La "guerra" del agua
Tras diez golpes a la manivela del pozo, la tubería comienza a crujir. El carraspeo agónico sume en el silencio de quien aguarda un milagro al poblado de Irangui. Solo el viento abrasador rompe con un silbido narcótico la expectación. El caño se bambolea quejumbroso de un lado a otro, protestando por el esfuerzo, y todos creen que el empeño dará frutos en forma de un torrente de agua o al menos un hilo de partículas de hidrógeno y oxígeno con el que calmar su sed. Entonces, un sonido de ultratumba, el último aliento extenuado del ingenio que dos años atrás instalaron unos cooperantes alemanes, presagia el desenlace. A duras penas, una gota de agua turbia se asoma tímidamente. Todos rezan para que lleguen más, pero la espera únicamente sirve para que la escuálida gota caiga sobre la tierra seca de Garissa, una de las provincias kenianas más castigadas por la enésima peor sequía en el Cuerno de África. Sin cruzar palabras, ni tan siquiera un «oh» de decepción, los habitantes de Irangui recogen sus escasos enseres y comienzan la marcha hacia Nairobi, dejando el agónico río Tana a sus espaldas. Oficialmente, son parte del millón y medio de compatriotas al borde de la muerte después de meses sin lluvias.
En ese mismo instante, un joven empresario chino divisa en su lujoso despacho de la torre Jin Mao de Shanghái la maqueta del último campo de golf que su empresa va a desarrollar en la isla tropical de Hainan. Pese a la prohibición del régimen comunista, vigente desde 2004, cuando apenas había 170 campos, Wu se las ha ingeniado todos estos años para construir decenas de proyectos sorteando todas las trabas posibles. Se siente orgulloso de haber convertido China en una de las mecas del golf mundial, con más de 600 campos, la mayoría considerados ilegales por el Gobierno, que teme el colapso de los escasos recursos hídricos del gigante asiático en 2030. Abre la edición en papel del «South China Morning Post» en busca de una información en la que se anuncian controles más severos para evitar que se sigan secando un centenar de ríos por década. Esboza una mueca de preocupación. Hainan, donde nunca faltó agua, se ahoga a razón de un millar de reservas pequeñas y medianas por lustro. Más de un millón de personas y 300.000 cabezas de ganado sufren restricciones en la isla que el régimen ha transformado en un parque temático de playa. El joven respira profundamente y se sirve un vaso de Fiji, el agua directamente importada de la isla Viti Levu. En mitad del Pacífico.
Derroche de agua allí donde abunda
Ambas fábulas tienen dos partes de realidad por una de ficción, como la fórmula que da lugar a uno de los tesoros de la Tierra que hasta ahora era un bien desechable. El agua dulce, vital para la supervivencia en nuestro planeta, aún se derrocha allí donde abunda, pese a las hambrunas y muerte que deja su escasez. Pero, por fin, los mercados han tomado conciencia del valor de esas dos partículas de hidrógeno batidas con una de oxígeno.
El agua cotiza en Wall Street. En realidad, lo hacen los contratos de futuros de los derechos de uso de este bien. Como el petróleo o el trigo, los intercambios de grandes suministros de agua estarán regulados en el mercado para impedir las transacciones informales de un bien público. La vara de medir son las cuencas hidrográficas de California. En particular, el índice Nasdaq Veles California Water (NQH2O), que se creó en 2018. Dicho indicador se basa en los precios de los futuros del agua en este sediento estado, que cotiza sobre los 932 dólares por acre pie –el volumen de un acre de superficie a una profundidad de un pie, equivalente a 1.233 metros cúbicos o 1,2 millones de litros de agua–. En 2019 apenas estaba a 200 dólares y en marzo de este año en 500, por lo que casi se ha duplicado en cinco meses. Esto supone casi un dólar por metro cúbico (1.000 litros), una cantidad desorbitada en comparación con los céntimos de euro que pagan los regantes en el fértil valle del Ebro español.
Sólo un 1% de agua potable
El incremento del precio del agua en Wall Street apunta a un estrés hídrico generalizado en poco tiempo. Es cierto que el agua dulce es un bien muy escaso. Apenas un 2,5% del agua de la Tierra es dulce y solo un 1% potable. La urbanización constante ha desatado la demanda con un 55% de la Humanidad habitando en ciudades. Esta proporción aumentará un 13% en 2050, según las proyecciones de la ONU, con 2.500 millones de personas más viviendo en metrópolis que ya padecen serios problemas de suministro.
