
Editorial
Un programa para la convivencia social
Hay decisiones que están en las antípodas de la gestión socialista actual que hay que llevar a cabo sin paños calientes, pero que no significan ruptura alguna de consensos democráticos básicos.

El cierre del Congreso del Partido Popular ha puesto ante la ciudadanía un programa que algunos pueden llamar de regeneración, incluso, de restauración democrática, pero que, en realidad, no es más que un proyecto político para la convivencia social. Que hablar de superar conflictos, derribar muros, respetar la neutralidad de las instituciones del Estado, legislar de acuerdo a las leyes y reglamentos, y, sobre todo, abrir espacios ideológicos en los que puedan reconocerse diez millones de ciudadanos suene en la opinión pública como una especie de utopía revolucionaria es, sin duda, el mayor daño que ha causado el sanchismo a la sociedad española.
Porque lo que nos dijeron ayer, en un juicioso reparto de papeles, Isabel Díaz Ayuso y Alberto Núñez Feijóo es que, efectivamente, España atraviesa la excepcionalidad de un Ejecutivo débil, condicionado por quienes detentan agendas propias, nada coincidentes con los intereses generales, pero al que se le puede dar la vuelta sin necesidad de convertir el cambio político en una revancha sin más utilidad que cavar a este lado de la trinchera ideológica abierta por el sanchismo.
Probablemente, el mensaje no gustará demasiado entre el sector más indignado de los españoles, en íntima y legítima rebelión contra el actual estado de cosas ni, tampoco, a los profetas del apocalipsis, a quienes la izquierda da interesado pábulo para alimentar su discurso victimista de la catástrofe, pero, a nuestro juicio, es el proyecto de país que necesita España. Un proyecto sin más «cordones sanitarios» ni exclusiones que las que establece la Constitución y, en el caso de Bildu, la más elemental dignidad de cualquier persona que se considere demócrata.
Ciertamente, hay decisiones que están en las antípodas de la gestión socialista actual, como la política del agua, los impuestos asfixiantes, la energía, la vivienda y el gasto militar que hay que llevar a cabo sin paños calientes, pero que no significan ruptura alguna de consensos democráticos básicos. Decisiones que, como la garantía del aprendizaje del español en todo el territorio nacional desencadenarán la protesta y la oposición de los nacionalismos excluyentes, pero que no buscan otra cosa que no sea garantizar la igualdad y el respeto a los derechos fundamentales de todos los ciudadanos.
En definitiva, Núñez Feijóo trata de ensanchar su base electoral, pero, y es importante, no a cualquier precio. Su «batalla ideológica» no tendrá tintes épicos ni trompetas anunciadoras de una nueva era en la historia de la humanidad. Nada que ver con los fuegos de artificio de esta izquierda devenida en salvadores de la sociedad. No. Feijóo ofrece las aburridas recetas de la eficacia, el respeto a las reglas de juego y la apuesta por unas políticas económicas libres, pero muy alejadas del ultraliberalismo. Es decir, el Partido Popular.
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