Política
España en penumbra por ordeno y mando
Moncloa no quieren escuchar ni acordar una política energética medida y compartida
El Gobierno y todos sus terminales salieron ayer en tromba contra Isabel Díaz Ayuso como es su costumbre. La presidenta madrileña respondió de manera crítica al enésimo decretazo del Ejecutivo, en este caso de medidas de ahorro energético que obligan a todas las administraciones, así como a sector privado: comercios, grandes superficies, cines, teatros, estaciones, aeropuertos, hostelería y centros de distribución, bajo la amenaza, siempre con la amenaza, de severas sanciones. Moncloa impone casi un apagón nacional, incluidos los escaparates particulares y de toda clase de negocio, amén de regular el aire acondicionado y la calefacción. Los establecimientos tendrán que disponer de luminosos visibles que informen de la temperatura en su interior, además de un sistema de cierre de puertas especial. La presidenta madrileña, en el uso de sus atribuciones y responsabilidades para sus conciudadanos, ha discrepado y ha anunciado que «Madrid no se apaga». Y lo ha explicado con sentido y sensatez. A su juicio, las prohibiciones generarán «inseguridad» y espantarán «el turismo y el consumo». «Provoca oscuridad, pobreza, tristeza, mientras el Gobierno tapa la pregunta: ¿qué ahorro se va a aplicar a sí mismo?». La furibunda reacción de Sánchez y la izquierda ha sido incapaz de responder con otros argumentos que el egoísmo y la insolidaridad de la administración madrileña, la misma que, por ejemplo, atiende a una multitud de refugiados ucranianos abandonados por el gabinete socialista comunista. En democracia la confrontación de criterios y de opiniones es un fundamento central y un deber de toda autoridad en defensa de un bien superior, en este caso la prosperidad y el bienestar de los ciudadanos. El Ejecutivo de Sánchez se desliza a pasos agigantados por maneras y gestos autoritarios. Prohibir por prohibir sin calibrar las consecuencias para una población demasiado castigada, empresarios, autónomos, que apenas respiran, parece el atropello de quienes se creen por encima del bien y del mal, desconectados de la dura realidad que padecen los españoles. Ni saben ni quieren saber lo que puede suponer una capital a oscuras a las diez de la noche, fantasmas de hormigón y asfalto, que nos recuerdan a las sombras del este al otro lado del Muro de Berlín. Que toda la respuesta a la crisis energética sea cargar de mayores padecimientos a la gente es un desatino irresponsable. Moncloa es reincidente en utilizar recursos simplistas ante problemas complejos. Es más fácil ordenar por decreto y reprimir sin dialogar con otras administraciones, sectores económicos y sociedad civil que reconocer el desastre de una transición energética incompetente y su incapacidad para garantizar el suministro y apostar por una diversidad de fuentes. No aprenden presos de sectarismo y de una pulsión de nítida inspiración podemita. Ayuso impartió una lección de gestión y eficiencia contra la pandemia, disintió y sobresalió con un criterio valiente que luego imitaron los demás. Pero Moncloa no quieren escuchar ni acordar una política medida y compartida.
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