Yolanda Díaz

La apuesta imposible de Yolanda Díaz

No hay porque extrañarse de que la líder de facto de la extrema izquierda trate de mantener su figura lo más lejos posible de los dirigentes más caracterizados de Unidas Podemos

Es un hecho generalmente aceptado que en las democracias representativas la acción política se articula a través del sistema de partidos, por lo que cada vez cuesta más entender la estrategia de la vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, a la hora de conformar una alternativa electoral para la izquierda comunista sin contar con sus actuales líderes. A menos, claro está, que el objetivo no confesado sea la articulación de una plataforma más transversal, que incorpore al sector más radical de los socialistas, consciente de que la marca morada ha dejado de ser un referente político creíble.

Desde este punto de vista, no hay porque extrañarse de que la líder de facto de la extrema izquierda trate de mantener su figura lo más lejos posible de los dirigentes más caracterizados de Unidas Podemos, como Ione Belarra y el resto de quienes ocupan cargos ministeriales, cuyo desgaste entre la opinión pública española es evidente. Pero la pretensión de hacerse con las estructuras medias de la formación que fundara Pablo Iglesias para integrarlas en una nueva coalición de amplio espectro, con, por ejemplo, Más País y los nacionalistas valencianos de Compromís, peca, a nuestro juicio, de un exceso de voluntarismo.

En primer lugar, porque el liderazgo de Yolanda Díaz no ha pasado la prueba de fuego de una victoria electoral que tendría que producirse en las próximas autonómicas y municipales. Y es dudoso que en el escaso año que resta para la convocatoria de mayo de 2023 haya cristalizado ese proceso de «escucha», que se denomina «Sumar», en un nuevo partido político con proyección nacional. Dicho de otro modo, no parece que la dirigencia de Unidas Podemos se preste por las buenas a aceptar la disolución de su marca en otra plataforma. Pero es que, además, la realidad, tozuda, apunta en la dirección contraria, la que indica que las diversas opciones de la izquierda radical no sólo no consiguen ampliar sus bases electorales, sino que tienden a la fragmentación localista.

De momento, el único trasvase de voto notable que se ha producido en la izquierda es el que va desde el PSOE al PP en las últimas elecciones andaluzas y que, según la encuesta del CIS, supuso la incorporación a los populares del 15,6 por ciento de antiguos votantes socialistas, es decir, unos 150.000 votos. Por supuesto, no dudamos de la capacidad semántica de la familia comunista española para reinventarse en nuevas e imaginativas denominaciones, pero, tampoco, de que la opinión pública suele castigar en las urnas esos artificios. Ciertamente, el «proceso de escucha» puede servir para dar notoriedad mediática a la candidata izquierdista in pectore a la presidencia del Gobierno, pero, si quiere tener alguna probabilidad de éxito, tendrá que apoyarse en lo que ya existe, por más desgastados que estén los morados.