Ante el 23J

¿Abstención o abstinencia?

Los políticos piensan que votamos por cabreo, pero puede que lo hagamos como homenaje a nuestros antepasados que no pudieron

Yolanda Díaz tomando un vermut durante la jornada reflexión @Gonzalo Pérez Mata
Yolanda Díaz tomando un vermut durante la jornada reflexiónGONZALO PEREZ MATAFotógrafos

A los españoles, ¿nos apetece realmente votar? No digo hoy mismo, sino siempre. No insinúo tampoco que no seamos democráticos, ni que no hayamos entendido que el sufragio libre y universal es el sistema político menos malo para gobernarnos. Lo único que me pregunto es si salir un domingo a darse un paseo hasta una urna lo hacemos como un compromiso interesado o bien como una fiesta feliz de nuestra libertad personal. Como deber cívico y positivo o como puro placer.

Si para averiguarlo usáramos como referencia las conductas de los candidatos que precisamente piden que realicemos esa actividad a su favor, la conclusión podría no resultar muy halagüeña. Porque siempre gritan en las campañas, donde gustan de mostrarse eufóricos pero muy enfadados. Enfadados con lo que sea: con la situación del país, con la moral pública, con el incalificable comportamiento de sus adversarios o con lo que haga falta. Y el enfado no casa bien con la idea de lo lúdico o con el simple placer hedonista. Por tanto, si conductas como esa sirven teóricamente como acicate al votante para que haga el esfuerzo de abandonar el reconfortante hogar y enfrentarse el terrible sol de la canícula, cabe colegir que lo hacemos más por interés (bueno o malo) que por gusto.

Así parece haberlo deducido Pedro Sánchez, cuyos últimos días de campaña se han distinguido por aparecer en la tele siempre gritando desencajado. Cierto es que, en esas fechas, parece ser que iba por detrás en las encuestas y, por lo visto, es característico de los candidatos en esa posición activarse hiperventiladamente anunciando que el apocalipsis se acerca para movilizar a su electorado afín. Pero también Yolanda Díaz ha decidido los últimos días de campaña mostrarse susceptible y sensiblemente ofendida. Se ha quejado de que sus adversarios la han llamado «figurín neocomunista» y eso es presuntamente machista. La verdad, no sé si hay para tanto. Pongamos que la hubieran retratado como un cruce entre una Barbie y el cantante de Ketama. ¿Sería eso también supuestamente machista? No lo sé. Solo lo pregunto. Lo importante es que ambos ejemplos factuales nos llevan a concluir que los políticos piensan que los españoles votamos preferentemente por cabreo. Y no sé si eso dice más sobre los candidatos que sobre los votantes. Porque puede que no. Puede que muchos españoles votemos simplemente como homenaje a nuestros antepasados que no podían hacerlo. O como brindis solidario a todos aquellos que, en el resto del globo ahora mismo, quisieran imitarnos, pero no se les permite.

Los últimos días de campaña de Sánchez se han distinguido por salir en la tele gritando desencajado

Hoy se desvelarán muchas de esas incógnitas (no todas) y veremos cuales son las motivaciones por las que toman sus decisiones los españoles. Según las teorías de última hora, tanto una gran abstención como una gran participación beneficiarían a la izquierda, mientras que una participación media, moderada o estándar, daría mejores réditos a los conservadores. No hago mucho caso a todos estos pronósticos que luego siempre quedan en mal lugar. La mejor estadística es, efectivamente, unas elecciones. Se trata del muestreo más amplio. Los sondeos no sirven de nada porque siempre les falta gente.

Hay cosas obvias que sí sabemos que van a pasar. Como el previsible batacazo de Podemos. Hasta un topo tullido con cataratas se hubiera orientado con más agilidad en un panorama como este de lo que lo ha hecho el partido de Irene Montero. Pero conocer el nivel de abstención que va a darse hoy, en unas elecciones en plenas vacaciones de verano, eso es una tarea muy difícil de establecer, sino imposible

El votante tiene una resistencia más puesta a prueba repetidas veces que el inodoro de la Kardashian, pero si decide dejar de frecuentar la urna pudiera ser que no fuera tanto por abstención como por abstinencia. Que dijera: me estoy quitando. Y eso sería una mala noticia para la democracia española.

Yo pienso ir a votar. No por pura solidaridad con el pueblo oprimido. Sino para darle un poco de alegría y de charla consoladora al pobre convecino de urbanización a quién le ha tocado comerse el marrón de pasarse un día de playa presidiendo una mesa electoral en plena ola de calor. Eso sí que es personal y político.