En 2030, dos tercios de la población mundial vivirán en ciudades y la demanda global de agua potable sobrepasará el suministro en un 40%. En algunas megaurbes, el estrés hídrico ya es una realidad. En Ciudad de México, donde no hay reservas de agua y los acuíferos se han agotado, la dependencia del agua «importada» es cada vez mayor. Pese a todo, sus habitantes consumen 366 litros por persona y día, mientras que en España el consumo medio es de 133 litros. En el alambre se hallan también São Paulo, donde las reservas caen al 15% en épocas de sequía, o las principales urbes de China, país donde se concentra el 20% de la población mundial y solo dispone del 7% del agua potable del planeta.
Ante este panorama, cabe preguntarse si la cotización del agua potable en los mercados servirá solo a la especulación. En un planeta donde tres cuartas partes de su ser son agua y disponemos ya de la tecnología para desalarla, parece absurdo que así sea. Quizá este paso nos sirva más bien para darnos cuenta del valor real del auténtico oro líquido. Ese milagro que, en algunos países agraciados, pasa directamente del grifo a nuestro cuerpo sin necesidad de purificadores. Ese tesoro que dejamos correr a litros hasta que sale frío solo para obtener un simple vasito. La escasez de agua afecta aproximadamente al 40% de la población mundial y, según predicciones de Naciones Unidas y del Banco Mundial, la sequía podría desplazar a 700 millones de personas en 2030.
Sin agua, luz y productos más caros
Pero el impacto es también económico. La gigantesca central de Itaipú –gestionada por Brasil, Paraguay y Argentina, aunque es Brasil quien absorbe la mayoría de electricidad– ha reducido un 30% su producción. El caudal del vibrante río Paraná –que se extiende 4.900 kilómetros desde el centro de Brasil hasta Argentina– ha caído al 60% de su media. El Paraná baja diez metros por debajo de la media histórica por la sequía más grave desde que se mide la pluviosidad en 1910, y que afecta al 40% del coloso suramericano. Y claro, entre Itaipú y el resto de centrales secas, la factura de la luz ha subido un 52% en el último año en algunas urbes.
Si esto ocurre en un país que concentra la mayor reserva de agua dulce del planeta, la situación en zonas habitadas áridas es dantesca. El lago Urmia, en el Azerbaiyán iraní, se ha reducido a más de la mitad en un visto y no visto. De los 5.400 kilómetros cuadrados que tenía en 1990 ha pasado a solo 2.500 en la actualidad. Ahora se teme que desaparezca por completo. Una prueba más de que en Oriente Medio el agua simplemente se está agotando. La región ha sufrido una sequía persistente con temperaturas extremas para la supervivencia de la vida humana. Países como Irán, Iraq y Jordania están bombeando enormes cantidades de agua del subsuelo para el riego, lo que esquilma sus recursos hídricos mientras las lluvias son cada vez menores.
Las proyecciones de estrés hídrico para 2030 sitúan a toda la España mediterránea en zona de riesgo. La huerta de Europa, de donde salen la mayoría de frutas y verduras que consumimos, peligra. Y con ella, un sector clave para la supervivencia del campo y de todos nosotros. En realidad, toda la economía sufrirá el estrés hídrico. La escasez hará que tarde o temprano los precios del agua para uso industrial se disparen. Desde los superconductores hasta el plástico, pasando por el propio sector turístico, los precios de los productos tendrán que aumentar por los costes agregados por el agua. La traslación en el precio de la energía eléctrica también encarecerá los productos sin el recurso, o con una menor generación, por parte de la hidráulica.
Pero no todo está perdido. Según los últimos datos publicados por el INE en 2020, el consumo medio de agua de los hogares fue de 133 litros por habitante y día en 2018, lo que supuso una disminución del 2,2% respecto a los 136 litros de 2016. El coste unitario del agua se situó en 1,91 euros por metro cúbico, con una disminución del 2% respecto al año 2016 (cuando fue de 1,95 euros).