OTAN

Una OTAN tocada y obligada a renovarse

Los intereses de Washington no pueden estar por encima de sus aliados

Cuando Washington, tras los atentados terroristas del 11-S de 2001 reclamó la activación del artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, que estipula que cualquier ataque contra uno de los aliados se considerará un ataque contra todos los aliados, algunos representantes políticos europeos advirtieron de que la propuesta suponía un salto al vacío jurídico y geoestratégico de imprevisibles consecuencias. Jurídico, porque el propio artículo invocado señalaba que su ámbito de aplicación eran Europa o América del Norte; geoestratégico, porque sólo las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos eran capaces de mantener complejas y costosas operaciones militares en escenarios alejados de su espacio territorial, lo que hacía al resto de los aliados excesivamente dependientes del liderazgo norteamericano. Veinte años después, la abrupta retirada de Afganistán decidida por la Casa Blanca no sólo ha dejado a la OTAN en shock, sino que ha demostrado que la política interna de Washington prevalece sobre cualquier otra consideración. El fiasco afgano, tras las terribles guerras en Irak y Siria, a la postre traducidas en una matanza de civiles a gran escala, nos llevan a preguntarnos por el futuro de una organización que nació hija de la Guerra Fría y de la amenaza de una Unión Soviética que ya no existe como tal, en un mundo bipolar. Cualquier respuesta a esa pregunta pasa, necesariamente, por la voluntad de un nuevo actor mundial, la Unión Europea, que sólo era una quimera tras la Segunda Guerra Mundial, de aceptar sus responsabilidades como potencia económica y política, por encima de unos intereses nacionales que en demasiadas ocasiones, la última, en Libia, han arrastrado al resto de los socios a compromisos de dudosa virtud. La OTAN, como tal, debe definir su papel en este nuevo orden mundial, donde el peso estratégico y económico se ha vencido hacia el Pacífico, con China como principal enemigo en potencia, pero sin desdeñar la ambición de la Rusia de Vladimir Putin de recuperar los territorios perdidos tras la disolución de la antigua URSS. Pero, sobre todo, es a los aliados europeos a quienes corresponde decir si quieren seguir actuando como un apéndice militar de Washington, que es quien, por otra parte, paga la mayor factura, o se vuelca en una política de defensa comunitaria, independiente y digna de ese nombre. Porque nadie puede garantizar que no nos llevarán a otros afganistanes.