
Editorial
Ejemplar dimisión de un líder socialista
La cultura política portuguesa discurre por unos derroteros mucho más próximos a los usos y costumbres de las sólidas democracias europeas que la española.

Tras la contundente derrota electoral sufrida el pasado domingo, el secretario general del Partido Socialista portugués, Pedro Nuno Santos, ha anunciado su dimisión al frente del partido y la convocatoria de elecciones internas, a las que renuncia presentarse. No es sólo la pérdida de más de trescientos mil votos y 20 escaños, en el peor resultado de la historia democrática del PSP, lo que ha llevado a la renuncia de Nuno Santos, un hombre que siempre ha dicho, y ayer lo confirmó, que «asumir responsabilidades forma parte del compromiso con la vida pública», es, fundamentalmente, su posición personal ante un acuerdo de gobierno con una derecha que ha ganado, pero que no alcanza la mayoría suficiente para gobernar en solitario y que puede quedar «atada» a un pacto de investidura con la extrema derecha que representa la formación Chega, que ha roto su techo y ha llegado al empate técnico con los socialistas.
Nuno Santos entiende que su partido se vea obligado a mantener el «cordón sanitario» a la ultraderecha y facilitar un gobierno en minoría de Luís Montenegro, claro vencedor de las elecciones, pero no está de acuerdo y así lo manifestó reiteradas veces a lo largo de toda la campaña electoral. En consecuencia, se aparta de la primera línea para no condicionar con su posición personal la decisión que vayan a tomar sus compañeros de partido.
Estamos, es forzoso decirlo por más que las comparaciones sean odiosas, ante la postura antagónica con el «no es no» de Pedro Sánchez, que, tras llevar a su partido a su peor resultado histórico, no tuvo el menor empacho en forzar una crisis interna brutal en el seno del PSOE, con intento de manipulación de urnas y rechazo a los acuerdos programáticos.
Ciertamente, la cultura política portuguesa discurre por unos derroteros mucho más próximos a los usos y costumbres de las sólidas democracias europeas que la española. Dos líderes de los dos principales partidos del arco parlamentario, Costa y Montenegro, no tuvieron la menor duda a la hora de dimitir y convocar nuevas elecciones al surgir meras sospechas de corrupción entre sus filas, por más que no se probaran en ninguno de los casos. Es verdad que los graves problemas que atenazan a la sociedad lusa, como la escasez de vivienda, la caída de los salarios y el deterioro de la sanidad pública, han favorecido, al igual que sucedió en España, el surgimiento de movimientos populistas como el partido que lidera André Ventura, que también ha incorporado una retórica nacionalista y contra la inmigración. Pero el hecho distintivo, al menos de momento, es que la ruptura del bipartidismo que ha presidido la política portuguesa desde la revolución de los claveles no ha supuesto la apertura de trincheras infranqueables entre el socialismo y la derecha moderada. Nada que ver con la política de confrontación del sanchismo.
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