Editorial

Hay que acelerar la ruptura del Gobierno

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, no puede convertirse en el bombero de un Gabinete que sufre periódicos incendios por las fricciones internas de sus dos alas. No sólo porque, a la postre, le supone un desgaste político muy acusado por la opinión pública, sino porque el exceso de ruido resta eficacia a la labor gubernamental en unos momentos de crisis, que aconsejan sosiego y análisis sereno en el proceso de toma de decisiones. Con un problema añadido, que algunos de los puntos de desencuentro que están aflorando entre los socios, como el alcance de la reforma laboral, no tienen más solución de continuidad que la renuncia de Unidas Podemos a una de sus principales banderas políticas, puesto que no parece probable que desde las filas socialistas se quiera correr el riesgo de una ruptura de los compromisos adquiridos con la Comisión Europea.

En este sentido, conviene advertir de que cada vez que el Ejecutivo se ha dejado arrastrar a las posiciones más maximalistas y radicales de sus socios, se ha visto obligado a rectificar el rumbo, unas veces recurriendo a las clásicas políticas paliativas que nada arreglan, otras, dejando que el tiempo y la intemperancia de la extrema izquierda, que amontona un conflicto sobre el siguiente, las lleve al olvido de los ciudadanos. Así ocurrió con la pretensión de cambiar el sistema de elección de los vocales del Consejo General del Poder Judicial, que hizo saltar todas las alarmas de la UE, o, más recientemente, con laLey de la Vivienda, sometida a una poda de sus aspectos más lesivos para el mercado inmobiliario, o con el decreto confiscatorio de las eléctricas, para el que se buscan soluciones que calmen la alarma sembrada entre los inversores internacionales, cada vez más reacios a invertir en un país con un Ejecutivo tan poco confiable.

No es casualidad que a medida que se suceden los incendios en el seno del Consejo de Ministros y se tensan las relaciones con Podemos, se asista a una mejora de las relaciones institucionales con el Partido Popular, hasta el punto de desbloquear la renovación de los principales órganos jurisdiccionales. No se trata, por supuesto, de pretender que el líder de la oposición, Pablo Casado, ayude al presidente del Gobierno a prescindir de sus socios, pero sí de recalcar que el posible entendimiento entre los dos grandes partidos españoles es el mejor antídoto contra la extendida estrategia de la tensión de los populistas.

En cualquier caso, y pese a la evidente vocación de Pedro Sánchez de agotar la legislatura, existen los suficientes imponderables en el horizonte, no sólo económicos, como para aconsejar que la inevitable ruptura de la coalición gubernamental se produzca cuanto antes. Aunque sólo sea porque la formación morada está obligada a llevar a cabo un proceso de refundación, ya en marcha, que evite en lo posible su actual deriva hacia la irrelevancia electoral. Y a nadie se le escapa que intentarán hacerlo sobre las espaldas de los socialistas.