Opinión

El sector financiero ante la transformación digital

Por Gregorio Izquierdo, director general del Instituto de Estudios Económicos

Los bancos tradicionales deben competir con las nuevas entidades nativas digitales, como los neobancos o las FinTech
Los bancos tradicionales deben competir con las nuevas entidades nativas digitales, como los neobancos o las FinTechDreamstimedreamstime

Las disrupciones generadas por la actual crisis sanitaria y económica no han hecho sino confirmar la enorme relevancia y el elevado potencial que presentan la digitalización y las nuevas tecnologías para una economía, tanto en términos de eficiencia y valor añadido, como de flexibilidad, agilidad y resiliencia. Esto va a acelerar la transformación digital de nuestra economía, un proceso que, en el caso del sector bancario, es particularmente necesario dado el entorno competitivo que afronta. No en vano, la banca lleva varias décadas inmersa en dicha transformación, y se posiciona como punta de lanza en muchos aspectos de esta revolución digital y tecnológica.

El esfuerzo del sector financiero de optimización de costes iniciado tras la crisis de 2008, realizado desde entonces en este campo, ha sido ciertamente admirable, hasta el punto de que nuestro sector financiero exhibe en la actualidad unos niveles de eficiencia superiores a la de la mayoría de países de nuestro entorno. No obstante, el contexto actual de tipos de interés reducidos y de debilidad del ciclo dificulta el incremento del margen bruto, lo que explica que siga apostando por la digitalización tanto para optimizar la eficiencia como para transformar el modelo de negocio.

La revolución digital en el sector financiero no se limita a la amplia implementación de la Banca Electrónica o de la Banca Online. La Banca Digital va mucho más allá de abordar un progresivo cambio del canal físico al canal online en la prestación de los servicios financieros, pues pretende aprovechar las oportunidades que las nuevas tecnologías como el Big Data, la Inteligencia Artificial, el Cloud Computing, el Blockchain o el Internet de las Cosas, ofrecen en multitud de áreas, generando innovaciones tanto en términos de procesos, como de producto.

Aunque en un primer momento los impactos más visibles se producen en términos de eficiencia en costes merced a la optimización de recursos y procesos, también existen abundantes posibilidades por el lado de los ingresos, mediante la mejora de las propuestas de valor ya existentes y de la creación de otras nuevas. A través del uso del Big Data y la Inteligencia Artificial, es posible tener un mejor conocimiento de cada cliente y ofrecerle una comunicación, asesoramiento, y oferta personalizados, mejorando así la satisfacción de sus necesidades.

Las nuevas tecnologías permiten, además, mejorar la gestión de muchos de los riesgos del negocio bancario, pero también genera intrínsecamente otros riesgos, como son, fundamentalmente, los relacionados con la ciberseguridad. Se debe continuar reforzando los enormes avances que se han producido en los últimos años en el control de estos ciberriesgos, ya que su materialización implica un daño reputacional de la entidad perjudicada, en un entorno en el que la confianza es clave para la propuesta de valor.

Nuevos actores

El otro gran reto tiene que ver con la aparición de nuevos actores, como las FinTech o las BigTech, que intentan ofrecer soluciones innovadoras en el mundo de los servicios financieros digitales. El problema surge porque las entidades financieras tradicionales están sujetas a mayores restricciones regulatorias que estas empresas, lo que lastra su capacidad de innovación y les dificulta competir en igualdad de condiciones. Para solucionar esta asimetría regulatoria y lograr un entorno competitivo realmente equilibrado, se debe abordar un cambio normativo que permita una nivelación del campo de juego, de modo que las mismas actividades estén sujetas a las mismas normas, con independencia de quién las lleve a cabo.

Un ejemplo de esta falta de neutralidad regulatoria se encuentra en la directiva de servicios de pago PSD2, que da carta de naturaleza al llamado open banking, de forma que los bancos tienen que compartir con terceros los datos de los clientes que así lo autoricen, sin que exista una reciprocidad en el flujo de información. Los datos se han convertido en el gran activo estratégico, y pueden catalizar mejoras en el campo de la innovación y en la satisfacción de los consumidores. Por ello, se debe facilitar que los clientes que así lo deseen puedan compartir sus datos generados en cualquier actividad digital, y no solo la de servicios de banca, de manera que la obligación de cesión de información no vincule en exclusiva a las entidades financieras, sino también al resto de sectores que operen en el entorno digital.

La clave del reto regulatorio reside en flexibilizar la normativa para hacerla compatible con el fomento de la innovación, evitando la creación de ventajas competitivas artificiales, y siempre preservando la protección del cliente y la estabilidad del sistema financiero en su conjunto. Tras la pasada crisis financiera, se estableció una especie de paradigma que, en el mundo anglosajón, algunos denominaron de manera coloquial como el «retorno a la banca aburrida», en referencia a la vuelta al modelo de negocio bancario tradicional. Sin embargo, la multitud de retos y oportunidades que afronta este negocio en el ámbito digital, con las innumerables posibilidades que este brinda, hacen que la banca en la actualidad sea un sector, de todo, menos aburrido. El desafío es elevado, pero nuestras entidades ya llevan un largo pero acertado camino andado para poder seguir manteniendo en el futuro su liderazgo presente y sus propuestas de valor a través de la incorporación continua de las innovaciones de producto y proceso que van unidas al reto de la transformación digital.