España

El silencio de los corderos

La libertad de circulación solo puede coartarse con los estados de excepción o de sitio. Nadie ha denunciado al Tribunal Constitucional que se vulnera la Constitución

En opinión del autor, la oposición debe dar una respuesta constitucional rotunda y exigir la formación de un gobierno de salvación nacional
En opinión del autor, la oposición debe dar una respuesta constitucional rotunda y exigir la formación de un gobierno de salvación nacionalPlatón

Hace algunos días, el ex magistrado del Tribunal Constitucional Manuel Aragón, advertía en un artículo en «El País» de que el gobierno estaba vulnerando la Constitución. Basta leerse el artículo 55 de la Carta Magna para darse cuenta de que la libertad de circulación de los españoles solo puede restringirse en los estados de excepción o de sitio, y no estamos en ninguno de esos escenarios. Pero, salvo al ilustre magistrado, poco sospechoso de reaccionario, no he escuchado a ningún líder político advertir de que se estaba vulnerando la Constitución y, hasta donde sé, nadie ha acudido al Tribunal Constitucional para denunciarlo, aunque, para qué decirlo, confiar en que dicho Tribunal, tristemente politizado, actúe conforme a derecho, conduce a la melancolía.

En la peor crisis desde la Guerra Civil, España está en manos de un gobierno absolutamente inútil, irresponsable, sobrepasado por los acontecimientos y que ha antepuesto su sectarismo a una empresa de salvación nacional que demandaba la crítica coyuntura. En los momentos difíciles es cuando se mide la talla de los gobernantes y Pedro Sánchez no solo carece de credibilidad, sino que balbucea noqueado sobre el rumbo que debe imponer a la nave del Estado. Sin la más mínima autocrítica por la falta de previsión, por la falta de categoría de sus ministros, por los errores cometidos y la absoluta descoordinación con los gobiernos regionales, aparece cada semana a sacar pecho y continuar en una gigantesca operación de marketing, pagada por todos los españoles, consistente en esparcir las culpas al adversario y amenazar a la oposición con la Fiscalía General del Estado en manos de una sectaria enciclopédica.

Ya llevamos más de 20.000 muertos oficiales y todos sabemos que son muchos más. Los españoles de a pie no podemos hacernos test y nos contentamos con una llamada semanal del centro de salud y aplicaciones informáticas que no sirven para nada, hasta que te falta el aire y te tienes que ir al hospital. Es difícil comprar guantes, faltan mascarillas, faltan equipos de protección y la culpa de todo la tienen «los recortes», palabra mágica con la que el Rasputín de la Moncloa pretende alejar de su amado líder cualquier responsabilidad por la catastrófica gestión de la pandemia.

Un gobernante serio, que pensase en servir a España en lugar de servirse de ella, habría hecho una crisis de gobierno a principios de marzo y habría llamado a la oposición para nombrar un gobierno de salvación nacional con personalidades independientes en todos los órdenes. No solo habría sido aplaudido por toda España, sino que también habría conseguido diluir su posible responsabilidad en el retraso en actuar. Pero lejos de hacer lo que aconsejaba la prudencia y el bien común, ha mantenido un gobierno de ineptos revolucionarios que un día reivindican la república, otro día reciben de madrugada a la vicepresidenta delincuente de Venezuela, otro se bajan los pantalones ante los que quieren destruir la nación española y otro releen las tesis revolucionarias del admirado Lenin desde sus amplias dachas del extrarradio para saber cómo emular su toma del poder en medio de una desgracia, mientras España ocupa el triste podio de los países con mayor mortandad de todo el mundo. Para ello cuenta con la entusiasta colaboración de unos medios de comunicación genuflexos ante la lluvia de millones que les llega antes que la renta mínima universal y que se pasan el día detectando bulos fascistas por doquier sin reparar en las mentiras que se vierten a diario desde el Palacio de la Moncloa. Y con el silencio cada día más indignado de millones españoles encerrados en sus casas atemorizados por el virus y más aún con un futuro sombrío de paro y carencias que asolará nuestra nación.

No puede pedirse a los españoles sacrificios como los que están haciendo, encerrados en sus casas, sin poder ganarse la vida, viendo cómo se mueren sus seres queridos en soledad, sin poder despedirse de sus padres, de sus hijos, de sus mujeres y al mismo tiempo gastar bromitas en el Parlamento, e insultar los sentimientos y los símbolos de la mayoría de los españoles amenazando con enviarte a la fiscalía si osas desafiar la verdad oficial. Me avergüenza especialmente la nula sensibilidad de unos gobernantes que ni siquiera han tenido la decencia de decretar luto oficial cuando los españoles se mueren a chorros como nunca antes desde la Guerra Civil.

Estamos en una situación límite en la que se están pisoteando los derechos fundamentales de los españoles por un Estado que zozobra sin rumbo ni timonel, empeñado solo en saber cada mañana qué le aconseja su Rasputín de cabecera para mantener la integridad de su mullido colchón. Ante esta situación de una gravedad extraordinaria, no cabe la componenda ni la comprensión. La oposición en bloque debe dar una respuesta constitucional seria y rotunda y exigir la formación de un gobierno de salvación nacional que tome el mando del Estado sin hacer política partidista, que afronte la crisis sanitaria y económica con determinación y amplios poderes. Los españoles estamos dispuestos a sacrificar nuestra libertad para salvar a España, para salvar vidas y puestos de trabajo, pero nunca para ver cómo queda inerme y moribunda, a merced de los que quieren acabar definitivamente con ella.