
Francia
El futuro no está escrito para Francia
La República es el fruto de décadas de estatismo tóxico que han socavado principios y fortalezas
En dos semanas los franceses decidirán en la segunda vuelta de las elecciones al presidente de la República. La primera cita con las urnas ha deparado una repetición del duelo de 2017 entre Macron y Le Pen, si bien las circunstancias dentro y fuera del país son diferentes y atizan las incertidumbres sobre el porvenir. La disputa aparece mucho más igualada y abierta de lo que parecía unas semanas atrás, aunque la mera asignación aritmética de los votos emitidos a los distintos partidos este domingo avala el favoritismo del presidente galo. El problema de Macron es que la ecuación se intuye más compleja, afectada por derivadas singulares que podrían alterar ese trasvase lógico de electores. De hecho, los cuatro puntos de ventaja logrados han llegado después de una remontada de Le Pen en la recta final de la campaña que ha sabido explotar la suficiencia, casi incomparecencia, del líder centrista, tan volcado en fortalecer su perfil de estadista y de líder internacional en la guerra en Ucrania que lo ha desconectado de una parte esencial de la ciudadanía. De todos los candidatos solo Zemmour ha pedido de forma explícita el respaldo a la candidatura de Reagrupamiento Nacional, mientras que el resto de manera directa o indirecta se ha decantado por La República en Marcha de Macron o al menos contra la líder de la ultraderecha. A partir de aquí entran en juego distorsiones como las disensiones entre Los Republicanos, la derecha tradicional, en los que algunos dirigentes se han negado a solicitar el voto para el presidente de Francia, como hizo su líder tras verificar su fracaso, o esa cuarta parte de votantes del antisistema de izquierdas Jean-Luc Mélenchon –con un 20% de los refrendos estuvo a punto de ser la sorpresa de la noche– que se decanta por esa otra clase de antisistema que es Le Pen. La abstención, la más alta desde 2022, podría ser otro elemento que trastocara la lógica de recolocación de bloques. Nada pues está decidido en un escenario huérfano de seguridades, salvo el fin traumático del bipartidismo, el de los partidos tradicionales, con la agonía y la práctica desaparición del Partido Socialista y la futurible de las siglas herederas del legado gaullista. Y también que los franceses quieren políticos y proyectos que atiendan y se preocupen de los problemas reales, de la calle, que no son pocos ni menores, y que se yerguen como el caldo de cultivo propicio para discursos llanos y pegados al terreno. Le Pen ha sido hábil en ese terreno y ha ocupado el espacio vacío que le ha regalado Macron con la soberbia y la presunción del que ha celebrado el triunfo sin merecerlo para una inmensa mayoría de franceses, que no han olvidado una gestión deficiente de la pandemia y de la economía, además de un preocupante desgaste de la democracia. Los franceses decidirán entre dos opciones antagónicas y, sin duda, tan poco aseadas por mediocres e inquietantes por razones diversas. Francia es el fruto de décadas de estatismo tóxico que han socavado principios y fortalezas. Se ofrece más centrismo decolorado, tecnocrático y elitista, amén de aislacionismo y nacionalismo proteccionista. El futuro no está escrito, pero se vislumbra grisáceo.
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