Precios

Las tensiones inflacionistas amenazan con enquistarse

Si los riesgos de aumento de precios son percibidos como duraderos en el tiempo, habrá una escalada alcista generalizada de los mismos

La Unión de Pequeños Agricultores (UPA) de Granada vende este viernes frutas y verduras a precios justos, por encima de lo que reciben los agricultores y más barato de lo que marcan los supermercados, como medida para combatir la especulación de precios
La Unión de Pequeños Agricultores (UPA) de Granada vende este viernes frutas y verduras a precios justos, por encima de lo que reciben los agricultores y más barato de lo que marcan los supermercados, como medida para combatir la especulación de preciosPepe TorresEFE

La inflación en EEUU se ubica en el 5,4%. Dentro de la Eurozona todavía se mantiene en los más moderados niveles del 2,2% (aunque se trata del máximo desde 2018 y ya se halle fuera del rango del Banco Central Europea) y en España alcanzamos el 2,9%, el ritmo más elevado desde 2017. Estamos, pues, ante el periodo con mayores tensiones inflacionistas globales desde antes de la crisis de las subprime: unas tensiones que, aunque deberían tener inicialmente una naturaleza transitoria, corren el riesgo de enquistarse en la economía y, en caso de hacerlo, de frustrar la incipiente recuperación que estamos experimentando. A la postre, si se instala en la percepción de los agentes económicos que la inflación ha llegado para quedarse durante al menos unos años, estos agentes económicos podrían reaccionar por diversas vías. Por un lado, podrían intentar renegociar al alza sus ingresos nominales: los trabajadores reclamarán mayores salarios, los arrendadores mayores alquileres, los prestamistas mayores tipos de interés y los vendedores mayores precios de venta. Una espiral de precios al alza que se realimentaría a sí misma hasta que alguien decidiera dejar de exigir aumentos nominales de sus ingresos y los demás le terminaran siguiendo el juego. Por otro lado, los inversores que mantienen saldos líquidos de una divisa (por ejemplo, dólares o euros) podrían optar por gastarlos ante la perspectiva de que pierdan valor, lo que a mayor gasto (en consumo o en inversión) también supone presión a que los precios se incrementen.

Al final, pues, las expectativas pueden generar una burbuja de inflación autoalimentada, sobre todo si los agentes económicos tienen la sensación de que ni los bancos centrales ni los gobiernos muestran la más mínima intención de reaccionar para frenarla. Durante los últimos 30 años, la inflación dentro de Occidente se ha mantenido en unos niveles razonablemente estables, porque se sabía –o se creía– que los banqueros centrales y los gobernantes harían lo necesario para aplacarla: ya sea subir los tipos de interés o contraer el déficit público. Esa confianza en el «buen hacer» de los gestores de la moneda genera una especie de profecía autocumplida: la demanda inversora hacia ciertos activos monetarios se vuelve amplia y estable, lo que reduce las tensiones inflacionistas. Pero si esa confianza se desvanece porque, ante el primer estallido serio de inflación, los gestores de la moneda se quedan de brazos cruzados, la demanda de ciertos activos monetarios puede esfumarse y, por esa vía, cebar adicionales tensiones inflacionistas. El equilibrio no es ciertamente sencillo. Si banqueros centrales y políticos empiezan a aplicar políticas monetarias y fiscales restrictivas, el crecimiento actual se podría ver obstaculizado antes de que hayamos recuperado los niveles de PIB pre-pandemia. Pero si se obstinan en no articular ningún tipo de respuesta ante las tensiones inflacionistas, puede que resulte necesaria una reacción mucho más contundente (y depresiva) en el futuro.

Ahora bien, que el equilibrio sea complicado no significa que no deba buscarse compromiso alguno entre ambos objetivos (crecimiento e inflación). Actualmente, todas las señales que están mandando, desde el Banco Central Europeo y desde la Reserva Federal, o desde el Gobierno estadounidense y los distintos ejecutivos nacionales europeos, coinciden en desdeñar cualquier intención de retirar los estímulos a pesar del rebrote inflacionista. Y ese mensaje, si persiste en el tiempo en medio de una inflación alta, terminará desatando miedos que habían permanecido dormidos durante mucho tiempo.

Deliveroo se marcha

Deliveroo se marcha de España apenas unos días antes de que entre en vigor la Ley Rider. Aunque los motivos que ha alegado la compañía no están relacionados con la misma, es evidente que ésta no ha ayudado. Las decisiones se han tenido que precipitar para no formalizar nuevas relaciones laborales estables que luego habrían sido caro de rescindir. Parte de la izquierda patria ha celebrado la decisión de la compañía de Deliveroo como una victoria de la legislación social de este Gobierno. «Si no quieren someterse a nuestras normas, es preferible que se marchen». Con semejante actitud, tan sólo están exhibiendo una nula empatía hacia todos aquellos autónomos –y también trabajadores en plantilla– que quedarán en el desempleo, como consecuencia de las decisiones erróneas de este Ejecutivo.

Control de alquileres

Podemos sigue presionando al PSOE para regular el precio de los alquileres en España. Después de que las reuniones entre ambas formaciones políticas hayan fracasado sistemáticamente por la negativa de los de Sánchez y Calviño a regular los arrendamientos urbanos, los de Yolanda Díaz han redoblado la apuesta y podrían estar condicionando la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado de 2022 a que el PSOE acepte ese control de precios. A pesar de que la evidencia nacional e internacional es prácticamente unánime en los efectos perversos de esa medida –reducción de la oferta a corto, medio y largo plazo–, los morados insisten en ella porque se trata de una obsesión ideológica que necesitan vender como victoria ante su electorado. Poco importa que sus consecuencias sean dañinas para los ciudadanos.

Buenos datos de la EPA

Los datos de la Encuesta de Población de Activo del segundo trimestre de este año fueron incuestionablemente positivos. Aun cuando buena parte de los 450.000 trabajadores que siguen en ERTE se estén contabilizando todavía como trabajadores ocupados, lo cierto es que un año después de una fortísima recesión (una de las mayores de nuestra historia), nuestra tasa de paro apenas se halla 1,2 puntos por encima del porcentaje pre-pandemia. Los habrá que quieran atribuirle este éxito al Gobierno, pero lo cierto es que todos los países desarrollados (EEUU, Reino Unido, Francia o Alemania) han seguido una trayectoria similar en materia de empleo. La auténtica clave está en la progresiva normalización de la vida social gracias a las vacunas y, por tanto, en la progresiva normalización de la actividad económica.