Desempleo
Retrato del parado cuatro millones: “Ahora mismo, sólo pienso en alguna sustitución en vacaciones”
Jaime es uno de los cuatro millones de parados que hay en España actualmente. Tuvo que cerrar su negocio y, desde entonces, sólo encadena trabajos en los que no encuentra estabilidad alguna
Las cifras del paro que se conocieron ayer animan a todo menos a la esperanza. El número de parados ha sobrepasado la barrera de los cuatro millones, número al que no se llegaba desde abril de 2016. No sólo eso: en febrero se inscribieron 44.436 personas, su mayor subida en este mes desde 2013; 900.000 personas se encuentran bajo el amparo de un ERTE; y la cifra de menores de 25 años parados es la más alta desde 2017, con 366.000 totales. Los números son sólo eso, números. Pero detrás de ellos se esconden cuatro millones de realidades y particularidades diferentes que hacen de esta pandemia no sólo un desastre sanitario y económico, sino también social y humano.
En sus propias carnes lo ha vivido Jaime, un joven de 36 años al que el coronavirus le ha vapuleado. Él era autónomo. Tenía un kiosko de prensa familiar. Heredado del abuelo de su padre; muchísimos años en la Plaza de Villa de Vallecas al pie del cañón. Pero, de la noche a la mañana, “caput”: “Por culpa del Covid he tenido que cerrarlo. Supuestamente somos de primera necesidad y yo tenía que permanecer abierto. Pero si la gente no podía salir a la calle ni a comprar el periódico, ¿qué iba a vender yo?”.
Además, al estar abierto y continuar su actividad, no percibió ninguna ayuda. Comenta con algo de sorna la confusión que tiene el Gobierno y la poca claridad de su actuación: “Me retiraron el canon anual del kiosko. Aún así, en su día, cuando no se conocía aún nada, tuve que pagarlo. Pues la semana pasada me lo han vuelto a mandar diciendo que tenía un recargo de 50 euros por no haberlo abonado. O sea, hace dos semanas me mandan una carta diciendo que me iban a devolver un dinero que ya había pagado y ahora, que hay que volverlo a pagar. Tienen un lío con eso”, lamenta.
Después de echar el cierre, Jaime tuvo “suerte”, si se le puede llamar así. Encontró un trabajo temporal que le mantuvo ocupado durante un tiempo: “Voy donde me va saliendo. He trabajado unos meses en la limpieza viaria, pero se me acabó el contrato y no me volvieron a llamar. También me contactaron de Decathlon, pero igual, dos meses y a casa. No me han renovado”. En esta última empresa le aseguraron que, si la cosa mejoraba, le volverían a llamar. Pero nada más lejos: “No hay trabajo. Empezaron a cerrar tiendas, comenzaron a establecer límites horarios y no se vendía igual. No había actividad, y eso que es una empresa grande”.
Futuro incierto
Sobre el futuro, Jaime lo ve bastante turbio. Aspira únicamente a ir encontrando puestos esporádicos que le permitan ir subsistiendo con lo que se pueda. Pero de seguridad, nada: “Ahora mismo solo pienso en que venga el verano y entrar en algún sitio para cubrir sus vacaciones. Supuestamente me iban a llamar de Decathlon ahora que empezaría a haber más demanda... Pero nada, tengo amigos dentro que me dicen que es imposible”.
Jaime es una voz de las cuatro millones que se encuentran en su situación. Él espera una baja de verano; otros estarán aguantando a una llamada, a un correo, a un aviso; algunos estarán formándose o reciclándose para poder abrir más las posibilidades de trabajar. Pero ninguno está haciendo lo que quiere, que es eso: trabajar.
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