Opinión

Y vuelta la burra al trigo con la subida del SMI

La subida del SMI debe cumplir con un equilibrio muy delicado entre proporcionar una renta digna a los trabajadores conjugado con un impacto nulo en el empleo y la economía en general

Yolanda Díaz junto a Pedro Sánchez.
Yolanda Díaz junto a Pedro Sánchez.Gtres

Como todas las temporadas, junto al Black Friday llegan calentitas las rebajas del Gobierno sobre los márgenes, algunos en negativo, de los empresarios. Una de tantas es la negociación del SMI del próximo año, un quebradero de cabeza para muchos autónomos y pequeños empresarios que están con el agua al cuello y que, además de eso, tendrán que afrontar nuevos esfuerzos como la reducción de la jornada de trabajo, el incremento de las cotizaciones o el aumento de costes por despido.

El debate sobre el SMI es polémico y multidimensional en cualquier país pues debe cumplir con un equilibrio muy delicado entre proporcionar una renta digna a los trabajadores conjugado con un impacto nulo en el empleo y la economía en general. En el caso de España, el debate se intensifica al estar muy polarizado, ya que algunos abogan por un aumento sustancial que mejore las condiciones de vida de los trabajadores. Otros argumentan que esa mejora sería pan para hoy y hambre para mañana por los efectos indeseables que genera sobre la economía, más agudizados en nuestro caso, por la estructura de nuestro tejido productivo.

Subir de forma generalizada los salarios, puede ser un estímulo de la demanda a corto plazo, si bien se hace a expensas de los empresarios, en especial los pequeños, que tienen que soportar mayor presión en sus márgenes de beneficios, si los hay.

Los efectos son múltiples, por un lado, sobre la empleabilidad, ya que las empresas tienen incentivos a reducir la contratación de nuevos trabajadores o, incluso, reducir la plantilla, lo que supone un impacto directo sobre la tasa de desempleo y, con ello, un incremento del gasto público para dar prestaciones. Además, en una coyuntura económica de desaceleración, en los próximos años, este tipo de medidas pone en riesgo algunos modelos de negocio afectando negativamente a la viabilidad financiera de las empresas.

Por otro lado, el aumento sustancial del SMI, también puede incentivar el aumento de la economía sumergida con las consecuencias que ello conlleva sobre la recaudación tributaria, el gasto en prestaciones y la precariedad laboral de los trabajadores.

Un último, pero no menos importante efecto, sería sobre el clima laboral en las empresas, ya que, si sólo aumenta el SMI y el resto de salarios de la plantilla no lo hacen en la misma proporción, el diferencial respecto a las responsabilidades, experiencia y funciones, quedará reducido, aumentando la desmotivación de los niveles superiores y suprimiendo la contratación de jóvenes sin experiencia.

Cualquier medida intervencionista debería tener en cuenta la situación económica general, la específica de cada sector y el tamaño de la empresa. Para evitar los efectos nocivos sobre la economía, los salarios no pueden subir, por arte de magia, firmando un Real Decreto sino por mejoras en la productividad que es lo que fundamenta el crecimiento económico y la riqueza de los países.