China
La devaluación encubierta del yuan golpea a la economía mundial
China reduce el valor de su divisa para recuperar una parte de la competitividad perdida durante la desaceleración económica del país.
Con el inicio del año nuevo, China ha ratificado todas aquellas previsiones que antes de las campanadas la señalaban como uno de los elementos claves para el devenir de la economía global en 2016. Su indiscutible desaceleración, los problemas que arrastra con su moneda o la crisis que atraviesan sus mercados financieros son sólo algunos de los factores que, como algunos ya profetizaron, van a convertirla este año «en un auténtico dolor de cabeza» para el resto de las economías.
Pese a que China sigue creciendo a un ritmo envidiable para cualquier otra economía, su fortaleza ya no es la que era. Hace años que quedaron atrás las cifras de dos dígitos que caracterizaron al PIB de la ahora segunda mayor economía del planeta, y en el último año el país ha tenido que bregar duro para llegar al objetivo del 7% fijado por sus autoridades.
A la espera de conocer los datos del último trimestre, parece que habrían alcanzado esta cifra (o estarían muy cerca de hacerlo), un dato que sin embargo es el más bajo del último cuarto de siglo. Para el año entrante, los legisladores han determinado que el país no puede crecer a un ritmo inferior al 6,5%, pero ya hay quien ha rebajado esta cifra incluso por debajo del 6%.
El gigante asiático está experimentando los dolores propios de su transición hacia un nuevo modelo económico cimentado en un crecimiento más basado en el consumo interno y los servicios que en la producción y la exportación, pilares del meteórico avance chino en los últimos lustros.
Las cifras positivas
La economía china ha logrado hasta el momento moderar su desaceleración y todavía presenta aspectos positivos. Su consumo sigue firme y el sector servicios, base del desarrollo en los últimos meses pese al dubitativo resultado de noviembre, sigue tirando de la economía. Por su parte, la producción industrial muestra signos de estabilización, aunque a un nivel bajo, debido al aumento del gasto en infraestructuras.
Sin embargo, el cambio de modelo está provocando que desde hace meses tanto las importaciones como las exportaciones estén de capa caída. Según datos del propio Gobierno, las exportaciones bajaron en noviembre con respecto al mismo mes del año anterior en un 3,7%, con lo que se encadenaba la quinta bajada consecutiva en 2015, un periodo que ha registrado caídas interanuales aún mayores, como la del 8,3% de julio.
En lo referente a las importaciones, en noviembre se sumaron trece meses consecutivos a la baja. Estos datos negativos afectan de manera directa a países productores de materias primas que durante años han confíado su desarrollo al insaciable apetito de China por estos bienes, pero que ahora sufren una gran caída en la demanda de sus productos que a su vez origina una bajada de los precios.
Además de una industria con excedentes productivos en varios sectores, las autoridades chinas han tenido que empezar a preocuparse de un problema hasta hace poco irrelevante: el desempleo. Según datos oficiales, la tasa de paro apenas ha variado en los últimos cinco años, y en 2014 bajó una décima con respecto al 4,1% del año anterior.
Sin embargo, publicaciones como el «China Labour Bulletin» ya ha señalado que las cifras oficiales subestiman el número real de desempleados, y que en los últimos meses se está produciendo un aumento del paro, ya que el sector servicios no es capaz de absorber todos los empleos que la industria destruye. Se trata de un asunto capital para el Gobierno, ya que un alto desempleo podría causar la temida inestabilidad social que tanto asusta a las autoridades.
Además, el país asiático presenta otros desequilibrios internos que amenazan su desarrollo, como el excesivo endeudamiento de las administraciones provinciales y locales, la continuada contracción de su sector manufacturero o el ingente volumen de viviendas vacías que hay en el país fruto de la burbuja inmobiliaria.
Tras estos datos negativos, muchos vieron en la sorpresiva devaluación del yuan anunciada en agosto un intento por reforzar las exportaciones del país asiático, que con una moneda más débil consigue que sus productos sean más competitivos. Sin embargo, China lo rechazó aduciendo que era una «corrección puntual» que buscaba equilibrar el valor de su moneda, y sus políticas se vieron respaldadas cuando en noviembre el FMI incluyó el yuan en la cesta de divisas que conforman sus derechos especiales de giro. Ahora, con la nueva rebaja anunciada esta semana (que la dejó en mínimos de hace cinco años) se volvieron a revivir los temores a la existencia de una devaluación competitiva encubierta.
Finalmente, está la crisis de los mercados chinos. Como repiten muchos analistas, lo cierto es que sus bolsas no guardan apenas relación con la economía real del país, y están dominadas por un 80% de inversores individuales sin conocimientos financieros. Durante los meses previos al verano, los valores se hincharon desmesuradamente hasta revalorizarse en cerca de un 150%. En verano, se produjo el pinchazo de esta burbuja bursátil, y el temor desatado en el resto de los mercados mundiales (algo que certificó la pujante influencia de China en el mundo) hizo que sus autoridades tomaran cartas en el asunto.
Medidas
Bajadas de tipos de interés, inyección de capitales, devaluación del yuan, limitaciones de ventas a grandes accionistas y otras medidas fueron introducidas sobre la marcha para frenar unas caídas que amenazaban con evaporar miles de millones de yuanes.
Tras el verano se logró una cierta calma, pero con la entrada en vigor del sistema de frenado automático en 2016 (el que obliga a cerrar las bolsas si se alcanza un 7% de pérdidas) y el anuncio de nuevos datos negativos en el terreno macroeconómico, los inversores quisieron desacerse de sus títulos rápido, lo que ha ocasionado los vaivenes de esta semana.
Pese a que muchos opinan que la reacción del resto de mercados mundiales ha sido desproporcionada, sí que hay consenso en que el año que viene por delante va a estar marcado por unas bolsas chinas que no van a dejar a nadie indiferente. Como decía Willy Lin, de Milo’s Knitwear, al «WSJ», «este va a ser un año complicado».
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