Cataluña

Pujol, en su 90 cumpleaños: «La historia reconocerá mi honor»

De héroe a villano: el ex president lamenta el rumbo de sus sucesores: «No entiende lo que ve». Está profundamente desencantado con Mas

El expresidente catalán Jordi Pujol, en la localidad gerundense de Queralbs, donde tiene una residencia
El expresidente catalán Jordi Pujol, en la localidad gerundense de Queralbs, donde tiene una residenciaDAVID BORRATEFE

Anciano, descolocado, desorientado por lo que ve. «No entiende lo qué pasa o no quiere entenderlo». Así describe un antiguo dirigente de CiU el estado de ánimo de Jordi Pujol i Soley, el gran patriarca de la saga, el hombre que gobernó Cataluña durante casi treinta años con un poder absoluto, a sus noventa años cumplidos el pasado martes, nueve de junio. Confinado en su casa barcelonesa de la Ronda del General Mitre, sólo unos pocos le han visitado. Entre ellos, el ex presidente y sucesor, Artur Mas, y el ex alcalde de la Ciudad Condal, Xavier Trías.

No obstante, antes de la pandemia, Pujol seguía recibiendo a algunos empresarios, periodistas y escritores a quienes llama directamente para interesarse por la actualidad. «¿Qué pasa con lo de Nissan?», les preguntó a algunos de ellos ante el dramático cierre de la planta japonesa de automoción en Barcelona. Todos coinciden en que su gran obsesión es hablar de su papel político y cómo será recordado. «La historia reconocerá mi honor», asegura a cuantos le frecuentan.

Dos palabras, el concepto del honor y cómo pasará a la historia ocupan su cabeza. «Cree que la gente sabrá distinguir su legado político de la corrupción económica», dice alguien muy cercano a la familia Pujol, que atribuye las desdichas financieras más a sus hijos que al propio patriarca. Su última aparición pública tuvo lugar el doce de marzo, poco antes de decretarse el estado de alarma, en un restaurante del Ensanche barcelonés. Poco después de las dos de la tarde llegó al local un matrimonio anciano, acompañado de un escolta fornido y una cuidadora. Ambos se apoyaban en un bastón y nadie se acercó a saludarles pero el murmullo era patente. «Mira, son Pujol y la Ferrusola, que viejos están…», susurraban los comensales. Cuántas cosas han cambiado, del poder absoluto a la nada. De la veneración a la indiferencia. De «Molt honorable President» al ocaso moral. En su entorno reconocen que, hoy por hoy, ante la Cataluña que fue toda su vida, «Pujol está en el olvido».

Cobijados en una discreta mesa, al almuerzo se unió su hijo Oriol, el antaño delfín destinado a sucederle, el «hereu» en potencia, destronado por la corrupción y el escándalo de las ITV. Oriol y su hermano Jordi han pisado la cárcel y dejaron una estela de chapuzas financieras que echaron por tierra el legado político de su padre. Según personas cercanas a la familia, esto le obsesiona mucho al ex presidente de la Generalitat, deslindar su gestión política de la ingente trama corrupta, las cuentas secretas en Andorra, las comisiones, el calvario judicial... «Muy tocado por los turbios asuntos de sus hijos y desolado por lo que ve», opinan quienes le han visitado. A sus noventa años, Pujol atraviesa un momento delicado, algo sorpresivo, ante lo que sucede en Cataluña. «¿En qué momento me equivoqué?», le preguntó a un grupo de empresarios en uno de sus encuentros. «President, no lo dude, en la elección de su sucesor, Artur Mas». Esta fue la contundente respuesta de sus interlocutores, que acusaron directamente a Mas de ser el primer causante del conflicto catalán ahora, en palabras del propio Pujol, en un callejón de muy difícil salida. Todo habría sido muy distinto, opinan estas fuentes, si el elegido hubiera sido el dirigente democristiano de Unió, Josep Antoni Duran i Lleida.

Pero el destino fue muy diferente. Muchos acusan a Marta Ferrusola, la poderosa e influyente «Dona», de intrigar hasta la saciedad, diseñar una trama de chanchullos económicos y ungir a su protegido, Artur Mas. Un hombre de corto recorrido intelectual y político, un eterno segundón. «El chico de los recados del clan», advierten con saña antiguos dirigentes de CiU. El balance, a la vista está, no pudo ser más penoso. Cuando Jordi Pujol contempla ahora su herencia, el PDECaT y los líderes actuales, siente desazón. «Sabe que es un desastre», admiten sus íntimos. El ex presidente no mantiene relación con ninguno, a excepción de Artur Mas, Xavier Trías y pocos más. Su círculo se circunscribe a algunos empresarios, antiguos colaboradores en la Generalitat y algunos periodistas. La muerte de quien fue su gran amigo, el poderoso conseller Macià Alavedra, y su esposa Doris, le dejó muy tocado.

Quiénes le frecuentan insisten: «A Pujol no le gusta lo que ve y tampoco lo entiende». Él se define como un hombre de Estado, que negoció siempre muy hábilmente con los presidentes Felipe González y José María Aznar. «Tiraba de la cuerda, pero sabía hasta dónde para sacar rédito», aseguran estas fuentes, que observan al ex presidente bastante desolado. Al calvario judicial de la familia, los procesos de sus hijos, se unen ahora los problemas de salud. Pujol cojea, necesita apoyarse en un bastón y agudizó su sordera. Su esposa, Marta Ferrusola, la influyente «Dona» que manejó tantos hilos en Cataluña, tampoco pasa hoy por un buen momento aquejada de algunos problemas neurológicos, este mes cumplirá ochenta y cinco años. En el entorno de la familia, la discreción es total, pero nadie niega que sobre el clan más poderoso que un día lo fue todo en Cataluña los vientos soplan desfavorables. «Mal pagados», suele decir Ferrusola, de quién muchos así la definen: «Siempre fue una arpía».

Según quienes le visitan, Pujol no acaba de entender el radicalismo de sus sucesores y está profundamente desencantado con Artur Mas. El «hereu» que sustituyó a su hijo Oriol, el delfín llamado a los grandes destinos que se quedó en el camino por su imputación en el caso de las ITV, aparece hoy como su gran fracaso. «¿Me equivoqué?», insiste el patriarca en su pregunta. Sí, desde luego. Mas no quiso o, tal vez, ni siquiera supo liderar una relación con Madrid que Pujol y sus hombres en el Congreso de los Diputados, en especial Miquel Roca y Josep Antoni Durán Lleida, siempre bordaron. «De ser un lobby influyente a una algarada callejera». Esta es la reflexión del hombre anciano, triste, pero aún con buena cabeza, que les traslada a los interlocutores en sus encuentros. Muchos de ellos no ocultan sus fuertes críticas hacia Artur Mas, a quien acusan de ser el primer cómplice del conflicto.

El día de su cumpleaños, Mas acudió a la casa de los Pujol en Barcelona, tras haber pasado el confinamiento en su casa de Villasar de Mar. Según fuentes de la familia, también recibió una llamada del presidente de la Generalit, Quim Torra, aunque no consta la del fugitivo Carles Puigdemont. Algunos antiguos consejeros le enviaron telegramas, y poco más. En su última aparición pública, en el restaurante del Ensanche, sólo un camarero le llamó President. Atrás queda la reverencia, la veneración y el querer hacerse fotos con el político más poderoso de Cataluña. Héroe para unos, villano para otros, el gran patriarca Jordi Pujol vive, a sus noventa años, en el olvido.