Editoriales

Anticiparse al virus o fracasar

De nada servirá cerrar las discotecas si Barajas es un coladero, o no proveemos del personal necesario a la Atención Primaria, ni incorporamos los rastreadores que necesitamos con desesperación

Comparecencia de Salvador Illa para informar de nuevas medidas frente al Covid-19
El ministro de Sanidad, Salvador IllaJesús HellínEuropa Press

El Gobierno se decidió por fin ayer a hacerse presente en la lucha contra esos rebrotes que han cobrado ya aspecto de segunda ola de la enfermedad. Desde que levantara el estado de alarma ha actuado con un derroche extraordinario de galbana veraniega como si la pandemia fuera un asignatura ya aprobada con matrícula gracias a la gestión «ejemplar» que salvó centenares de miles de vidas, según la narrativa gubernamental. Pero ni siquiera la eficaz propaganda de La Moncloa genera anticuerpos suficientes para contrarrestar a la Covid. Tras varias jornadas de subidas, los contagios en España se duplicaron del miércoles al jueves, y ayer se registraron casi 3.000 en las últimas 24 horas, aunque el incremento real fue de 5.479 tras sumar las PCR positivas de días anteriores, pero comunicadas en las últimas horas.

La inquietud y la zozobra estaban más que fundamentadas desde hace días, hasta el punto de que las principales sociedades científicas del país y decenas de prestigiosos especialistas irrumpieron en el debate público para alertar sobre el escenario crítico que se gestaba sin respuesta ni liderazgo políticos. Ayer, el Ministerio de Sanidad y las comunidades acordaron por unanimidad una batería de medidas de choque, entre las que figuran la clausura del ocio nocturno, prohibición de fumar cuando no se pueda respetar la distancia de 2m, cierre de restaurantes y bares a la 1am, cribados de PCR específicos, además de instar a las autoridades autonómicas y locales a aplicar las multas contra el botellón. Es evidente que esta vuelta de tuerca regulatoria pretende embridar uno de los principales vectores de contagio como es la noche y su oferta de entretenimiento.

Pero, con no carecer de sentido estas decisiones ni negar su impacto sobre la infección, que resulten en parte razonables no significa que sean un bálsamo de fierabrás ni que un procedimiento exprés que deja al margen y condena a la precariedad a un sector económico y a sus miles de trabajadores sin al menos escuchar su opinión, esté justificado sin más. De nuevo, lo que ha quedado patente en estos acuerdos a la carrera es la desesperación envuelta en imprevisión de un Gobierno, que, sin menoscabo de la responsabilidad de algunas administraciones claramente sobrepasadas, se desentendió tras declinar el mando único en un intento baldío de mutualizar el fracaso de la gestión de la pandemia tanto en su vertiente sanitaria como en la económica. Y esa improvisación, que ha condenado al país a marchar siempre por detrás de la infección sin capacidad alguna de anticiparse o prevenir como estrategia ideal de contención, ha generado desconfianza y desorientación entre los ciudadanos, agentes económicos incluidos que sufren la negligente gobernanza de la coalición.

Hoy, cuando España encabeza los peores datos de la enfermedad de Europa y la mayor caída del PIB de la eurozona en el segundo trimestre, además de toda una retahíla de indicadores depresivos, hay que preguntarse si cabía alguna duda en que el equipo que condujo a la nación a los más trágicos ránkings del mundo en lo peor de la pandemia estaba capacitado para hacer otra cosa que no fuera cavar más hondo el agujero al que nos empujó. Hay razones sobradas para la preocupación, pero España no necesita parches ni ocurrencias de última hora para encubrir lagunas en el pulso complicadísimo contra la Covid. Es preciso pensar y pensar, y dejarse asesorar por los que saben, los expertos, los reales, no los fantasmales y atender y copiar lo que han hecho otros países.

De nada servirá cerrar las discotecas si Barajas es un coladero, o no proveemos del personal necesario a la Atención Primaria, ni incorporamos los rastreadores que necesitamos con desesperación o relativizamos la trascendencia de la tecnología en esta lucha. Y no fumaremos, no, pero si no garantizamos un curso escolar pleno y seguro, esa España sin humo estará hipotecada durante generaciones. Otra cosa es que podamos confiar en que todo ello sea posible con un Gobierno que se jacta de su obra en un país con decenas de miles de muertos y millones de parados y empobrecidos. Y, desde luego, ni podemos ni debemos.