Editorial

Cuatrienio decadente para España

La peor corrupción es la de una gobernanza que adultera las bases de la democracia.

Se han cumplido cuatro años de la llegada de Pedro Sánchez a La Moncloa después de la primera moción de censura con éxito que fulminó al gobierno de Rajoy. No fue un hito parlamentario del que jactarse por más que la izquierda lo reverencie. Resultó una maniobra turbia, propiciada por la palanca de un fallo judicial manipulado y fraudulento contra los populares, que sería revocado por el Supremo, y que derivó en una legitimidad apadrinada por el líder socialista con el peor resultado del partido en la historia de la democracia en compañía de todos los enemigos de la España constitucional bajo la criatura política conocida como mayoría Frankenstein. Obviamente, hay prismas y prismas sobre los que evaluar este cuatrienio en el que germinó el primer gabinete de coalición entre socialistas y comunistas, pero es un ejercicio ciclópeo hallar una opinión solvente y capaz que no pertenezca a la órbita clientelar del poder que se preste a defender una gestión fallida. Ni las cifras ni el estado de opinión sostienen una acción política que ha empeorado ostensiblemente la vida de los españoles y el presente del país y ha hipotecado su futuro hasta extremos de los que aún no son conscientes la mayoría de los ciudadanos. Se podrá aducir que ha afrontado embates extraordinarios e inesperados como la pandemia y la guerra, pero no ha sido una excepción en un escenario convulso y global, lo que ha dejado aún más en evidencia la insuficiencia de la izquierda para confrontar la crisis. La España de Sánchez se ha situado como la peor labor contra el coronavirus y el terremoto económico, refrendado por los informes internacionales en los que figuramos como el último estado en recuperar la riqueza precovid a finales de 2023. La España de hoy es mucho peor que la de hace cuatro años. Lo es, por supuesto, nuestra democracia, declinante y herida. Es obligado recordar que este Ejecutivo recortó los derechos fundamentales de los españoles en dos ocasiones con estados de alarma inconstitucionales y cerró el Parlamento con las mismas malas artes, en un acto contra la libertad de todos reprochado por el tribunal de garantías. Solo este cargo ya sería suficiente para censurarlo. Pero en su velada hoja de servicios hay que consignar desde las cesiones/indultos a los aliados separatistas hasta su irrelevancia exterior pasando por el cainismo de un equipo solo sostenido por el engrudo del poder, la incompetencia incluso para ejecutar el maná de los fondos europeos y la borrachera de gasto público. El presidente celebró ayer la efeméride con una suerte de soliloquio ante los parlamentarios socialistas. Glorificó una moción que «reforzó a las instituciones, la democracia española» y la división de poderes y tachó de corrupto al PP. La intolerancia a la verdad es otro rasgo singular de esta administración, así como su estajanovismo propagandista que apuntala el relato ejecutivo de burbujas y castillos en el aire sobre promesas tan sonoras como evanescentes. La peor corrupción es la de una gobernanza que adultera las bases de la democracia. La codicia del despotismo es la involución de la responsabilidad y la representatividad políticas. Ese desapego de la realidad lo es de la gente y ni un sondeo desmiente eso.