Editorial

Las líneas rojas no las puede marcar el PSOE

No parece, pues, que los socialistas estén legitimados para marcarle líneas rojas al Partido Popular, salvo que debamos reconocerles una superioridad moral innata que, por los hechos, los electores no comparten.

El candidato del PP a la Presidencia de la Generalitat valenciana, y ganador de las elecciones, Carlos Mazón
El candidato del PP a la Presidencia de la Generalitat valenciana, y ganador de las elecciones, Carlos MazónAgencia EFE

Un partido como el PP, que fue objeto de un inicuo «cordón sanitario» promovido por partidos de izquierda y nacionalistas con, prácticamente, el mismo argumentario con el que se niega el pedigrí democrático a Vox, debería estar ya curtido ante la maniobras propagandísticas del PSOE y actuar desde sus propios intereses, que son, ciertamente, los de sus electores.

Y lo mismo reza para la formación que preside Santiago Abascal y, por supuesto, para un partido socialista que, de creer en sus estrategas, debería mostrarse encantado ante el panorama político que ha planteado el resultados de las últimas elecciones municipales y autonómicas. Así, están en su derecho los populares tanto a la hora de pactar con Vox en Valencia, como de rechazar las pretensiones de los conservadores en la Asamblea de Murcia, aun a riesgo de una repetición electoral.

En último caso, cada decisión quedará a expensas del juicio de los ciudadanos, que, como ha sucedido en la Comunidad Valenciana y en Baleares, parecen más proclives a los pactos en el ámbito del centro derecha y la derecha conservadora que a refrendar las derivas nacionalistas auspiciadas por los gobiernos de coalición del PSOE. Por cierto, el mismo partido que nunca ha dudado a la hora de recurrir a una política de «geometría variable» extrema con tal de retener el poder y que, hasta ayer mismo, mantenía acuerdos parlamentarios con los proetarras de Bildu.

No parece, pues, que los socialistas estén legitimados para marcarle líneas rojas al Partido Popular, salvo que debamos reconocerles una superioridad moral innata que, por los hechos, los electores no comparten. Entre otras razones, porque no es la primera vez que el PP y Vox llegan a acuerdos de gobierno en municipios y autonomías, generalmente bien recibidos por sus respectivas bases, y, a tenor de lo que vaticinan las encuestas, tendrán que entenderse tras los comicios del 23 de julio si pretenden desalojar a Pedro Sánchez de la presidencia del Gobierno.

Sin embargo, cometerían un error quienes creyeran que los votantes de ambos partidos son intercambiables y que los probables acuerdos que tomen entre ellos no tendrán mayores consecuencias en las próximas urnas. No es así, incluso, reconociendo que muchos de los cuadros y de los simpatizantes de Vox proceden del Partido Popular, porque la formación de Abascal parte de unos presupuestos ideológicos alineados con los populismos conservadores, de corte nacionalista, que no comparten la mayoría de los electores populares. Es cierto que se está produciendo un cierto trasvase de votantes de Vox hacia el PP, pero es pequeño y, sobre todo, se está viendo compensado con creces por la llegada de nuevos electores que apuestan por la formación conservadora, que ha llegado para quedarse.