Es la consecución de algo que le ha costado mucho conseguir», dice la autora.
Y es un reflejo también de la personalidad del campeón del mundo. «Siempre había oído hablar de lo bromista que era en las concentraciones e incluso a mí me gastó alguna broma. Quitaba los móviles a los compañeros y llamaba a las mujeres, entraba en la sala de masaje y se ponía a dar masaje a alguno, les ponía crema en sitios donde no hay que dar crema... Eso explica por qué la gente lo quiere tanto», añade Ainara.
Es la realización de un sueño que Alejandro ya había dejado de soñar. Pero que el domingo se puede repetir en Yorkshire. El reflejo de la ilusión de «un señor de 39 años con el alma de un niño de 16 que coge su maleta porque en el colegio le dicen que se va de colonias».
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