Política

Sin Rusia ni China, misión imposible

No parece justo condenar a determinadas sociedades a esfuerzos brutales contra el cambio climático que no tendrían efectos reales si las potencias contaminantes se empeñan en una Tierra gris

La Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP26) ha arrancado en Glasgow con parecidas o idénticas aspiraciones que en cónclaves similares como son que el mundo avance en la adopción de medidas para afrontar la crisis climática y acelerar la descarbonización y la transición ecológica. La ambición en la lucha contra el calentamiento global y el deterioro de las condiciones de vida en el planeta son una constante bendecida por todos los gobiernos y las sociedades del mundo. Quién puede oponerse a que las nuevas generaciones hereden una Tierra más verde y azul en un marco de desarrollo sostenible que garantice la supervivencia de la especie en comunión con una naturaleza protegida y blindada de la injerencia descontrolada del hombre. Pero las palabras siempre son mucho más simples que los hechos y lo retórico es un plano indoloro e insípido. Otra cosa es cómo encajar los buenos deseos en un contexto geoestratégico siempre complejo en el que los intereses nacionales y particulares inmediatos desfiguran y desvirtúan las acciones sobre un futuro más o menos lejano. Lo cierto es que el consenso científico es nítido sobre las consecuencias del calentamiento de las que algunas ya son constatables. Pero tampoco conviene relativizar el hecho de que existe un debate, como casi siempre en la ciencia, sobre su alcance y las decisiones que se deben adoptar en la búsqueda de un equilibrio que atienda todas las necesidades y las demandas pendientes, que no son pocas ni sencillas. Se ha avanzado, eso sí, en la gestación de una conciencia verde y en el valor de atender a los mensajes que el medio ambiente transmite. Y no es poco. Pero la lectura política e institucional es contumaz y nos indica que seis años después del histórico Acuerdo de París, cuando casi 200 países acordaron medidas para frenar el cambio climático, el balance nos demuestra el compromiso deficiente, especialmente de los países más contaminantes del planeta, y el enorme agujero negro creado en torno a una emergencia climática que ha derivado en una crisis energética que pone en cuestión los consensos y que empobrece a las poblaciones. Cabe preguntarse con rotundidad de qué sirven los ingentes esfuerzos en la reducción de las emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero a la atmósfera en esta parte de Europa, por ejemplo, si China, Rusia o India, incluso Estados Unidos, las naciones más contaminantes del planeta, hacen la guerra por su cuenta y, por ejemplo, como Pekín, reabren muchas de sus plantas de carbón. Xi Jinping expresó su filosofía de una manera descarnada: «Responsabilidad común pero diferenciada». En ese marco, el G20 decidió ayer que el techo del calentamiento global fuera 1,5 grados, pero lo hizo sin la presencia de Rusia y China, los grandes ensuciadores. No parece justo ni legítimo condenar a determinadas comunidades a esfuerzos brutales con serios costes que no tendrían efectos reales si las potencias emisoras alientan la especulación con los derechos y se empeñan en una Tierra gris.