Editorial

Un 8-M contra el borrado de la mujer

La precariedad parlamentaria del Gobierno, y, también, una cierta indiferencia hacia lo que se percibía con una excentricidad, ha favorecido el acorralamiento de las feministas tradicionales,

Irene Montero
Irene MonteroGtres

La fractura del feminismo español, tal y como ha quedado plasmada en las marchas reivindicativas de este 8 de marzo, ancla sus raíces en la mixtificación ideológica del movimiento «queer», pero, también, en la pérdida por parte de los viejos partidos marxistas europeos de sus referentes clásicos de la lucha de clases y de los modelos económicos dirigistas. Huérfanos de un proyecto político de carácter general para el conjunto de la población, derivan sus esfuerzos hacia el mosaico de colectivos identitarios, las llamadas «minorías», surgidos en los márgenes de la izquierda, doctrinarios hasta el extremo y en los que se confunden términos como desigualdad, discriminación y opresión, que no son equivalentes.

Nada que ver con el movimiento feminista tradicional, en el que podían reconocerse la mayoría de las mujeres con independencia de sus posiciones ideológicas, que fue tomado como bandera por los partidos socialistas tras un periodo dubitativo, todo hay que decirlo, motivado por consideraciones electoralistas, al menos en el caso del PSOE. Ese feminismo podía tener expresiones de mayor o menor radicalidad, pero tenía claro sus objetivos y, sobre todo, a quién iban dirigidos los esfuerzos en pro de la igualdad, las mujeres, cuya identidad como grupo venía forzosamente dada por razón de sexo.

Es evidente, por lo tanto, que si el sexo biológico ya no determina el género, puesto que este se convierte en una elección dictada por la mera voluntad del individuo, y, por supuesto, no hablamos de la orientación sexual de las personas, se difumina el marco de lo femenino y el hecho de ser mujer deja de ser determinante. Es lo que se viene denunciando como «borrado de las mujeres», cuyo epítome se encuentra en la «ley Trans» aprobada por el gobierno de coalición, que so capa de reivindicar unos derechos individuales que ya están reconocidos, impone una visión ideológica que, como explica la exministra Carmen Calvo, supone trasladar a la mujer una carga imposible, como es responsabilizarla de las reivindicaciones del colectivo LGTBI.

Mas allá de las discrepancias por la ley del «Sí es Sí», cuyas connotaciones tienen mucho más que ver con la supuesta visión «heteropatriarcal» de la sociedad que con la libertad sexual, anclada en el consentimiento, la fractura del movimiento feminista es la resistencia a ese borrado de la mujer que ha encontrado su articulación en Unidas Podemos. Hasta ahora, la precariedad parlamentaria del Gobierno, y, también, una cierta indiferencia hacia lo que se percibía con una excentricidad sin mayor recorrido, objeto de chanzas de barra de bar, ha favorecido el acorralamiento en el debate político de las feministas tradicionales, las que han luchado décadas por la igualdad real de la mujer en todos los órdenes de la vida, pero el signo de la batalla comenzó a cambia ayer, un 8-M, en muchas calles y plazas de España.