Editoriales
El Gobierno desconecta de la pandemia
Asistimos atónitos a la sucesión de crisis, mientras millones de españoles sufren
Casi un millón de españoles que desempeñan labores esenciales para el buen funcionamiento de la sanidad, la educación o la seguridad pública, y que ya habían recibido la primera dosis de la vacuna de AstraZeneca, no sólo se encuentran bajo el lógico temor de padecer efectos secundarios, sino ante la incertidumbre de no tener la seguridad de que se completará el proceso de inmunización en los plazos previstos y qué consecuencias para su salud pueden derivarse. Al mismo tiempo, otros millones de españoles se cuestionan su futuro económico a corto y medio plazo, que fiaban a la intensificación de las campañas de vacunación anunciada por el Gobierno, con el objetivo de llegar a un 70 por ciento de la población española antes del final del verano, previsiones optimistas que, tras la suspensión de la citada vacuna, decidida por el Ministerio de Sanidad a remolque del resto de Europa, pueden quedarse muy lejos de la realidad.
Dudas y temores que embargan a la mayoría de los ciudadanos, mientras la pandemia del coronavirus, que, en España, cada día se lleva más de un centenar de vidas, apenas remite su virulencia en un territorio para rebrotar en otros, reeditando cierres y confinamientos, y, en resumen, perturbando gravemente el desarrollo social y personal. Y, mientras, la agitación política alcanza nuevas cotas de intensidad y confusión, allí donde los españoles necesitarían más sosiego y seguridad. Por supuesto, no se trata de caer en el maniqueísmo de reducir a toda la clase política a una caricatura de sí misma, aunque sólo sea porque no cabe en todos la misma responsabilidad. Para entender lo que decimos, basta con preguntarse si el principal partido del Gobierno, el PSOE, no tenía nada mejor que hacer en estos dramáticos momentos que dedicarse a conjuras de despacho para alterar mayorías. O si era más importante y urgente precaverse ante una hipotética pérdida de alianzas gubernamentales que la lucha contra la infección y sus consecuencias. Pero, en cualquier caso, lo que se evidencia en cada sesión del Parlamento, en cada cruce dialéctico, en muchas decisiones que no tienen más razón plausible que los intereses personalistas, es el cada vez más patente divorcio entre la sociedad y la política, a la que esta última está llamada a servir.
Pero no. La opinión pública vive atónita la sucesión de crisis políticas, perfectamente innecesarias, mientras millones de españoles han perdido sus empleos y decenas de miles ven en peligro el propio techo donde vivir. Y desde el Gobierno, pareciera que, agotados los eslóganes, resignado ante la persistencia de la pandemia contra todos los optimismos iniciales, siempre a remolque de las circunstancias, ya sólo fía en la búsqueda del enfrentamiento con el adversario, del que, a diferencia del virus, si es posible prever sus mecanismos de defensa.
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