El gran apagón por dentro
Los supermercados siguieron abiertos pese a la oscuridad
Las grandes cadenas no cerraron gracias a los generadores y los víveres volvieron a los carros
Las largas colas que se formaron en el entorno de los accesos a los establecimientos de las principales cadenas de supermercados fueron una de las principales estampas de la inédita jornada de ayer en que todo el país quedó sumido en un gran apagón que dejó un generalizado sentimiento de confusión y extrañeza.
En el interior de las tiendas lo normal fue ver a numerosos ciudadanos moviéndose con rapidez entre los pasillos, buscando en las estanterías los productos que consideraron imprescindibles ante la incerteza de cuánto tardaría en volver la electricidad.
Los elementos que antes se agotaron y más se ambicionaban volvieron a ser los mismos que en otras situaciones de emergencia climática o sanitaria vividas recientemente.
Así, lo que más comúnmente se veía en los carros eran las botellas y garrafas de agua mineral o platos de comida preparada como solución a unas cocinas con los hornos y vitrocerámicas inutilizadas.
Por supuesto, los paquetes de rollos de papel higiénico volvieron a ser el producto estrella, como en los primeros y más dramáticos momentos de 2020 en que estalló la Covid.
También, inesperadamente, los camping gas, que en algunos sitios agotaron existencias, al convertirse para una población sin luz en el aliado perfecto para poder cocinar alimentos crudos y la respuesta a la pregunta retórica que a muchos vecinos se les oyó pronunciar de «¿y ahora qué comemos?».
Como curiosidad, otro elemento especialmente demandado ayer fueron las radios de toda la vida, ya en desuso, que funcionan a base de pilas y que sirvieron a no pocos para mantenerse informados sobre la situación del apagón al no tener internet, televisión o batería en sus dispositivos móviles para consultar la prensa.
Las linternas fueron otro de los productos más vendidos a lo largo de ayer y en las cestas reinaron las latas de conservas y las bolsas de hielo para intentar prolongar el frío en unos congeladores apagados.
Así como las cerillas como la herramienta perfecta para encender unas velas que se convirtieron en imprescindibles para mantener, tras tener lugar el atardecer, cierta iluminación en el interior de los domicilios.
Por otro lado, en el comercio local, caracterizado por su cercanía en el trato con el ciudadano, se han llegado a ver escenas muy alejadas de lo normal, como las de clientes a los que su panadera les dejaba apuntado en una libreta lo adeudado por el pan del día ante la imposibilidad de pagar con tarjeta de crédito o acudir al cajero si no contaba con algo de efectivo en su cartera.
En cualquier caso, lo cierto es que el plano general fue el de una gran mayoría de superficies dedicadas a la alimentación que mantuvieron su actividad con la máxima normalidad que permitió el corte en el suministro eléctrico.
Mercadona pudo seguir teniendo colgado el cartel de «abierto» en sus supermercados españoles y de Portugal durante toda la jornada gracias a que sus locales cuentan con grupos electrógenos propios, que se activan en circunstancias excepcionales como las de ayer.
Lo mismo ocurrió con la amplia mayoría de centros de Carrefour y Alcampo, así como en los espacio de híper de El Corte Inglés, que fueron capaces de seguir vendiendo provisiones por tener dispuestos generadores y los datáfonos en pleno funcionamiento.
La otra cara de la moneda la encontramos en Dia, que decidió cerrar los 2.300 establecimientos que forman su red de supermercados al no tener la posibilidad de operar con normalidad y a la espera de que tuviese lugar el restablecimiento del servicio energético. Sus almacenes y unidades dedicadas a la distribución siguieron activadas, aunque con ciertas limitaciones.
Ahorramas, por su parte, se vio obligada a echar la persiana de entorno a la mitad de sus puntos de venta. Aquellos que, precisamente, no contaban con grupos electrógenos como alternativa.
Lo normal fue, asimismo, que en los hipermercados que siguieron abiertos sí se pudiese pagar con tarjeta de crédito o débito la factura de los víveres que los consumidores se acercaban a adquirir, aunque no siempre los trabajadores pudieron registrar las compras en sus sistemas informáticos internos.
Raro fue el comercio de alimentación en que solo se aceptó dinero en metálico. De hecho, en algunos, a partir de la tarde, solo aceptaban pagos con tarjeta por carecer de cambio, tras un intenso día de trasiego comercial.
Otros de los inesperados grandes protagonistas en las cadenas de alimentación fueron los guardias jurado y demás personal de seguridad que se encargaron de mantener el orden en la entrada a los establecimientos y en que reinase la calma, dentro de lo posible, a la hora de pasar por caja y pagar.
Su labor de coordinación de las olas de vecinos que querían hacer la compra evitó que se viviesen momentos de tensión, histeria colectiva y hacinamiento. En algunos negocios, de hecho, en un primer momento, las puertas automáticas, que funcionan de manera eléctrica, se quedaron abiertas tras irse el suministro ya pasadas las 12:30 horas de ayer.
Cuando la luz era parcial, como también ocurrió en algunos comercios que siguieron con sus abiertos al público, con un suministro priorizado para la iluminación de emergencia que señala la salida, los clientes echaron mano de los teléfonos móviles para ir viendo qué producto era el que albergaba la estantería o las neveras y zonas de refrigerados.
En aquellos puntos del país en que sí se sufrió un mayor cierre de supermercados, las filas de gente esperando se trasladaron a las puertas de los ultramarinos de barrio y negocios de comida preparada, como las pollerías, que vivieron un buen día de ventas.
En definitiva, las compras «desesperadas» hicieron desaparecer muchos productos y agrandaron el desabastecimiento. Por ejemplo, en los lineales donde un día normal habría todo tipo de botellas de agua, solo quedaban un par de botellas de agua con gas.
Por un momento reinó, en medio de esta histórica, por inédita, situación, el miedo a los pillajes, los robos y la inseguridad, ante la posibilidad de que las cámaras de seguridad y los sistemas que hacen funcionar las alarmas antirrobos claudicasen.
El alcalde de la capital, José Luis Martínez-Almeida, llegó a mostrar su respaldo público a la petición dirigida al Gobierno central de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, para que ordenase el despliegue de los efectivos del Ejército. El primer edil de la capital apuntó a que serviría para evitar problemas de seguridad y pillaje que no descartó que pudieran darse cuando cayese la noche.
«Esta es la clave que a mí me preocupa. Madrid tiene 9.000 calles, 3,5 millones de habitantes... Si una ciudad de estas dimensiones se queda completamente a oscuras, todos somos conscientes de que se pueden dar problemas de seguridad en puntos muy diversos y muy diferentes», advirtió Martínez-Almeida en declaraciones al programa de La Sexta «Más Vale Tarde».
Reivindicó que para prevenir estos saqueos era necesario contar en las vías públicas con el mayor número posible de unidades de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.
«No quiero imaginar la ciudad de Madrid sin luz una vez caiga la oscuridad, con las dimensiones que tenemos y las dificultades que se pueden dar. De noche, ya con iluminación normal se producen situaciones complicadas; sin luz, el riesgo se multiplica», apuntó en directo el regidor popular al citado programa de televisión.
Un temor que, por otro lado, afortunadamente, no se ha hecho realidad al no constar, según constató LA RAZÓN al cierre de esta edición, episodios de robos cometidos aprovechando la inusual situación de carencia de algo tan vital como es la electricidad.