Análisis

Los tipos de interés comienzan a moverse

Tanto la Fed como el Banco de Inglaterra han anunciado subidas que, por ahora, se resiste a hacer el BCE

Christine Lagarde, presidenta del BCE
Christine Lagarde, presidenta del BCEPOOLREUTERS

Esta semana, tres de los principales bancos centrales del planeta, la Reserva Federal estadounidense, el Banco Central Europeo (BCE) y el Banco de Inglaterra, han tomado medidas de política monetaria muy distintas entre sí. Primero, el Banco de Inglaterra ha decidido subir los tipos de interés a corto plazo hasta el 0,25% al tiempo que ha mantenido sus compras de deuda pública a largo plazo. Segundo, la Reserva Federal ha anunciado que pondrá fin en marzo a sus compras de deuda pública a largo plazo y que, en 2022, planea incrementar en tres ocasiones los tipos de interés (hasta el 0,75%). Y tercero, el Banco Central Europeo ha comunicado que pondrá fin en marzo a sus adquisiciones de deuda pública derivadas de la pandemia, pero que seguirá con las compras (a mucho menor ritmo) a través de otro programa durante todo 2022. A su vez, no tiene ninguna intención de subir los tipos de interés en este próximo año.

Claramente, el perfil monetario más laxo es el del Banco Central Europeo. Pese a que debería ser el banco central con una política más estricta –a diferencia de la Reserva Federal o del Banco de Inglaterra, su único mandato es el de mantener la estabilidad de precios y, en la actualidad, la inflación en la eurozona se halla muy lejos de su objetivo del 2%–, mantiene un perfil muy acomodaticio bajo la premisa de que la inflación que estamos experimentando en la eurozona no tiene un origen monetario, sino que es inflación importada por la existencia de cuellos de botella en diversas áreas de la economía mundial. Dicho de otro modo, la economía europea no se está sobrecalentando, sino que está sufriendo de la escasez global de determinadas mercancías. En ese contexto, tensionar la política monetaria no solucionaría ningún problema y sí generaría otros, según el BCE.

Sin embargo, que la inflación europea pueda no estar causada por el recalentamiento interno no implica que la autoridad monetaria no deba preocuparse por estabilizar el valor de la divisa, tal como empiezan a reconocer en Estados Unidos o el Reino Unido. Si se desanclaran las expectativas de inflación –es decir, si los agentes económicos comenzaran a desconfiar de la capacidad o de la voluntad del banco central para mantener los precios a raya–, entonces la inflación podría convertirse en una especie de profecía autocumplida. Si en el momento de mayor estallido inflacionista de los últimos treinta años, el Banco Central Europeo se pone de perfil, ¿no corremos el riesgo de que su credibilidad quede en entredicho?

No sólo eso. Si EE UU y el Reino Unido endurecen más tempranamente que la eurozona su política monetaria, el euro tenderá a depreciarse frente a ambas divisas. Así ha sucedido en el último año tanto con respecto a la moneda británica (el euro ha perdido un 6,6% de su valor) cuanto frente al billete verde (el euro ha perdido el 9% de su valor). Y un euro que se deprecia es un euro que facilitará que importemos todavía más inflación.

Cualquiera diría que el Banco Central Europeo sabe que se le está acabando el tiempo para hacer lo que tiene que hacer y que está expirando sus últimos meses antes de que se vea forzado a subir los tipos de interés. Si la inflación no retrocede durante la primera mitad de 2022, será inevitable que el BCE siga aceleradamente los pasos dados por la Reserva Federal y del Banco de Inglaterra.

Menos crecimiento

El Banco de España ha recortado esta semana la previsión de crecimiento tanto de 2021 como de 2022 y lo ha hecho de un modo drástico. Este ejercicio no creceremos un 6,3% sino un 4,5% (1,8 puntos menos); y en 2022 lo haremos al 5,4% en lugar de al 5,9% (0,5 puntos menos). Tan importante es la revisión que, de acuerdo con el organismo regulador, España no recuperará el nivel de PIB previo a la pandemia hasta el año 2023 (en lugar de a mediados de 2022 como se esperaba inicialmente). De ser ciertas estas cifras que maneja el Banco de España, nuestro país sería con diferencia el peor de toda la Eurozona. No sólo sería el que más cayó como consecuencia de la pandemia, sino también el que más lentamente se estaría recuperando de la crisis actual.

Encarecimiento histórico

El precio de la electricidad en el mercado mayorista encadena máximo histórico tras máximo histórico después de haber rebasado la barrera de los 300 euros el MWh. Semejante encarecimiento de una de las partes fundamentales de la factura eléctrica coincidirá en el tiempo con el fin de las medidas transitorias –parches, como ya las denominamos– que articuló el Gobierno para compensar la elevación de los costes del mercado mayorista. A partir de enero, los consumidores volverán a pagar los peajes de acceso y a partir de abril se revertirán las minoraciones impositivas. Si para entonces el precio del mercado mayorista sigue disparado a niveles cercanos a los actuales, la mayoría de familias españolas sufrirán con mucha diferencia la mayor factura de la luz de la historia.

Eliminar impuestos propios

La Comunidad de Madrid ha suprimido finalmente los tres únicos tributos propios que subsistían en esta autonomía. Se convierte así en la primera región de España que carece de figuras tributarias propias: todas las demás autonomías cuentan en sus ordenamientos con algún impuesto creado específicamente por su administración territorial. En realidad, se trata de una medida completamente simbólica dado que los tres impuestos eliminados carecían de casi cualquier poder recaudatorio, pero en todo caso se trata de un simbolismo bien orientado: el simbolismo de que Madrid aspira a ser un territorio de impuestos bajos. Desde luego, más vale que ése sea el mensaje remitido por el gobierno regional a los inversores. Un mensaje radicalmente opuesto a aquél por el que parecen haber apostado otras autonomías.