La España de...
Antonio de la Torre: «Las peleas de la izquierda me generan decepción»
El actor español asegura que, como andaluz, se considera «superespañol». Ante las cesiones al independentismo, le preocupa más la agenda social que el debate territorial
Ésta es una conversación tan singular que transcurre en un mercado, mientras el entrevistado hace la compra y encarga una lubina para cocinarla al horno. Es la primera mirada de un nuevo capítulo de entrevistas a referentes que hablarán del país, de política y de la pandemia desde la calle.
–¿Qué personaje de los que ha interpretado sobreviviría mejor en esta crisis?
–Pues..., creo que Pepe Mújica (ex presidente de Uruguay). La dictadura militar le mantuvo preso un total de quince años, hasta doce en un completo aislamiento, sin interrupciones. En su experiencia vital durante ese cruel aislamiento al que le sometieron, en muy malas condiciones, por cierto, no como el que hemos vivido muchos en esta pandemia, llegó a la conclusión de que quien es feliz, lo es con muy poco. Y el que no lo es, no lo es con nada. Tu felicidad depende de ti.
–Las circunstancias ayudan mucho, salvo que seas Mújica.
–Por supuesto. Pero que alguien que ha estado aislado durante 12 años, al que intentaron volver loco, como te he dicho, que ha pasado privaciones de todo tipo, te diga que esa experiencia fue un privilegio, obliga a una reflexión. También creo que ahora es inevitable una reflexión sobre la urgencia climática, sobre nuestra forma de consumir, sobre lo que es necesario y lo que no lo es. Este debate debe estar en la agenda, el de cómo vivimos y lo que necesitamos para vivir. Aquellos que estén más capacitados mental y emocionalmente para apañarse con menos cosas tendrán más fácil la supervivencia en el mundo futuro.
–¿Le preocupa más el cambio climático que la pandemia?
–La pandemia es un problema de ahora, las muertes las estamos contando en estos momentos y, sin duda, es una primera urgencia. Y el cambio climático es un problema estructural, de ahora y de luego. Esto no se trata de elegir si pandemia o cambio climático, son problemas que hay que atacar, probablemente, a la vez. Hay científicos que dicen que, en parte, hay que buscar en esta alteración climática la explicación a lo que está pasando. The New York Times publicó recientemente un artículo, «Welcome to the Virosphere», en el que la ciencia explica que hay centenares de virus en reservorios y que con el cambio climático y la mala acción del hombre acabarán saliendo. Todo es una misma cosa, dónde vivimos y cómo vivimos. El planeta es nuestra casa.
–¿En qué genero colocaría lo que estamos viviendo?
–Es un drama, sin duda.
–¿Y quiénes son los malos?
–Los ignorantes, los egoístas, los que tienen una mirada a corto plazo, los avariciosos.
–¿Y los buenos?
–La gente que apuesta por la vida y la coloca en el centro. No hay nada más valioso que la vida. Los buenos son los médicos, los sanitarios, los científicos y mucha gente responsable que está tomando medidas para detener la pandemia.
–¿Ganarán buenos o malos?
–Van a ganar los buenos. Yo siempre soy bastante optimista, te lo explico con dos refranes, el que más me gusta y el que más detesto. Este último es ése que dice «piensa mal y acertarás»: me parece una excusa para la inacción y quienes actúan en base a esta regla son en sí gente desencantada y con falta de valor para confiar en que las cosas pueden cambiar. El otro refrán, el que hay que seguir, es ése que dice que «quien quiere algo, siempre encuentra una forma; quien no lo quiere, siempre encuentra una excusa».
–¿Qué le duele a la cultura?
