Editorial
Montero, cabeza de turco de la izquierda
Por supuesto, otros partidos de la izquierda radical, como Compromís, tampoco han conseguido buenos resultados, pero a alguien había que cargarle las culpas, para minimizar la propia responsabilidad.
Tal vez, el veto a la ministra Irene Montero por parte de la plataforma Sumar sea el hecho más político en el auténtico encaje de bolillos que supone elaborar las listas electorales en una coalición de quince partidos, la mayoría de ámbito regional, que buscan en los primeros puestos de la listas no sólo un asiento en el Congreso para sus líderes, sino la financiación pública añadida que supone cada escaño.
No hay, pues, nada extraño en que la propia dirigencia de Unidas Podemos estuviera dispuesta a sacrificar a una de las mayores referencias de la formación –eso sí, entre grandes protestas– a cambio de obtener una mejora en las posiciones de salida. Ciertamente, al partido morado no le quedaba más que un baza negociadora en juego –lo que supondría de fragmentación del voto de extrema izquierda una negativa a integrarse en la plataforma de Yolanda Díaz–, pero que la vicepresidenta segunda del Gobierno había conseguido anular por el simple procedimiento de redactar dos documentos de registro de la coalición, uno con Podemos y otro sin él, dando a entender que Sumar ya había alcanzado el objetivo propuesto, que era agrupar a la inmensa mayoría del llamado voto progresista bajo una sola lista.
Esto es así y sorprende que los responsables podemitas, comenzando por el fundador del partido, Pablo Iglesias, muy activo entre bastidores, que presumían de sus grandes dotes para la estrategia política hayan estado tan al margen de la realidad. Porque el hecho, tozudo, es que la formación morada ha perdido todas las elecciones celebradas en España desde 2019, con derrotas tan apabullantes como las de Madrid, Valencia y Andalucía, donde han pasado a ser una fuerza extraparlamentaria. Por supuesto, otros partidos de la izquierda radical, como Compromís, tampoco han conseguido buenos resultados, pero a alguien había que cargarle las culpas, para minimizar la propia responsabilidad, y ése ha sido Podemos, con la ministra Irene Montero bien elegida como chivo expiatorio o, si se prefiere, cabeza de turco ante la opinión pública.
Porque, sin pretender ocultar las razones personales que pueda haber tras el veto, lo cierto es que su desempeño al frente del Ministerio de Igualdad, y no sólo por las consecuencias de la «ley del sí es sí», venía sufriendo el rechazo general de unos ciudadanos, bastante hartos de un estilo soberbio y faltón, que convertía en fascista a cualquiera que no comulgara con sus ideas. Se argüirá que Ione Belarra, su compañera de fatigas, también representa esa manera radical y sectaria de ejercer la política, que los ha llevado al descalabro electoral, pero su posición como secretaria general de Podemos le hacía intocable, al menos, de momento. No cabe duda de que Yolanda Díaz, la apuesta in extremis de Pedro Sánchez, es la gran vencedora. Tendrá, por fin, que revalidar su triunfo en las urnas.
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