Editorial
Zelenski y lo frágil que es la libertad
El presidente ucraniano, Volodomir Zelenski, se dirigió ayer al Parlamento, es decir, al conjunto de la ciudadanía española, con una angustiosa petición de ayuda, pero, también, con una clara advertencia sobre la fragilidad de unos sistemas de libertades que las democracias occidentales damos por supuestas. De ahí, su exhortación a los diputados a que imaginaran lo que puede ser levantarse una mañana bajo una lluvia de bombas, con la población de las grandes ciudades refugiada en sótanos, sin agua ni luz ni alimentos, y a merced del capricho homicida de un ejército invasor.
Nada que la inmensa mayoría de Europa no haya sufrido en el siglo pasado, incluida la propia España con su guerra civil, pero que parecía haberse desvanecido en el recuerdo y el imaginario de unas nuevas generaciones, venturosamente crecidas en la paz, la prosperidad económica y el disfrute de los derechos civiles. Siempre ha habido amenazas, como el terrorismo, pero desde la caída del muro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética no parecía que pudiera ponerse en cuestión, al menos en nuestro continente, la soberanía de aquellos estados reconocidos como tales por el derecho internacional. Por supuesto, no era así, pero la Unión Europea no pudo o no quiso ver las señales de aviso en Chechenia, en Moldavia y en Georgia, primero, ni, después, se atrevió a sacar las correctas conclusiones de la invasión rusa de Crimea y el Donbás, territorios reconocidos por Naciones Unidas como parte de Ucrania.
Es más, Bruselas no torció el gesto cuando Alemania se entregó como rehén del gas ruso y suscribió la construcción del gaseoducto del Mar Norte ni cuando la Comisión Europea desmantelaba nuestro potencial cerealístico y de oleaginosas para atarse a la producción agraria rusa.
Demasiadas componendas con un gobierno como el de Vladimir Putin, bajo el que la democracia no dejaba de retroceder desde sus primeros y tímidos balbuceos, y en que los ciudadanos y las instituciones que trataban de reclamar los derechos políticos eran sumariamente silenciados. Al contrario, se abrían las puertas a los plutócratas del régimen moscovita, mientras se cerraban a sus víctimas. Ayer, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, prometió a Zelenski aumentar el suministro de armamento e impulsar el endurecimiento de las sanciones a Rusia, al tiempo que expulsaba a la mayor parte del cuerpo diplomático del Kremlin y confirmaba que España se había convertido en un país de acogida para los desplazados por la guerra. Es la única postura legítima e indiscutible ante la invasión de un país soberano por una superpotencia. Pero la cuestión es si la UE, y con ella España, será capaz de prolongar el aislamiento de Rusia hasta que caiga Putin y surja un gobierno que respete el derecho internacional. O correremos el riesgo de ver otras ucranias.
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