–Le duelen los 700.000 puestos de trabajo que dependen de ella. Es verdad que durante el confinamiento se ha consumido mucha cultura, de otra manera. Nosotros sacamos una serie en una plataforma de pago y me dijeron que funcionó muy bien. Pero es muy complicado porque también rodé una película y la subida de costes por las medidas del Covid es inasumible. En cualquier caso, quiero pensar que esto es algo coyuntural. Ya están hablando del calendario de vacunas y parece que hay luz al final del camino. Pero, claro, hay que tener muy presente que mucha gente se ha quedado en ese camino... Quedémonos nosotros con que la cultura seguirá, igual que seguirá la vida.
–¿En su entorno se han quedado en el camino?
–Yo estoy en ese 8 por ciento de privilegiados que puede vivir de este oficio. Pero entre los compañeros de profesión el panorama es devastador. Ahora bien, para no pintar solo lo negro, también puedo decir que durante estos meses me han pasado cosas bonitas. Por ejemplo, yo he recuperado la relación con mis vecinos que tenía mi madre. Mi vecina Paquita tenía la puerta abierta todo el día, y yo entraba y salía como me daba la gana. En el confinamiento, con las medidas de protección necesarias, hemos recuperado esa cultura de ayudarnos, de ser solidarios y de acompañarnos. Yo he trabado una amistad muy grande con varios vecinos del barrio.
–¿La mantiene?
–Por supuesto. A veces hay que pararse, y, entonces, ves que lo importante no es la cantidad, sino la calidad de las relaciones.
–¿La política está a la altura de lo que necesita la cultura?
–Yo sólo me he sentido estrella del cine una vez en mi vida, y ocurrió fuera de España, cuando el año pasado presentamos en Francia «El Reino» y «La Noche de 12 años», que allí la llamaron «Compañeros». Resulta que uno llega allí y ve que están todos los medios, que conocen tu carrera, y que es verdad que para ellos la cultura es un asunto de Estado. Esto en España no pasa. En Francia el fondo de ayuda a la cultura tiene un cero más que el de España. Y a pesar de este déficit, aquí hay mucho talento y se hacen cosas muy buenas.
–Se me ha escapado de la pregunta. ¿Si la política, el Gobierno de coalición, está a la altura de la crisis del sector?
–Como he dicho antes, la cultura debe ser política de Estado porque es esencial para la vida de un país y para el desarrollo del ser humano moderno. En España no es considerada así.
–Si se reivindica sólo como de izquierdas, es más difícil que sea política de Estado, ¿no?
–La cultura, el arte, y otros oficios, como el periodismo, deben ser críticos y hasta subversivos. El fin de la cultura debe ser ese afán de avanzar.
–¿Igual de crítica con la izquierda y la derecha?
–Tiene que ser crítica.
–Hablaba antes del fondo de ayuda francés. ¿Está pidiendo más subvenciones y ayudas?
–Un problema estructural no se resuelve sólo con más ayudas. Es algo más profundo que exige un plan que vaya desde la base, desde las escuelas. Debería haber, por ejemplo, una asignatura de educación sentimental que entrase en los planes nacionales de estudio como forma de autoconocimiento, seas actor, periodista o químico. Reducirlo a subvenciones es muy simplificador, aquí lo que hace falta es una apuesta de la sociedad por un sector que la enriquece en todos los planos.
–¿La política le interesa o es de los que «pasan»?
–No paso, para nada. Como adulto, la política está en prácticamente cada una de las decisiones que tomas. Yo escucho a mucha gente eso de paso de la política. Pero, vamos a ver, alma de cántaro, ¿cómo vas a pasar de la política? ¿Tienes hijos? ¿Van a un colegio público o concertado? Sólo esta decisión ya es política. Y como esto, con todo. Sales a la calle, y usas una carretera. Pues alguien la habrá construido, y habrá tomado la decisión de utilizar el dinero público de una manera o de otra. Hasta vivir de forma adulta es un gesto político.
–¿Se siente representado por la política actual?
–Siempre he votado a la izquierda, aunque podríamos abrir el debate de qué es la izquierda y qué es la derecha. Las peleas de la izquierda me generan decepción y la bronca política me enfada.
–¿Por qué?
