Editorial

Feijóo, el cambio razonable y necesario

Las familias no llegan a fin de mes y el Estado de Derecho agudiza su decadencia. La nación demanda ese proyecto sensato y moderado. Antes de que sea tarde

Alberto Núñez Feijóo llegó a la dirección de la organización en la etapa más crítica de la historia del Partido Popular, sumido en una crisis orgánica sin precedentes, provocada por un cainismo emanado desde la propia cúpula. Aquella espiral desencadenó una secuencia autodestructiva de acontecimientos que erosionó la confianza en la marca. El torbellino del liderazgo fallido hizo saltar todas las alarmas y la reacción de los barones territoriales para sortear un camino sin retorno. Todo fue muy rápido en línea con la urgencia que la actuación exigía. El epílogo de esa catarsis institucional del PP acabó con Núñez Feijóo como presidente nacional del partido y su salto a Madrid. Hoy, puede asegurarse que ese tránsito, esa suma de voluntades, fue tal vez la salvación de una formación nuclear para el sistema y una buena nueva para la nación. Una democracia no es tal sin una alternativa real y robusta, capaz de formular un proyecto contrapuesto al del gobierno. El nuevo líder de los populares fue ayer el protagonista de LA RAZÓN de... y en su intervención quedaron patentes las claves de un discurso y un talante que han conectado al PP con el electorado. El resultado de las elecciones andaluzas ha sido el último testimonio de que el necesario cambio político crece y se consolida. Las señas de identidad de la oposición de Núñez Feijóo son las de la responsabilidad inherente a un partido de estado, que no frivoliza ni cae en el cortoplacismo y la demagogia, sino que compagina la crítica dura, pero serena, con una oferta de grandes pactos en materia económica, en política exterior, Defensa y compromiso con la OTAN o en la dignificación de la discapacidad en la Constitución. A esa mano tendida, Moncloa no se ha dignado ni responder. Ese desprecio retrata la prepotencia del presidente y su gabinete Frankenstein y una acción ejecutiva que ha degradado la democracia hasta extremos insospechados, que pensábamos imposibles. La alternativa del PP emerge hoy como una iniciativa global para enmendar este disparatado aquelarre de gasto público, precarización de los servicios, recorte de las libertades, ingeniería social mediante adoctrinamiento, adulteración de los principios constitucionales y ocupación e instrumentalización de los organismos públicos. Frente a «la descomposición económica e institucional», que será el legado de la izquierda en el poder, el «tripartito» en palabras del presidente del PP, reivindicó la «España razonable y las políticas razonables» y habló de la responsabilidad de los populares en dar respuesta al «hartazgo de los españoles de todas las tendencias, que son la mayoría». De sus palabras templadas, medidas, pero convincentes y certeras, se constata que es plenamente consciente de que tiene ante sí un gobierno con pulsiones autoritarias que no vacila en transgredir la Constitución y que ahora maniobra para controlar empresas, instituciones y organismos clave como Indra, el TC o el INE, tal como ha hecho con el CIS o la Fiscalía. Mientras, las familias no llegan a fin de mes y el Estado de Derecho agudiza su decadencia. La nación demanda ese proyecto razonable y moderado. Antes de que sea tarde.