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Neurofinanzas: no son los números, sino su cerebro

Las decisiones de inversión tienen que ver con nuestros procesos mentales y con las influencias culturales, familiares y aquellas basadas en nuestras propias experiencias

Hoy en día, se puede observar de manera clara cómo responden las distintas áreas cerebrales ante la toma de decisiones
Hoy en día, se puede observar de manera clara cómo responden las distintas áreas cerebrales ante la toma de decisioneslarazon

Si usted está a punto de tomar una decisión de inversión, sepa que decantarse por una opción u otra, en contra de lo que pueda parecer, poco o nada tendrá que ver con los números ni con un sesudo cálculo ni tampoco con vastos conocimientos financieros. La causa que le llevará a ser un inversor más o menos arriesgado está en su propio cerebro. La neurociencia ha llegado a un nivel tal de desarrollo que, a día de hoy, ya se puede observar de manera clara e instantánea cómo responden las distintas áreas cerebrales ante determinados estímulos o frente a la toma de decisiones, una observación que se ha extendido a otros ámbitos como el marketing, la política, la gerencia, y también a las finanzas.

Cuando estas respuestas se trasladan al mundo de la inversión recibe el nombre de neurofinanzas, las cuales tienen un fuerte componente cultural que, tradicionalmente, se ha asociado a las ciencias sociales, cuando en realidad tienen que ver más con la biología, en tanto en cuanto que distintos estudios demuestran que la cultura es una evolución del sistema nervioso central.

Así, las neurofinanzas, que estarían relacionadas con las áreas más profundas de nuestro cerebro, describen cómo se comporta un individuo ante una situación de riesgo y cómo utiliza su sistema nervioso ante estas decisiones. De ahí que podamos decir que las determinaciones de inversiones van mucho más allá de los números. «No se trata tanto de cifras como de decisiones impulsivas que tienen que ver con la parte del cerebro reptiliano que es, precisamente, la que regula las emociones», explicaJoselyn Quintero, autora y conferencista especializada en armonía financiera y experta en neurofinanzas. Por tanto, es la interacción entre las distintas áreas del cerebro la que nos lleva a elegir y, por tanto, a tomar una opción más o menos arriesgada al invertir.

Riesgo y recompensa

A la hora de inclinarse por una posibilidad u otra, según Quintero, intervienen varios sistemas, como el de aversión al riesgo o el de recompensa. Mientras que el primero nos ayuda a saber qué estamos dispuestos a perder; el segundo combina factores que tienen que ver con la intensidad de la pérdida y de la ganancia.

«En el caso de sistema de aversión, estudios han descubierto que la pérdida no es simétrica respecto a la ganancia. Es decir, nuestro cerebro percibe las pérdidas con una intensidad 2,5 veces mayor que la recompensa. Al contrario de lo que podemos pensar, nuestra mente no advertirá de igual modo ganar 1.000 euros que perder idéntica cantidad porque el cerebro humano tiende siempre a sobredimensionar la pérdida. Así, para compensar un menoscabo de 1.000 euros, deberíamos recuperar 2.500 para equilibrar el sentimiento», asegura.

Nuestro cerebro está diseñado para estar en modo supervivencia y no en crecimiento. «Este fenómeno, que es fisiológico, es el que hace, por ejemplo, que, por lo general, las personas no arriesguen y prefieran mantener un empleo seguro a buscar otro aunque no les satisfaga», destaca Quintero.

Pese a que nuestro cerebro prioriza lo seguro, existen factores determinantes que pueden cambiar nuestra percepción y que pueden hacer que nos mantengamos como un inversor más conservador o, por el contrario, que evolucionemos hacia otro más arriesgado en busca de rentabilidad:

– Cultura. Hay culturas en la que el crecimiento es penalizado, en las que el riesgo está mal visto. Asumirlo se ve como algo peligroso, por lo que el grupo tiende a proteger al individuo diciéndole lo que le conviene. Sin embargo, existen otras en las que es premiado, como es el caso de la anglosajona. Las palabras emprender o invertir se relacionan con la aventura. Socialmente, se apoya al emprendedor. Se ve como algo positivo.

– El entorno familiar: En este sentido, la experiencia familiar en torno a un negocio se convierte en decisiva. Si se produjo un fracaso empresarial, la familia tenderá a que las posiciones sean más conservadoras. También el hecho de haber tenido un padre emprendedor, con una economía familiar poco estable, con altos y bajo, puede estar condicionando nuestro cerebro a la hora de asumir riesgos.

– Nuestra propia experiencia. Nos dará siempre un sesgo cognitivo. Si, por ejemplo, en alguna ocasión hemos prestado dinero y no nos los han devuelto, tenderemos a pensar que no tenemos que volver a hacerlo.

«Esas tres cosas se van sumando a nuestro sistema neuronal y hacen que tengamos la capacidad de resilencia antes las pérdidas o no. En muchas ocasiones, la influencia de estos elementos es de tal magnitud que el individuo se ve incapaz de gestionar y de asumir esta pérdidas, lo que le puede llevar a una situación de desesperación e, incluso, al suicidio», concluye la autora.

Combinando todos estos factores, usted puede trazar su propio perfil inversor que,según los expertos, tiene más que ver con sus procesos mentales que con los conocimientos financieros que posea.

¿Es el español tan conservador como parece?
Joselyn Quintero considera que, a la hora de describir el perfil inversor de los españoles, se produce una paradoja. De forma tradicional, se ha asociado a una actitud conservadora. Sin embargo, sus comportamientos están muy ligados a la parte emocional por su carácter abierto, lo que les puede conducir, a veces, a tomar decisiones arriesgadas. Prueba de ello, según Quintero, fue la adopción en España del euro. Hubo una exacerbación de los recursos, con la entrada de liquidez en el sistema, lo que llevó a un endeudamiento masivo. «Los españoles son conservadores, pero cuando hay recursos, toman decisiones arriesgadas. La emocionalidad conduce a los individuos a asumir riesgos y a cometer errores. Equivocarse no es algo malo, lo malo es no aprender de ello», subraya Quintero.