Análisis
La reconciliación catalana
Illa se encontrará con que destruir Cataluña para luego poder gobernarla ha sido mal negocio, para él y para todos los catalanes
Entre Pedro Sánchez y Salvador Illa han destrozado Cataluña. Pero no se confundan: debo advertirles, antes de seguir leyendo, de que este no va a ser el típico artículo apocalíptico acusando de todos los males del mundo a ambos protagonistas solo por el hecho de que pretendan ser de izquierdas.
La tesis que sigue es diferente. Sostengo que, si destrozan Cataluña, Sánchez e Illa lo hacen intentando que sea para bien. Para reconstruirla mejor. Puesto que la región no tiene remedio, han decidido destruir absolutamente su sociedad para así poder volver a edificarla correctamente desde cero. Destruir para construir, que decían los punks. Se les advirtió que la amnistía no redundaría en ninguna reconciliación de un conflicto inexistente entre catalanes, sino en todo lo contrario. Crearía un abismo irreconciliable entre aquellos a quienes les conviene ser amnistiados y los que están en contra. Pero como necesitaban comprar los siete votos de los amnistiados para poder seguir reteniendo el poder, precisaban con urgencia una excusa con la que justificar su innoble transacción. No se les ocurrió ninguna más convincente que la supuesta y falsa reconciliación buenista. Esa habitual hipocresía moderna de, cuanto más corrupto moralmente eres, más gustas de posar de bondadoso.
El efecto avisado se ha visto confirmado a los dos días de aprobarse la amnistía. Puigdemont se ha lanzado a presentarse a las regionales proponiendo a los catalanes el mismo ideario fuera de la ley: sostener que el resto de España nos roba, dar a entender que los españoles son una raza autoritaria imposibilitada intelectualmente para la democracia y el progreso y, consecuentemente, separarse del resto de la península –aunque sea saltándose las leyes democráticas– porque automáticamente con ese simple paso burocrático accederemos los catalanes a un paraíso regional de riqueza y tecnología sostenible donde se columpiarán los cupidos gerundenses.
Con ese ideario ha concitado en su torno al sector más exaltado y desinformado de la sociedad catalana, al que se ha unido parte de la clase media alta catalana más incompetente necesitada de un mecanismo proteccionista para sus empresas. Unas empresas que no son capaces de sacar adelante (con el beneficio que ellos querrían) en el libre mercado. El perfil del empresario que no es capaz de sacar adelante correctamente su empresa en el libre mercado (y que culpa de ello al libre mercado en lugar de a sí mismo) es un perfil muy de aquí, muy catalán. Por eso existen en nuestra región tantos empresarios comunistas.
Pero a lo que íbamos. La propuesta de amnistía –que debía supuestamente reconciliar una región que no estaba peleada– ha abocado más que nunca a una división entre catalanes oportunistas que desean ser insolidarios fiscalmente y segregarse (pero lavar su mala conciencia) y los que apuestan para la región por un futuro hermanados con España y con Europa con todas sus consecuencias. Son dos proyectos tan antagónicos, tan irreconciliables, que el abismo de la sociedad catalana va a ser profundísimo. No se puede tomar ni una sola medida (para los trenes, aeropuertos, carreteras…) que no vaya en contra de una u otra de las opciones y la irrite. La contienda será agotadora, la sociedad quedará exhausta y desalentada.
La idea de Sánchez es que, cuando esos dos bandos estén agotados y la sociedad catalana paralizada y destruida, llegue Salvador Illa como el mesías que viene a quitar razones a unos y otros e inaugurar supuestamente un nuevo proyecto. Por eso insisten tanto en que Cataluña ya no es la misma sociológicamente que hace siete años. Pero, me temo, que eso no es así, sino, como casi todas las mentiras de nuestro presidente, un mero relato. Se basa en un «wishful thinking», es decir, un pensamiento colmado de deseo.
Llevo sesenta años viviendo en Cataluña y ese sector insoluble, xenófobo, exclusivista, no ha cambiado significativamente en medio siglo. Tan solo cambian las cosas que se atreve a intentar en base a ese fundamento.
Al igual que Sánchez prefiere una España reducida a Madrid y cuatro provincias con tal de poder mandar él en ella, Illa se encontrará con que destruir Cataluña para poder gobernarla luego, ha sido un mal negocio. Tanto para él, como para todos los catalanes.
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