–Sobran debates que son sólo postureo. Y lo digo a pesar de que voté a la izquierda y puede decirse que están gobernando los que yo he querido. Con la información que tengo, y reconociendo los errores cometidos, cuando estalló la pandemia sentí alivio porque pensé, bueno, por lo menos hay un gobierno de izquierdas que se ocupará más de los más desfavorecidos.
–¿Eso no es ya un cliché?
–Conocí en un acto a Isabel Díaz Ayuso y me cayó muy bien. Pero aquello que dijo de que el modo de vida, las costumbres de los inmigrantes, es lo que ha facilitado los contagios, es de traca. Yo vivía en un piso de 70 metros, con mis dos abuelas y mis tres hermanos. Era, como suelo decir, un Cuéntame no cost. Vengo de familia de origen humilde y ya te aseguro que si la gente vive apiñada es porque no tiene dinero para vivir de otro modo. A todos nos gustaría vivir en una mansión, también a los de izquierda, no vamos a ser tontos.
–Entonces, ¿a usted le debe parecer coherente que Iglesias se mudase de Vallecas al chalé de Galapagar?
–El que es de izquierdas intenta ser coherente, y es difícil. Yo no hay día que no me diga, «joer, qué incoherente eres». A la izquierda también nos gusta vivir bien. Con los nuevos tipos del IRPF he visto que este año, que fue bien la cosecha, caigo en alguno. Y pensándolo, me parece bien porque hay mucha gente que lo está pasando mal. Es urgente invertir más en Sanidad y en Educación porque de ello depende el futuro del país. En Francia la presión fiscal es mucho más alta que aquí por más que se hable de que pagamos muchos impuestos. El gran fracaso de la democracia es que los ricos no asuman su papel fiscal.
–Desde la izquierda, ¿le preocupan las cesiones al independentismo o le dan igual?
–Entiendo que haya gente a la que le pueda preocupar la ruptura del país, yo la respeto. A mí me preocupan más los acuerdos fiscales, los ERTES o el ingreso mínimo vital. No hay nada más español que un andaluz, lo somos mucho más que un madrileño. Yo soy superespañol. Y satisfecho en mi sentimiento nacional, buceo en otros mares ideológicos y sueño con un mundo sin fronteras. El debate social y que la gente viva bien me preocupa mucho más que el debate territorial. Y esto lo digo después de que cuando estalló el lío independentista, sentí que me arrancaban un brazo, pero también entiendo al que no se sienta español. Yo no puedo mirar a un catalán con mi mirada de andaluz porque tengo mi identidad nacional satisfecha. Pero puede haber un catalán que no se sienta igual, y lo tengo que respetar. De alguna manera hay que buscar soluciones. Leí en un artículo de Luis García Montero que el español lo hablan 600 millones de personas, y que es la lengua nativa para 489 millones. Es la segunda lengua que se usa en el mundo después del inglés. Por tanto, no está en peligro.
–¿En el cine hay igualdad entre hombres y mujeres?
–Es una pregunta difícil... De lo que yo veo, hay cifras que responden sólo por sí mismas. Sólo el 10 por ciento de las mujeres son directoras. Y hace diez años, cuando rodé «Balada triste de trompeta», yo tenía 42 años y quien hacía de mi novia tenía 25. A nadie le chocó, pero si fuera al revés se tendría que explicar. Yo he hecho una gran carrera entre los 40 y los 50 años porque soy hombre. También tiene que ver mi esfuerzo y trabajo, pero, por supuesto, que no cae en saco roto ser un hombre y no una mujer. Hay que defender las políticas que nos lleven a la igualdad, pero también hay que defender la meritocracia. Parece que es un término de la derecha, y yo creo que el mérito y el esfuerzo debe ser defendido por todos. A veces he estado en algún sitio público y he pensado, ¿pero qué hace este tío aquí? La tierra tiene que ser para quien la trabaje, no por mero derecho.
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