Editoriales

Órdagos con España sobre el tapete

Si el estado de alarma es tan necesario como afirma el Gobierno, tendrá que convencer a la oposición, y ello será más fácil si Pedro Sánchez adquiere el compromiso de no utilizar la excepcionalidad para otros fines, como hasta ahora.

Sesión de control al Gobierno en el Congreso
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Que el Gobierno de la Nación considere que sólo mediante la pervivencia del estado de alarma se puede garantizar el éxito de la lucha contra la pandemia puede ser discutible, pero, cuando menos, responde a una argumentación no desdeñable. Sin embargo, que se planteé la cuestión en términos de «lo que digo yo o el caos» y, además, se pretenda responsabilizar preventivamente a los partidos de la oposición de las consecuencias de un rebrote en la infección es inaceptable desde cualquier punto de vista. El propio ministro de Transportes, José Luis Ábalos, que, ayer, puso el futuro de España sobre el tapete con un órdago imposible al presidente del Partido Popular, Pablo Casado, comprenderá la enormidad de su pretensión con sólo darle la vuelta al argumento: si con estado de alarma y en plena fase de desconfinamiento se produjera el temido rebrote epidémico, ¿la culpa de tal catástrofe sería exclusivamente del Gobierno?

Creemos, sinceramente, que se impone una vuelta a la racionalidad y a un escenario en el que no caben ni los chantajes desde el poder ni el rechazo sistemático de cualquier propuesta gubernamental, por muy soberbia y excluyente que haya sido la actuación del Ejecutivo. Consideramos, y nos permitimos hablar en el nombre de la mayoría de los ciudadanos, que nuestro país se encuentra en un momento crucial, que exige lo mejor de la política, en el sentido recto del término, y que es imprescindible acordar posturas, aunque para ello La Moncloa deba admitir que ha utilizado una medida de excepción, grave, por cuanto supone de limitación de derechos fundamentales, para fines ajenos a la crisis sanitaria, algunos de dudosa legitimidad institucional. Sólo desde esa rectificación se entendería la demanda de auxilio, porque petición de ayuda es, al principal partido de la oposición cuando, en puridad, el Gobierno debería contar con los apoyos que hicieron posible la moción de censura y que habían venido sosteniendo al Gobierno desde la investidura de Pedro Sánchez.

No queda bien, como pudimos comprobar ayer, que los medios gubernamentales se empeñaran a fondo en la crítica a los partidos de la oposición mientras mantenían un clamoroso silencio ante la actitud de sus socios parlamentarios nacionalistas, reacios a votar una nueva prolongación de la medida. En estas circunstancias, si la abstención del Partido Popular el próximo miércoles fuera suficiente para aprobar la prórroga del estado de alarma, debería contemplarse desde la bancada del Gobierno como un gesto político en aras de la lucha contra la pandemia y, en consecuencia, merecedor del agradecimiento. Pablo Casado, no debería olvidarse, se debe a sus votantes, muchos de los cuales no están nada conformes con que se le siga dando carta blanca a un Gobierno que ha demostrado sobradamente su ineficacia a la hora de afrontar la crisis. Existen, además, otras fórmulas legales, basadas en la Ley Orgánica de Medidas Especiales en Materia de Salud Pública, que podrían, seguramente, surtir los mismos efectos en la estrategia de contención del coronavirus, que deberían ponerse sobre la mesa, al menos, como una alternativa de consenso.

Y, por supuesto, hay que dejar fuera de la polémica todas aquellas medidas de emergencia económica, como los ERTE, de los que dependen centenares de miles de españoles, que viven momentos angustiosos. Utilizar esa necesidad social para imponerse sobre el adversario político nunca creímos que pudiera ocurrir en España. Si el estado de alarma es tan necesario como afirma el Gobierno, tan imprescindible para luchar contra la epidemia como reclaman sus partidarios, tendrá que convencer a la oposición. Y será más fácil si Sánchez adquiere el compromiso de no utilizar la excepcionalidad para otros fines, como hasta ahora.