Análisis
Putin, nuevo culpable de la inflación
No es que el presidente ruso no tenga parte de responsabilidad, pero hay otras previas de los gobiernos y los bancos centrales
La inflación española en febrero de 2022, antes de que comenzara la guerra en Ucrania y Occidente multiplicara sus sanciones contra Rusia, alcanzó el 7,6%. La más elevada desde 1989. Conviene que en estos momentos recordemos este crucial dato puesto que la maquinaria de propaganda gubernamental ya se ha puesto en marcha para culpar de ese mal dato, y de todos los impopulares efectos que le siguen, a la guerra de Putin. El propio Pedro Sánchez lo afirmó esta semana en el Congreso de los Diputados: «La inflación, los precios de la energía, son única responsabilidad de Putin y de su guerra en Ucrania».
Pero no: es cierto que la inflación a partir de ahora aumentará todavía más de lo que ya lo había hecho hasta febrero. Incluso puede ser cierto que una parte de la inflación previa a la invasión fuera responsabilidad del incipiente conflicto (por un lado, se sospecha que Putin no estaba aumentando la oferta de gas a Europa tanto como habría podido; por otro, los especuladores tal vez tomaran posiciones largas en productos energéticos ante la posibilidad de guerra en Ucrania). Pero que pueda haber algún grano de verdad en lo anterior no equivale a que el único responsable de la inflación actual sea Putin. En septiembre, por ejemplo, ya antes de que hubiese dudas con el suministro del gas ruso, la inflación ya estaba en el 4% y creciendo; a su vez, en Estados Unidos, que no consume gas ruso, la inflación está igualmente desbocada como en Europa. Por tanto no, ha de haber algo más. Y ese algo más se llama exceso de gasto nominal agregado.
Ahora mismo, en el mundo, hay un exceso de gasto nominal. La respuesta que tomaron muchos gobiernos frente a la pandemia fue expandir fuertemente los déficits públicos e incrementar notablemente las facilidades financieras del banco central. Y ese exceso de gasto nominal se ha topado con una oferta agregada insuficientemente elástica, de modo que los precios han comenzado a subir (especialmente en aquellos sectores con cuellos de botella más gravosos). Pero siendo ésas las causas, la cura de la inflación no resultará fácil para ningún gobierno. Para contrarrestar la inflación actual va siendo crecientemente necesario echar mano de políticas contractivas en materia fiscal y monetaria; políticas que, en consecuencia, dañarán a corto plazo el crecimiento económico y la creación de empleo. ¿Qué gobierno quiere concurrir a unas elecciones en medio de un estancamiento económico y de un desempleo creciente?
Pero, cómo no, la alternativa tampoco es especialmente satisfactoria. Si las políticas fiscales y monetarias mantienen su tono expansivo, entonces la inflación no remitirá y eso también minará la popularidad de cualquier gobierno. Nuevamente, ¿qué políticos quieren concurrir a unas elecciones con un nivel de precios en persistente expansión? También muy pocos.
De ahí que les resulte esencial buscar un enemigo exterior al que culpar de todos los males. Y en este caso el enemigo exterior es Vladimir Putin, un conveniente chivo en el que expiar las culpas del exceso de estímulos interiores. Será el presidente de Rusia contra el que se justifiquen las medidas de empobrecimiento que habrá que adoptar para frenar la inflación. No es que Putin no vaya a tener ninguna responsabilidad en lo que acaezca: pero también existen otras responsabilidades previas (de los gobiernos y de los bancos centrales) que no deberían ser ahora soslayadas por los gobernantes.
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